El 9/11 (11 de septiembre) de 2001, Judith Toppin, empleada de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, trabajaba en la planta 71 del One World Trade Center cuando su vida cambió para siempre. A las 8:46, momentos después de haber terminado de revisar su correo, Judith oyó "un fuerte estruendo", según relató en un escrito elaborado por ella poco después de los hechos.
"Como mi despacho estaba situado junto a las ventanas, me trasladé inmediatamente al centro de la planta y quedé orientada hacia el este. Para mi horror, vi humo, llamas y escombros cayendo desde arriba. Sentí que el edificio se estremecía".
Judith, que sufría graves problemas de salud, sentía que su corazón latía con fuerza. Pronto sonó su desfibrilador y ella "se dobló". Algunos compañeros vinieron a verla, pero al cabo de unos instantes un encargado se apresuró a ordenar a todo el mundo que abandonara el edificio.
"Yo estaba sentada en una silla, intentando desesperadamente mantener el control y la calma para evitar que se disparara mi desfibrilador. Ahí estaba yo, con el corazón mal, los pulmones mal, las piernas hinchadas y pesadas, y la velocidad de un caracol en el mejor de los casos. Sabía que iba a tener que ser excepcionalmente fuerte para poder caminar hasta la calle. Todo lo que podía pensar era: 'Dios, si esta es la forma en que quieres que muera, que se haga tu voluntad, pero por favor, sin dolor'".
Sus compañeros no sabían qué hacer. Fue entonces cuando Judith oyó a un hombre decir a los demás "que debían irse porque 'me tenía'". El hombre era Paul Carris, un ingeniero de 46 años que también trabajaba para la Autoridad Portuaria. No se conocían.
"Me aseguró que nunca me dejaría caer"
Paul Carris condujo a Judith Toppin por las escaleras de la Torre Norte hasta un lugar seguro. Mientras se abrían paso lentamente entre el humo y los escombros, Paul se enteró de la existencia del desfibrilador de Judith cuando de repente se activó y "literalmente la levantó de las escaleras." Judith vio el anillo de boda de Paul, y de repente se dio cuenta del sacrificio que estaba haciendo al quedarse con ella.
"Le pedí que me dejara atrás", escribió Judith, "y se salvara, ya que tenía una familia y yo avanzaba demasiado despacio. Mis palabras cayeron en saco roto, pues me ordenó que adelantara la pierna izquierda y dejara caer el pie derecho hasta el siguiente escalón. Me aseguró que nunca me dejaría caer".
Por su parte, Paul Carris aún recuerda vívidamente "a los bomberos que subían mientras nosotros bajábamos", y "toda la ceniza gris que lo cubría todo" al salir del edificio. "De repente, empecé a ver cuerpos, y eran los saltadores, y eran literalmente planos, en dos dimensiones".
Paul y Judith fueron de las últimas personas en abandonar la Torre Norte del World Trade Center antes de que se derrumbara, al igual que lo había hecho la Torre Sur media hora antes.
Una división profunda
Paul Carris fue alabado como un héroe en los días posteriores a la tragedia, pero como explicó a Aleteia, oírse a sí mismo descrito de esa manera "desencadenó una discrepancia".
No podía conciliar el relato de Judith Toppin sobre "este tipo que hizo todas estas cosas correctas perfectamente con el momento adecuado en cada paso del camino" y "un montón de pasos en falso que había dado en mi propia vida antes de eso". Aunque era católico practicante y "muy activo" en su comunidad parroquial del Corpus Christi en Hasbrouck Heights, Nueva Jersey, Paul Carris solo podía ver una profunda división en su vida. "La iglesia era la iglesia, y todo lo demás era todo lo demás".
Los acontecimientos del 9/11 le pasaron factura física y mentalmente. Durante un tiempo, el sonido de los aviones volando a baja altura o el paso de los camiones de bomberos le producían "escalofríos". "No me daba cuenta de lo que estaba pasando", dice Paul. "Solo sabía que unos meses después del 11 de septiembre empecé a tener esos ataques de ira, que en realidad rozaban la rabia". Su mujer y sus hijas se llevaron la peor parte de su agitación emocional. "Luego me encontré una noche aquí mismo, en Corpus Christi, llorando, como diciendo: 'Dios, ¿qué me está pasando?'".
Una ventana totalmente nueva
Un párroco recomendó a Paul que acudiera a un sacerdote franciscano que practicaba la psicología. "Hice terapia con él durante nueve meses. No fue una terapia fácil. Estuvo hurgando mucho en mi vida, intentando sacarme cosas a las que supongo que yo me resistía".
Fue en un fin de semana de Cursillos de Cristiandad cuando Paul hizo un gran avance. Empezó a darse cuenta de que, incluso con su "cerebro lógico de ingeniero", no todo en la vida podía analizarse racionalmente para encontrarle sentido. "Y eso me abrió una ventana completamente nueva por la que saltar y descubrir una relación con Dios que nunca antes había tenido, a pesar de haber sido católico practicante toda mi vida", dice Paul.
En 2011, Paul fue ordenado diácono permanente de la arquidiócesis de Newark. Desde entonces sirve en su parroquia natal de Corpus Christi. "Me encuentro todo el tiempo con personas que probablemente tienen lo que podríamos llamar sus propios mini 9/11", dice el diácono Paul, "sus propias tragedias con las que tienen que lidiar, ya sea la muerte o luchas matrimoniales o algo así". Dice que intenta ofrecerles ayuda espiritual y les anima a buscar terapia basándose en su propia experiencia pasada.
Judith Toppin murió en 2020. Ella y el diácono Paul habían permanecido en contacto, viéndose una o dos veces al año. La mujer que llamaba a Paul Carris "su ángel" y acudió a su ordenación, por supuesto.
Un acto de servicio
Tras leer el relato de Judith Toppin sobre su angustiosa huida, y escuchar la historia personal del diácono Paul, parece innegable que Paul Carris fue un héroe el 9/11, y que Jesús le colocó en ese lugar de la Torre Norte para rescatar a Judith Toppin. Parece igualmente evidente que Jesús necesitaba que Judith Toppin estuviera donde estaba para ayudar a Paul Carris y conducirle a su ministerio.
"Absolutamente", dice el diácono Paul. "Ese resultó ser mi mega acto de servicio. Que es lo que es ser diácono, servir".