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Venezuela y un pueblo que “produce sacerdotes” en plena crisis

VENEZUELA
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Macky Arenas - Aleteia Venezuela - publicado el 26/05/21
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Ni la delincuencia, ni las vías intransitables, ni el miedo impidieron a la gente salir a las calles de Guaripa a celebrar a su vecino, recién estrenado sacerdote de Cristo

En la ruta, que toma aproximadamente dos horas desde Caracas, íbamos con miedo. Esa es la verdad. Encomendados a María Auxiliadora -inspiración y tradición del pueblo a donde nos dirigíamos- sorteábamos los sobresaltos del camino. Baches imposibles, vías sin señalización alguna, abandono y desidia a derecha e izquierda y una soledad que helaba la sangre. Esa decadente visión contrastaba con los colores vibrantes de la naturaleza aragüeña, lo único que compensaba a la vista.

Otrora, esos caminos eran alegres, plagados de comercios donde se conseguía de todo y gente bulliciosa que ofrecía a los viajeros sus productos del campo, los granos, los quesos, las carnes, los chicharrones, dulces y mermeladas, dispuestos en pintorescas tienditas o típicas chocitas de barro y bahareque a lo largo de todo un trayecto que conduce a la puerta del Llano.

Después de varios años sin  pasar por allí, la ingrata impresión fue mayor y la sensación de tristeza e impotencia, indecible. Es como un desamparo y una devastación que torna difuso el paisaje. Le falta algo. Faltan la gente, las risas, la algarabía, el color. Una devastación que traspasa el alma. Es la realidad seca y árida de una Venezuela aniquilada que apesadumbra y desola.

Al volante iba el obispo de La Guaira. Concelebraría con el pastor de la Diócesis. Viajábamos también uno de sus sobrinos, un sacerdote, una colaboradora de sus obras sociales y quien suscribe. No podíamos dejar de asistir a la ceremonia de ordenación sacerdotal que se celebraría en la imponente iglesia de San Casimiro de Guiripa en Venezuela, de arquitectura colonial y una historia hermosa. 

La evangelización en Venezuela, marcó el nombre de los pueblos combinando el de los santos con las voces indígenas.  Casimiro es un nombre de origen polaco que significa “el que impone la paz”. No la paz de los sepulcros, sino la paz del alma. No la “paz” de la destrucción y desolación, sino la que llega por la abundancia y el reparto solidario de sus bondades. Tampoco se sabe cuál es el significado de Guiripa, pero se supone que refiere a alguna tribu o agrupación indígena de la zona.

Guiripa es un pueblo alto y fresco.  San Casimiro, más caliente, está montaña abajo a unos siete kilómetros serpenteando por una vieja carretera que hoy presenta fallas de borde espeluznantes…y es doble vía. Como para contener la respiración.

“Vamos a rezar, pide el obispo” arrancando. