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La misa, el acto más sublime que se celebra cada día en la Tierra

EUCHARIST
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Luisa Restrepo - publicado el 25/08/21
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En la Misa Jesús se ofrece como sacerdote y víctima. Nosotros nos ofrecemos con Cristo y unidos a su sacrificio, entramos en comunión profunda con Él.

En la Misa se hace presente la redención del mundo. Por eso es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra cada día en la Tierra.

Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Para que una Misa sirva, basta con que asistamos voluntariamente, aunque a veces no tengamos ganas de ir. La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Vamos al dentista voluntariamente, porque comprendemos que tenemos que ir, pero puede que no tengamos ganas de ir.

Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. A nadie puede convencerle lo que no conoce, a quien carece de cultura, tampoco le dice nada ir a un museo.  Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla, hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.

Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir. Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir solo cuando nos gusta. Pero las cosas que nos hacen bien hay que hacerlas con ganas y sin ganas. No todo el mundo va a clase o al trabajo porque es divertido, a veces hay que ir sin ganas, porque necesitamos ir.

Te quiero dar 3 motivos infalibles para que aprecies el valor de la misa:

1En la misa aprendemos a vivir:

¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada! (San Alberto Hurtado).

El sacrificio eucarístico es la renovación del sacrificio de la cruz. En cada misa Jesús se vuelve a ofrecer por nosotros y quiere unirse a nuestra vida.

Nosotros podemos volver a vivir ese amor de dos maneras: la primera es ofrecer, como nuestro, el sacrificio de Jesús, actualizando y agradeciendo el amor que nos tiene. La segunda consiste en aportar al sacrificio eucarístico nuestros propios sacrificios personales, ofreciendo nuestros trabajos, las dificultades y sufrimientos que tenemos, sacrificando nuestras malas inclinaciones. Con esto nos unimos a Jesús y nos vamos transformando en Él.

Aprendemos a vivir porque le damos sentido a nuestro sufrimiento cotidiano, no sufrimos solos, un gran amigo comparte el sufrimiento con nosotros.

2Siempre tiene efecto.

“Esta maravillosa presencia de Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida. No tenemos nada que envidiar a los apóstoles y a los discípulos de Jesús que andaban con Él en Judea y en Galilea. Todavía está aquí con nosotros. En cada ciudad, en cada pueblo, en cada uno de nuestros templos; nos visita en nuestras casas, lo lleva el sacerdote sobre su pecho, lo recibimos cada vez que nos acercamos al sacramento del Altar. El Crucificado está aquí y nos espera y nos espera” (San Alberto Hurtado).

Puede que no veamos la transformación que sucede en nuestro corazón, pero debemos estar seguros que misteriosamente la gracia de Dios está obrando en nuestras vidas. Dios actúa en nuestros corazones la conversión sin que nos demos cuenta, basta con tener el deseo profundo de querer estar con Él y colaborar con nuestros pequeños esfuerzos y actos de amor.

Ir Misa de buena gana significa comprender lo maravilloso que es poder mostrar a Dios que lo queremos y participar del acto más sublime de la humanidad: el sacrificio de Cristo por el cual redime al mundo.

3Nos une anticipadamente a Cristo, prefigurando lo que viviremos en el cielo.

Realmente nos unimos en cuerpo, alma y espíritu a Jesús. Entramos en verdadera común-unión con Él.

“Es por esto que normalmente, cuando nos acercamos a este Sacramento, se dice que se “recibe la Comunión”, que se “hace la Comunión”: esto significa que, en la potencia del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma en modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ahora ya la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celeste, donde, con todos los Santos, tendremos la gloria de contemplar a Dios cara a cara” (Papa Francisco).

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