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Cuatro impactantes fake news sobre la vida de Jesús

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Stations of the Cross

Renata Sedmakova | Shutterstock

Matthieu Lavagna - publicado el 04/04/24

A menudo se repiten los mismos tópicos sobre la vida de Jesús, e incluso se cuestiona la existencia misma del Crucificado más famoso de la historia. El ensayista Matthieu Lavagna, que acaba de publicar "Non, le Christ n'est pas un mythe" (No, Cristo no es un mito), refuta cuatro de las falsedades más evidentes

Para criticar el cristianismo, ¿qué hay más sencillo que cuestionar la realidad de su acontecimiento fundador, el nacimiento y la muerte de Cristo? Contrariamente a lo que afirman algunos pseudohistoriadores, en realidad disponemos de mejores fuentes sobre la existencia y la vida de Jesús que sobre la mayoría de las grandes figuras de la historia. He aquí cuatro falsedades evidentes a las que deberíamos responder, basadas en el trabajo de historiadores cuya autoridad científica está fuera de toda duda:

1
“NO TENEMOS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE JESUS”

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Esta afirmación es evidentemente falsa. Además de estar atestiguada en los Evangelios, en los escritos del Nuevo Testamento y en los de los Padres Apostólicos, la existencia de Jesús también está confirmada por un gran número de autores no cristianos: Flavio Josefo, Tácito, Suetonio, Plinio el Joven, Luciano de Samosata, Galeno, Mara bar Serapion y Celso, así como en el Talmud babilónico.

Según el historiador ateo Bart Ehrman, existen al menos quince fuentes históricas diferentes que atestiguan la crucifixión de Cristo en los 100 años siguientes a su muerte (entre el 30 y el 130). En total, tenemos 42 fuentes que datan de menos de 150 años después de la muerte de Jesús que mencionan su existencia, nueve de las cuales no son cristianas. En términos históricos, se trata de un logro excelente e inesperado.

¿Cómo creer que una docena de pobres galileos aceptaron de repente arriesgarse a ser perseguidos y torturados por unas historias que se habían inventado?

En comparación, para Julio César, sólo cinco fuentes registran sus operaciones militares. Es fácil ver por qué ni siquiera los judíos cuestionan la existencia de Cristo. Este es un punto crucial, porque si hubiera habido la más mínima duda sobre su existencia, ¡los judíos no habrían dejado de darla a conocer! Habría sido para ellos una excelente manera de ridiculizar a los cristianos y burlarse de ellos acusándolos de adorar a un Mesías inexistente. Pero no hicieron nada de eso y se contentaron con criticar el cristianismo por motivos teológicos. Así que, como dijo Pascal, los judíos son “testigos irreprochables”.

Esta tesis de la inexistencia del Jesús histórico, conocida como tesis mitológica, plantea otro problema: ¿quién de los apóstoles habría aceptado morir por una figura inexistente? ¿Cómo creer que una docena de pobres galileos aceptaron de repente arriesgarse a ser perseguidos y torturados por unas historias que se habían inventado? El filósofo Frédéric Guillaud comenta con gran humor:

“¿Cuál es la mejor hipótesis para explicar todos los textos y relatos de que disponemos? ¿Que un hombre llamado Jesús de Nazaret existió realmente y causó un gran revuelo en Jerusalén, una hipótesis sencilla que lo explica todo de una vez? ¿O que un gigantesco complot, con miles de ramificaciones, fue urdido por un puñado de hebreos en sandalias, movidos por el deseo de morir como mártires por historias que habían inventado?” (Catholix Reloaded, Cerf, p. 66).

La segunda hipótesis es tan irracional y carente de credibilidad que ha sido completamente abandonada a nivel académico. Craig Evans, ampliamente reconocido por sus escritos sobre la historicidad de Jesús, opina que “ningún historiador serio, sea cual sea su religión, si es que la tiene, puede dudar de que Jesús de Nazaret vivió realmente en el siglo I y fue ejecutado bajo la autoridad de Poncio Pilato, gobernador de Judea y Samaria” (Jesus, The Final Days – What Really Happened, Westminster John Knox Press, 2009, p. 3).

A la luz de recientes trabajos sobre la fiabilidad histórica del Nuevo Testamento, el historiador Graham Stanton concluye lo siguiente:

“Hoy en día, casi todos los historiadores, cristianos o no, aceptan que Jesús existió y que los Evangelios contienen mucha información válida […]. Hay acuerdo general en que, con la posible excepción de Pablo, sabemos mucho más sobre Jesús de Nazaret que sobre cualquier líder religioso o pagano del siglo I o II” (The Gospels and Jesus, Oxford University Press, 2002, p. 145).

