Los días más oscuros de la vida del arzobispo Van Thuan transcurrieron en la cárcel; y sus días más luminosos, allí mismo.
Tenía 48 años y recién lo habían nombrado arzobispo coadjutor de Saigón; su ministerio sacerdotal era todo un éxito.
Muy atareado estaba en su nueva diócesis, formando laicos, seminaristas y sacerdotes, cuando el gobierno comunista lo arrestó por su fe cristiana.
Él, que era un hombre muy activo, un “scout” de Dios, acostumbrado a trabajar contra el reloj, de repente se vio despojado de todo y encerrado. Dice que quedó en shock.
Preso por Cristo
El 15 de agosto de 1975 comenzó su cautiverio; estuvo trece larguísimos años como san Pablo, preso por Cristo. Completamente aislado los primeros nueve años y, luego, rodeado de prisioneros desesperados. Describe así sus primeros días tras las rejas:
El venerable Van Thuan nos comparte siete maravillosas meditaciones, fruto de sus vivencias y reflexiones en la cárcel.
Este texto contiene la visión esperanzadora de un hombre con una fe inquebrantable, que en medio de la adversidad se dedicó a amar al prójimo.
Su relato es sencillo y alegre, no parece que hablara de su doloroso cautiverio.
Comienza diciendo que así como el muchacho del relato Bíblico puso los cinco panes y dos peces que Jesús multiplicó para alimentar a la multitud, él nos ofrece en estas meditaciones, lo poco que tiene, su testimonio de fe en la prisión, confiando en que “Jesús hará el resto”.
“Voy a ser la presencia de Dios aquí”
Desde el primer momento de su arresto, decidió que no esperaría a recuperar su libertad para continuar con la obra de Dios, sino que colmaría sus días de presidio con amor, sin perder ni un segundo: sería misionero en la cárcel.
Sin embargo, este elevado propósito, se le complicó mucho porque estaba completamente aislado, y los dos guardias que lo vigilaban, lo evitaban; sólo le decían “sí” y “no”. Cuenta que estando enfermo le pidió a un policía:
Entonces, en medio de una atmósfera tan adversa, y sin nada material para regalar a los guardias, se hizo esta reflexión:
Y eso hizo. Se empleó a fondo en el amor al prójimo: amable y sonriente comenzó a contarles de sus viajes por el mundo y de todo lo que sabía: idiomas, economía, libertad, tecnología, etc. Así, conversándoles, fue ganándose su amistad.
Van Thuan en la cárcel, ¡qué peligro!
Cada quince días cambiaban a los policías para que Van Thuan no los “contagiara” con su amabilidad.
Pero luego decidieron no rotarlos, sino mantener siempre a los mismos dos guardias, para que el arzobispo no los echara a perder a todos.
Finalmente, los carceleros cedieron y quisieron que el peligroso y bondadoso prisionero, les enseñara inglés y francés; incluso, uno de ellos quiso aprender a cantar en latín Veni Creator, como Van Thuan.
Así fue como los esquivos e insensibles guardias se convirtieron en sus alumnos, y luego, los jefes de la policía, le enviaban más alumnos.
Los guardias, admirados, no podían entender su comportamiento, entonces le preguntaban: ¿De veras nos ama? ¿A pesar de que le hacemos daño? ¿Aun sufriendo por haber estado tantos años en prisión sin haber sido juzgado?
También deja constancia de la conversión de budistas y no cristianos, y del fervor de los católicos que retomaron su fe, gracias a la fuerza del amor “irre-sis-tible” de Jesús.
Cuenta que paulatinamente fue aumentando el grupo de los “contagiados”, al punto que de noche los presos se turnaban en adoración eucarística. ¡Increíble!
“Han sido las misas más bellas de mi vida”
En la cuarta meditación, titulada “Mi única fuerza, la Eucaristía”, relata cómo se las ingenió para conseguir el vino y las hostias, y poder celebrar la Misa.
De manera clandestina, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebró la Eucaristía, primero solo, y luego en compañía de otros presos.
¿Y de qué más habla en estas meditaciones? De la importancia de la oración, de vivir el momento presente, de distinguir entre Dios y las obras de Dios y del lugar especialísimo que tiene María Inmaculada en su corazón.
“Cuando hay amor; Jesús está en medio de nosotros”
Para el arzobispo vietnamita, la cárcel fue una cruz muy dolorosa que sufrió, pero no sufrió solo, sino con Cristo, por Él y en Él.
Desde el primer momento de cautiverio, se propuso ser instrumento del Amor, y con la gracia de Dios lo logró.
En medio de las tinieblas de la cárcel, Van Thuan fue el rostro luminoso de la misericordia de Dios. Todos lo vieron.