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En los días en que se recordaba una importante masacre protagonizada por una secta (los Davidianos de Waco, Texas, cuyo fatal desenlace tuvo lugar en abril de 1993), el mundo vuelve a asistir a una tragedia desencadenada por otro grupo fanático que asegura basarse en la Biblia para dañar a sus seguidores.
El hallazgo progresivo del horror
En esta ocasión ha sucedido en Kenia, donde el pasado 13 de abril la policía accedió a la sede de los Ministerios Internacionales Buenas Noticias tras conocer que allí se estaba realizando una práctica de ayuno extremo, hasta la muerte. Aunque rescataron a 15 adeptos, 4 de ellos murieron en el trayecto al hospital de la ciudad de Malindi.
Al día siguiente los agentes detuvieron al líder de la secta, Paul Mackenzie Nthenge, que comparecerá ante el juez el próximo 2 de mayo. Por ahora, sus declaraciones son más que preocupantes: Mackenzie habría dicho a la policía que encontrarán a más de mil personas que han obedecido su llamada al ayuno "para encontrarse con Jesús".
En este momento, la cifra actualizada de cadáveres hallados es de 98, pero las autoridades trabajan contrarreloj en la búsqueda de más adeptos, vivos o muertos, en un territorio inmenso, donde se encontraría el resto de miembros del grupo: el bosque de Shakahola, de más de 300 hectáreas de terreno. De allí se están exhumando los cadáveres y allí están encontrando supervivientes. Cruz Roja sabe de al menos 210 desapariciones, lo que aumenta la preocupación.
Hasta dónde llega el fanatismo
Precisamente en esta búsqueda de víctimas se está mostrando la realidad de una secta que ha llegado a ejercer un control total sobre la vida de sus componentes. Una mujer hallada con vida por las autoridades "rechazó absolutamente los primeros auxilios y cerró con fuerza la boca, negándose a comer, y quiso continuar su ayuno hasta la muerte", según explicaba a los medios el responsable de una ONG que trabaja en la zona.
Los testimonios que se van publicando ejemplifican muy bien ese control férreo por parte del líder, que decía tener línea directa de comunicación con Dios, quien le habría revelado que "su misión en la tierra había llegado a su fin", y por eso indujo a sus seguidores a practicar un ayuno estricto que llegara hasta la muerte.
Entre las enseñanzas del gurú destacan las del rechazo de la educación y la sanidad, que serían obra del diablo, y la insistencia en leer la Biblia (interpretada al antojo del líder) y privarse de la alimentación. Evidentemente, los niños han sido sus víctimas principales durante todos estos años, ya que estaban sin escolarizar y desnutridos.
Claves sobre el grupo
Paul Mackenzie Nthenge fundó los Ministerios Internacionales Buenas Noticias en 2003 en la ciudad costera de Malindi, pero sus polémicas enseñanzas y su captación de personas hizo que tuviera que abandonar el lugar, desplazándose al interior. En 2019 ya se estableció en la zona del bosque de Shakahola con sus adeptos, aunque la secta tiene presencia en varias ciudades de Kenia, con unos 3.000 miembros.
Mackenzie era taxista antes de convertirse en líder religioso. Por lo radical de sus enseñanzas, ha sido denunciado, arrestado y procesado varias veces, aunque lo han soltado por falta de evidencias. También ha sido protagonista con frecuencia por asuntos controvertidos. Por ejemplo, en 2017 una redada policial rescató de la secta a más de 90 niños. Al año siguiente, en la localidad de Magarini, la población demolió su iglesia.
Según informa estos días la prensa de Kenia, en 2017 fueron acusados, tanto él como su esposa (Joyce Mwikamba), de promover la radicalización, negar a los niños el acceso a la salud y la educación y dirigir una escuela y una estación de televisión no autorizadas. Pero fueron puestos en libertad después de ser declarados inocentes.
Su filiación espiritual
"Nos preparamos para la segunda venida de Jesucristo", podemos leer en el blog del grupo, que insiste en "enseñanzas, prédicas y profecías sobre el final de los tiempos". Su acento es fuertemente apocalíptico. Además del rechazo ya señalado de la educación y la sanidad, podemos ver en sus doctrinas una aceptación de teorías de la conspiración.
La secta liderada por Mackenzie pertenece a la corriente "branhamista" del cristianismo pentecostal. Esta corriente debe su nombre a William M. Branham (1909-1965), un predicador de EE.UU. que procedía del pentecostalismo unitario (que identifica a Jesús con el Padre y con el Espíritu Santo, negando la Trinidad).
Las doctrinas y prácticas de Branham, que enfatiza todo lo relativo a la segunda venida de Cristo y las curaciones y milagros, fueron rechazadas por las confesiones cristianas, y su movimiento fue considerado una secta desde muy pronto, pero él se extendió rápidamente por Europa, África y Asia. Y precisamente en el continente africano se mantienen muchos grupos que son sus herederos directos. De hecho, el gobierno de Sudáfrica llegó a prohibir sus campañas de proselitismo.
Reacciones institucionales… ahora
Según el presidente de Kenia, William Ruto, lo que ha sucedido "es un tipo de terrorismo". Agrupaciones como la de Mackenzie "deben ser cerradas. No toleramos a las personas que predican sermones engañosos que causan muertes", ha añadido. También el ministro del Interior ha arremetido contra el "abuso" del derecho a la libertad religiosa, llamando a una legislación que prevenga casos como éste.
"Condenamos enérgicamente cualquier forma de organización religiosa que promueva creencias extremistas y opere fuera de los límites de la ley, poniendo en peligro la seguridad y el bienestar de los kenianos", ha dicho Japhet Koome, inspector general de la Policía del país.
Sin embargo, hasta que no ha llegado la tragedia no han llegado las reacciones de las autoridades. Se ha sabido que el pasado mes de marzo Paul Mackenzie fue detenido, acusado de ser el responsable último la muerte de dos niños que fallecieron tras haber sido privados de alimento y, finalmente, asfixiados por sus propios padres. Fue puesto en libertad tras pagar una fianza de poco más de 700 euros.
Una vez más, se trata de un grupo ya conocido, con una trayectoria de 20 años –desde su fundación en 2003– y con un largo historial de denuncias y detenciones, sin que haya habido una preocupación efectiva de las administraciones públicas. Una vez más, los lamentos y condenas llegan tarde, tras un daño inmenso que no sólo ha llevado a la muerte de una cantidad importante de personas, sino también al sufrimiento de cientos de familias a lo largo de dos décadas.