Campaña de Cuaresma 2025
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“Escribo para sanar mi alma de los estragos que tantos horrores que distintos tipos de violencia han dejado en mí. Escribo para decirles a otras mujeres y hombres que lean mis letras. Que si yo pude, quien me está leyendo también puede. Es cuestión de cultivar el amor propio, la fe y la confianza en Dios, así como en quiénes somos y qué hacemos”, cuenta Patricia, una de 15 sobrevivientes del conflicto armado en Colombia y la crisis de Venezuela que escribe para sanar. Lo narra desde el Arauca, zona de frontera donde encontraron apoyo como refugiadas tras huir de múltiples formas de agresión física y psicológica.
“Somos amas de casa, estudiantes, campesinas, sobrevivientes de distintos tipos de violencia. Nosotras aceptamos la invitación y el reto de narrar historias con una pregunta de fondo: ¿Cuál es la relevancia de la mujer escritora en la construcción de paz territorial?”, comenta en conversación con Aleteia.
Forma parte de un programa que nació tras la pandemia por COVID19, en el marco de un proceso de capacitación sobre cómo denunciar los casos de violencia. Les propusieron servir de apoyo a comisarías de familia por medio de denuncias. Y surgió una alternativa profundamente enriquecedora: “Más que denunciar, buscábamos generar sensibilidad, además de sanar y transmitir un mensaje de resiliencia a otros”. A partir de esa idea, nació un proyecto cuya base principal es la revista “Lideresa”.
Una forma de superar la apatía

Patricia advierte que “no ha sido fácil” y el camino ha estado “lleno de muchos obstáculos”. Además, “la mayoría de la sociedad está inmersa en apatía y desvirtualización de valores, pero estamos convencidas de que escribir nuestras historias de dolor y resiliencia de forma constructiva es un gran paso para sembrar semillas de reconciliación y de paz”.
Hoy es realidad y cuenta con activismo operativo en tres municipios colombianos. “Cada equipo tiene su forma de narrar, su individualidad, un nombre y un lema. El nuestro es ‘Mujer con voz de paz’, porque necesitamos valores que construyan espacios libres de violencia”.
Se han publicado dos ediciones de la revista Lideresa y está a punto de imprimirse la tercera. Reciben formación que ponen en práctica en un modesto periódico local que llamaron “Magazine Lideresa”. Afirman que todo es nuevo para ellas, pero “les interesa mucho aprender”.
También tienen un correo electrónico ([email protected]) donde reciben comentarios y escritos de personas invitadas a contar sus historias. Con el paso del tiempo, abrieron canales de comunicación en Instagram, Facebook y un canal de WhatsApp. Admiten que todo es humilde, pues “estamos aprendiendo en todos los aspectos… y cualquier apoyo es bienvenido de corazón”.
En opinión de Patricia, cada una de sus compañeras “tiene su propia visión de lo que ha significado aprender a escribir para narrar sus historias... Son seres maravillosos y valientes que alimentan la fe y la esperanza en una vida digna. Trabajan por el anhelo de impulsar una sociedad más respetuosa y empática con el dolor del otro”.
Se expresan con humildad. “No somos profesionales. Estamos aprendiendo en la práctica. Queremos crear la página web y realizar un programa de radio, pero todo esto es nuevo para nosotras. Vamos poco a poco, avanzando en aprendizajes y formas de difusión y comunicación”.
“Narrar el dolor a través del amor”
Cada historia es única. Escribir les ayuda a sacudir los cimientos de una sociedad resiliente a la que se le arrebatan las ilusiones y la vida. Su testimonio es claro y directo: “Encontré una forma de narrar mi dolor a través del amor”.
“Soy hija de una maestra de escuela que me enseñó que para curar las heridas es necesario reconocerlas y hablarlas. Cuando la voz no me sale, la escritura habla por mí y la lectura me permite escuchar la expresión del otro... Cosas que parecen complejas se tornan más sencillas y se aprenden a percibir con respeto y empatía”, comenta.
“Ha sido una experiencia sanadora y reconciliadora... no solo con mi entorno, sino conmigo misma”, agrega, antes de hacer una revelación: “En el grupo, la única que vivió proceso como refugiada fui yo”.
“Durante casi 12 años viví como refugiada en Venezuela. Tuve la ayuda de unos ángeles que actúan de forma silenciosa y desinteresada”. Se refiere al Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), cuyo equipo actúa con particular éxito en zonas de frontera.
En efecto, la institución tiene una presencia activa en Colombia desde 1995, donde según su sitio web están “al servicio de los desplazados internos de la guerra civil en el país” y brindan “apoyo legal, psicosocial y de emergencia” a las víctimas de la migración forzada.
“Me apoyaron en el Nula y San Cristóbal, en Venezuela”, comenta antes de explicar que de ser asistida pasó a formar parte del voluntario. Hoy funge como retornada en su natal Colombia, una región que es víctima de numerosos desplazamientos en torno a los conflictos derivados del narcotráfico y los cultivos ilegales.
A raíz de esas labores terminamos “vinculadas víctimas sobrevivientes de diversas violencias, entre ellas varias venezolanas residentes de nuestro municipio”.
“Debemos superar la estigmatización”
Hoy está convencida de que escribir para educar es tan sano como necesario: “Urge formar en ciudadanía transfronteriza para acabar con la estigmatización y exclusión que existe en la sociedad debido a la ignorancia y la insensibilidad humana”.
Consultada por Aleteia sobre qué le pide a Dios, Patricia compartió con nuestros lectores una conmovedora plegaria: “Concédeme sabiduría y palabra asertiva para transmitir el mensaje correcto. Te agradezco por permitirme cada día respirar”.
Por último, agregó: “Oh, Dios, dame la fortaleza para sembrar amor, esperanza, respeto, empatía, reconciliación y paz en quienes, como yo, necesitan una voz que anime el espíritu y un abrazo que nos abrigue el alma”.


