Eduardo Álvarez fortaleció su fe en Dios al haber sobrevivido a un atropellamiento en la marcha por la vida de Guadalajara, Jalisco. Hoy cuenta su testimonio para Aleteia
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Un accidente que se volvió un milagro de Dios. En Guadalajara, Jalisco, México, se vivió un incidente que quedará marcado en la historia de este estado. Una camioneta atravesó la explanada principal en frente de la Catedral de Guadalajara y arrolló a 16 personas que participaban en la 4ª marcha por la vida del pasado 26 de octubre.
Uno de los heridos fue un joven de 20 años llamado Eduardo Álvarez, miembro del grupo juvenil Buen Camino de la parroquia de san Juan Macías. A él y a otras 15 personas les tocó recibir el fuerte impacto; sin embargo, la gran noticia es que no falleció ninguno de ellos.
Un milagro
“Fue un milagro que no se hubiera muerto nadie, dos minutos después y hubiéramos estado todos de rodillas y ahí si agárrate cuando ya hubieran expuesto al Santísimo”.
Eduardo contó para Aleteia que esta era la primera marcha provida en la que participaba. Iba con gran emoción por las calles, compartiendo la alegría de gritar por la vida al lado de miles de personas que también se manifestaban por el mismo objetivo.
La marcha hizo un recorrido de 40 minutos, saliendo del Templo Expiatorio y concluyendo en la Catedral de Guadalajara; ahí los asistentes podían unirse a un concierto católico. Eduardo animó a los jóvenes de su grupo a quedarse un rato a cantar y alabar a Dios, pero no se imaginó lo que pasaría minutos después.
“Yo seguí bailando, brincando y cantando hasta que llegó una camioneta. Se empezó a quitar la gente, escuché un grito, y en lo que me voltee para atrás, me pegó la camioneta. Perdí la conciencia, me desmayé. El golpe no lo sentí porque a mí la camioneta no me sacó volando, a mí me tiró y aplastó. Cuando abrí los ojos, ya estaba abajo de la camioneta, y me pregunté, ¿qué pasó?”
Eduardo fue una de las víctimas de un joven que condujo bajo el influjo de estupefacientes. Según la información otorgada por la policía del municipio, el conductor estaba escapando con una camioneta robada y se dirigió directamente hacia la zona en la que estaban los manifestantes.
“Mi cuerpo estaba de lado y mi cadera estaba prensada entre la suspensión, como a 5 o 10 centímetros atrás de la llanta. Mi cabeza estaba por fuera, y mis piernas dentro de la camioneta. Quise mover las piernas y no pude, sentía muchísimo peso encima. Al cubrirme la cara, me quemó el brazo. El conductor también hacía fuerza con la dirección [porque él seguía acelerando], entonces me aplastó el estómago. Me cayó anticongelante caliente en la cara y en los ojos”.
En este momento de emergencia, vio a un sacerdote que se acercaba a ayudar. Su primer pensamiento fue pedirle una confesión para recibir la absolución de sus pecados. “Yo ya estaba listo. Pensé, si me voy, no pasa nada. Estaba muy tranquilo, tenía mucha paz”, mencionó Eduardo.
Cuando pudieron sacar al conductor de la camioneta, varios manifestantes se organizaron para levantarla y liberar a los heridos que aún se encontraban debajo de ella. A Eduardo lo llevaron a la ambulancia y empezó a alterarse.
“En la ambulancia me empezaron a arder los ojos, no veía nada, porque tenía anticongelante. Llegó una persona que me cubrió los ojos con un paliacate y rezó cinco minutos, me quitó el paliacate y el problema ya estaba resuelto. Yo ya veía bien, tenía un poco rojos los ojos, pero ya no me ardía”.
En el camino lo acompañaba una amiga que le dio una cruz y le llenaba de agua bendita, rezando por su mejoría.
“[En el hospital], me llevaron el solideo del Papa Juan Pablo II en una cajita de acrílico con un candado. Mi mamá me dijo, “póntelo en la cadera, que te toque la cadera”, eso fue como a las 12 del mediodía. A las tres horas llegó el doctor y me dijo, 'Edu, estás muy lastimado, pero no te rompiste nada'. Mi mamá se soltó a llorar”.
Eduardo ha tenido una recuperación rápida. Aunque salió del hospital en silla de ruedas, hoy ya camina con muletas y sus heridas cicatrizan cada vez más. Las demás personas que fueron lastimadas en la marcha también han estado sanando sus heridas y acrecentando su amor por Cristo.
“Yo no he lamentado nada. Me dicen, oye, de haber sabido que te iban a atropellar, ¿hubieras ido a la marcha? Claro que hubiera ido, volvería a ir sin problema, esto que pasó no lo veo negativo. Sí me tocó a mí estar abajo de la camioneta y ser el soporte para que las demás personas no se murieran aplastadas, qué bueno”.
Siempre en defensa de la fe y la vida
Eduardo destacó que es importante seguir alzando la voz en la defensa de la vida en cualquier momento; y, a la vez, ser agradecido por la nuestra:
“Si Dios lo permitió fue por algo y son cosas que pueden pasar por vivir en el mundo, pero no por eso tenemos que vivir con miedo y preocupados. Al contrario, es ver cómo estas marchas ayudan. [Hay que] seguir luchando por lo que creemos, salir a las calles y vivir con el testimonio”.
Además, Eduardo mencionó cómo la comunidad es lo que nos mantiene fuertes. El granito de arena que todos aportaron desde que ocurrió este incidente ha sido un abrazo del Creador.
“Dios se hace presente cuando te das cuenta del cariño que la gente te tiene”
Los amigos que se unieron en una misma voz para defender una causa justa son aquellos mismos que rezaron y lo ayudaron en su recuperación.
"La vida se te puede ir muy rápido, no hay que estar viviendo con lamentaciones o con el qué hubiera pasado. Al final no sabes cuándo, ni dónde, pero cuando no te toca, ni aunque te pongas. A mí no me tocaba irme, aquí sigo vivo para contarlo".