A veces no sé ver mi fuerza, los talentos que tengo, el amor que recibo, la luz que brilla con más fuerza por encima de mi pecado...
En mi vida necesito esta fe: creer en el poder de Dios, en el poder de las personas con las que me cruzo.
Es una fe como la de aquel hombre ciego, Bartimeo, sentado al borde del camino. Despreciado por los hombres. Ignorado por muchos.
Era un abandonado por culpa de esa ceguera que lo excluía del mundo. Estaba solo y no por eso se desanima.
Grita con voz potente y pide misericordia. Le grita al hijo de David. Tiene fe en su poder. No ve con los ojos pero sí con el corazón.
Jesús simplemente pasaba delante de Bartimeo. Y él cree en Él, tiene fe y grita.
No se queda pensando que no es digno. No deja que la tristeza de su carencia, de sus límites, frustren su vida.
Pedir ayuda
Parece imposible pensar que Jesús se detenga ante él. Era un gran profeta, tendría muchas cosas que hacer.
A veces no molesto a quien necesito porque pienso que no tiene tiempo para mí. Creo que no valgo lo suficiente para ocuparle. Quizás no me valoro lo suficiente. No creo realmente en su corazón bondadoso.
Creo que la primera condición para ser salvado es sentirse en peligro, sentirse enfermo, sentirse pecador.
Sin esa experiencia de necesidad es imposible dar el paso y gritar.
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