2
“NAZARET NO EXISTÍA EN EL SIGLO I”

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En su último libro, Michel Onfray afirma que la ciudad de Nazaret no existía en el siglo I (Teoría de Jesús, p. 31). Esta afirmación es manifiestamente falsa. Como señala el célebre historiador ateo especializado en el cristianismo primitivo Bart Ehrman,

“Un argumento que me parece completamente poco convincente es la idea de que Jesús de Nazaret no pudo haber existido porque Nazaret no existió […]. […] Los arqueólogos han desenterrado el emplazamiento de la antigua ciudad de Nazaret y lo han encontrado. Este punto no es discutido por los arqueólogos palestinos, muchos de los cuales son buenos amigos míos. No discuten la existencia de Nazaret porque excavaron y la encontraron. Encontraron una casa, una granja, cerámica, monedas […] y la cerámica y las monedas datan de la época de Jesús. Nazaret ciertamente existió, y su existencia ha sido probada. Quien piense lo contrario simplemente no conoce el registro arqueológico. Me temo que es así de simple” (¿Existió Jesús?, 2017).

3
LA CRUCIFIXIÓN: ¿UN ACONTECIMIENTO IMPROBABLE?

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Los historiadores saben muy bien que la crucifixión es uno de los acontecimientos históricos mejor atestiguados de la vida de Jesús. Todos los especialistas son unánimes al respecto. El mismo Michel Onfray, que prefiere ir por libre, considera “inverosímil” la crucifixión de Jesús porque, según él, “en aquella época, a los judíos se les apedreaba, no se les crucificaba”. Se trata de otro error histórico flagrante.

Es un hecho perfectamente probado que los judíos eran crucificados con frecuencia en la Antigüedad. Por ejemplo, Flavio Josefo informa que en el año 4 a.C. el gobernador sirio Varo crucificó a dos mil judíos (Antigüedades judías, 17, 295).

Del mismo modo, sabemos que Tito también mandó crucificar a mucha gente, ¡tanto que se quedó sin madera para ponerlos a todos en cruces! También sabemos que el sumo sacerdote de Jerusalén, Alejandro Janneo, también mandó crucificar a 800 fariseos delante de sus propias familias (Flavio Josefo, “La guerra judía”, I, 97).

4
¿FUE EL ENTIERRO DE JESÚS UNA INVENCIÓN DE LA IGLESIA PRIMITIVA?

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La sepultura de Jesús es también uno de los hechos históricos mejor atestiguados después de la crucifixión. Este acontecimiento se menciona en todas las fuentes más primitivas del cristianismo (en los cuatro Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles y en los credos primitivos de las cartas de Pablo (1 Cor 15, 3-8), que se remontan a principios de los años treinta. Afirmar que “la inhumación está fuera de lugar” es ir en contra del consenso académico, ya que en tiempos de Jesús “la víctima se dejaba colgando, a merced de las aves de rapiña y de los perros, que podían despedazar fácilmente el cadáver” (Tratado de ateología, p. 173).

Por el contrario, el entierro de Jesús encaja perfectamente con los demás datos históricos del siglo I. Incluso Flavio Josefo reconoció que “los cuerpos no debían quedar insepultos” (Guerras judías, IV, 317) y admitió que las víctimas crucificadas tenían derecho a una sepultura adecuada. Esto no es sorprendente en la medida en que la ley judía exigía que los extranjeros y los criminales fueran enterrados: “Si se da muerte a un hombre que ha cometido un crimen digno de muerte, y lo colgáis de un madero, su cadáver no permanecerá en el madero toda la noche, sino que lo enterraréis el mismo día” (Deut 21, 22-23).

Filón de Alejandría, filósofo judío que vivió entre el 20 y el 45 d.C., confirma también la práctica común de enterrar a los condenados a muerte: “He visto crucificados que fueron devueltos a sus padres para ser enterrados, como era costumbre al acercarse estas fiestas” (“Contra Flaccus”, 83).

Por último, disponemos de fuentes arqueológicas que confirman el hecho de que los condenados a crucifixión de la época eran enterrados. Se han encontrado alrededor de ciento cuarenta clavos en tumbas judías, algunos con restos de calcio óseo, lo que sugiere que otras víctimas crucificadas habían sido enterradas. Por tanto, el entierro de Jesús encaja perfectamente con los datos históricos del siglo I.

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