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Todo es luz

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Tusumaru | Shutterstock

Feliciana Merino Escalera - publicado el 14/02/23

La antología "Poesía de la luz", editada por Valparaíso a cargo de Pablo Ortiz y Fernando Arredondo, y con ilustraciones de Andrea Reyes de Prado, es más luz, luz para un mundo que vive en tinieblas, ajeno a esta presencia enamorada que nos envuelve

La luz puebla las esquinas de las calles, de los seres que noctámbulos encienden las farolas en la mañana naciente. La luz se posa en los adoquines, renueva las aceras haciendo brillar en ellas las gotas del rocío. La luz enciende la música de la vida, su aroma, el renuevo de todo lo que la noche deshizo en niebla y humo.

Todo es luz, “lo que toca lo llena de vida, de alegría. Y a la vez revela el misterio. La luz aclara y oscurece, muestra y oculta. Ver avisa también de lo que no se ve, de lo que hay más allá, del origen”.

La antología “Poesía de la luz”, editada por Valparaíso a cargo de Pablo Ortiz y Fernando Arredondo, y con ilustraciones de Andrea Reyes de Prado, es más luz, luz para un mundo que vive en tinieblas, ajeno a esta presencia enamorada que nos envuelve

Estamos acostumbrados a andar veloces hacia ninguna parte, perdiendo el contacto con la realidad más sencilla y abrumadora que nos anuncia, a cada instante, el prodigio de la luz, de la belleza, de la maravilla de lo real, del milagro. Que la luz se haga es el signo más reconocible de que nuestra vida no es un puro deambular sin sentido.

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Mirar con ojos nuevos el mundo es alumbrarlo, es reconocer “de dónde procede la luz más clara sino de los ojos del amigo, de la persona amada”. La luz es “como un pequeño inmenso amor/ que se cae de maduro, / que se entrega redondo.” (Joaquín Antonio Peñalosa). Es el descubrimiento de la belleza: “La belleza anda suelta, desnuda y descalza. / Le decimos anda, ven, y no viene. O viene.” (José Antonio Muñoz Rojas).

Es el fogonazo que su resplandor deja en nuestro interior en cualquier momento, cuando el silencio desencadena su poderosa fuerza: “El silencio es aquella luz oscura / que nos alumbra el alma, el himno de la noche, que silencia / la llegada del alba.” (Jaime García-Máiquez).

Se hospeda en lo cotidiano, en instantes que pasan por la tarde y la engrandecen, en un vaso de agua, en un simple recuerdo rescatado, entre las sábanas o en una taza de té, en los ojos de un “chico en paro” (Alejandro Simón Portal) o en la anciana que con un hilo de sol teje su bienestar (Susana Benet). Son las flores de la vida, las montañas, las piedras, los árboles o las calles que recorremos, y todas y cada una de las horas por las que el día nos recorre, si buscamos con ahínco su sentido. “Hemos venido a buscar sentido al comenzar el día, / como la cierva del salmo busca las corrientes, / entre el sueño y los horarios que nublan nuestro / empeño, […]” (Pablo Luque Pinilla).

También la luz se desvela en la tormenta que nos cuestiona: “Cuando el dolor te venza y te derrumbe y des / con tus huesos en una noche ciega, / no pienses ante todo en escapar: indaga / en el hondo misterio que supone / que ese dolor exista, igual que existen / el pájaro y la flor, la hormiga o las estrellas.” (Eloy Sánchez Rosillo).

La luz dice Misterio y lo canta, porque “Lejos, más allá de las lejanas estrellas, / reluce la luz más hermosa, / la luz que todavía me hace cantar.” (Canto popular abruzo). “Siempre la claridad viene del cielo” (Claudio Rodríguez). Las palabras apenas traducen la desproporción que percibimos entre el alma creadora del Universo y una margarita: “Tú que amontonas Agujeros Negros / en las pupilas ciegas de este Cosmos, /¿por qué esta margarita?” (Daniel Cotta). 

Da igual si las realidades son menudencias o enormidades. La luz se posa sobre todo lo que es y lo que somos, de dentro hacia fuera, nos hace participar de la creación como testigos, recreándose en nuestros ojos asombrados de niños que asisten a la primera mañana del mundo. La luz lo hace posible. 

Luz que es el antídoto de la rutina: “El poema es una espalda / que me asoma al milagro / burlando la pared de la costumbre. / La luz no es solo un oro habitual: / también es alumbrándonos / victoria del amor tras la tiniebla. / Promesa en las ruinas de lo eterno.” (Jesús Montiel), es el aroma del amor de la madre que despierta ante el llanto desconsolado de su hijo todas las mañanas, es el apretar los ojos ante la desdicha o el sufrimiento del amigo, o del nuestro.

Busca esta antología que recobremos de nuevo la esperanza en una vida grande, llena de cosas pequeñas y olvidadas. No es solo un libro de poesía, sino de luz, de luz nueva que a través de estas páginas puedan volver a herirnos de Amor y de Belleza. Por ello la luz es como una pequeña esperanza, como dijo Peguy: “Y mi pequeña esperanza no es nada más que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo al principio de abril.”

Los desengaños de la vida, las frustraciones frente al fracaso, como se dice en el prólogo, los amores no correspondidos o rotos o no alcanzados, nos han llevado a ser “seres planos en un mundo sin perspectiva, sin tridimensionalidad”, y a entender el tiempo como una sucesión de instantes abocados a su fin, lo que los libera del tedio de existir con un porqué, con un sentido. Hemos perdido el sentido porque hemos perdido la luz, su anhelo, la pasión por la realidad, la necesidad de ser alumbrados una y otra vez por este desgarro que es la vida, sufriente y rota, y con todo, llena de luz, que es Amor. “La luz es el verbo de toda belleza. Luz es amor.” (R. M. del Valle-Inclán).

Es un libro que da voz a 34 poetas, pero es una sola la voz que en nosotros resuena. Porque no es una simple antología de poemas.  Es un libro de súplica, de mendicidad, de ruego desde las entrañas más profundas de un mundo que se nos muere si no contemplamos su necesidad de redención a través de la mirada, a través de la luz que siempre es don, regalo inaplazable, renuevo de la vida en sus verdades más sencillas y elementales. Es por ello también un libro de cantares, de alegría, de celebración, de esperanza, de hallazgo siempre inacabado que se deja sentir en cada una de nuestras venas ante el descubrimiento de lo que la luz significa como origen y como destino.

La poesía entonces, como la filosofía, se convierte en premio. “Cualquiera que viva puede gozar de esta realidad, porque la verdad no es lo que se consiga en la vida, sino cada día, cada respiración, cada mirada, cada sonrisa. Cualquier instante es único, cualquier encuentro una oportunidad, cualquier circunstancia exterior o interior puede ser alumbrada por lo auténtico, que traspasa lo falso y alcanza lo trascendente”.

Esta recopilación de poemas hace de sus autores “centinelas del alba, personas atentas, o más bien vigilantes y asombradas ante la claridad fulgurante que aparece en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier ser, sin encontrar en ellos más relación que la de querer cantar la alegría de vivir con una voz accesible y amistosa, parecida a la sencillez con la que se presenta la luz que los cautiva”. Tras su lectura, yo también  quiero ser centinela de todo cuanto acontece. ¡Hágase la luz!

Tags:
poesía
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