A veces la idea de mirar hacia el Cielo con un corazón esperanzado puede parecer que necesitamos distanciarnos de esta tierra, e ignorar todo lo demás en nuestras vidas.
También puede parecer -falsamente- que no debemos preocuparnos por el mundo que nos rodea, ya que todo quedará diezmado al final de los tiempos.
Este punto de vista puede conducir a una explotación errónea del mundo natural, donde destruimos lo que Dios nos ha dado, poniendo nuestra esperanza en el hecho de que todo será hecho nuevo.
Sin embargo, este no es un enfoque verdaderamente cristiano de la administración.
Por el contrario, la esperanza en el Cielo debería impulsarnos a cuidar mejor de esta tierra, sabiendo que cada buena acción que hagamos aquí se perfeccionará en el Cielo.
Esperanza en el cielo
San Juan Pablo II explicó este enfoque cristiano de la tierra en una audiencia general que pronunció en 1998.
"Así es como entendemos el verdadero sentido de la esperanza cristiana. Al dirigir nuestra mirada hacia 'el cielo nuevo y la tierra nueva', en los que habita la justicia (cf. 2 Pe 3,13), 'lejos de disminuir nuestra preocupación por el desarrollo de esta tierra, la espera de una tierra nueva debe estimularnos, pues en ella crece el cuerpo de una nueva familia humana, prefigurando en cierto modo la era venidera' (Gaudium et spes, n. 39).
En lugar de saquear la tierra y divorciarnos de la vida pública, tenemos el reto de proteger la tierra y hacer todas las buenas acciones posibles.
Cada buena acción que realicemos en esta tierra será llevada a la perfección, como explica san Juan Pablo II:
"Si es cierto que el progreso terreno debe distinguirse del crecimiento del reino de Dios (cf. ibid.), también lo es que en el reino de Dios, que se consumará al final de los tiempos, 'permanecerán la caridad y sus obras (cf. 1 Co 13,8; Col 3,14)' (ibid.). Esto significa que todo lo que se realiza en el amor de Cristo anticipa la resurrección final y la venida del reino de Dios".
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Transfigurar el mundo
San Juan Pablo II creía que nuestro deber era transfigurar el mundo, no destruirlo:
"Así, la espiritualidad cristiana aparece en su verdadera luz: no es una espiritualidad de huida o de rechazo del mundo, ni puede reducirse a una mera actividad temporal. Imbuida por el Espíritu de la vida derramada por el Redentor, es una espiritualidad de transfiguración del mundo y de esperanza en la venida del Reino de Dios".
Cuando esperamos con esperanza la llegada del Reino de Dios, debemos recordar nuestros propios deberes y cómo Dios nos ha hecho administradores de nuestros dones y talentos.
Un don de la humanidad
La tierra es uno de los mayores dones de Dios a la humanidad y es nuestro deber protegerla, preservarla y cuidarla.
También estamos llamados a utilizar los dones que Dios nos ha dado para el mayor bien de la sociedad. Pocos son los llamados por Dios a vivir aislados de la sociedad.
Por mucho que nos guste sentarnos en nuestro sofá y dejar que otros hagan todo el trabajo, tenemos que trabajar con seriedad, preparando el camino para la llegada del reino de Dios.
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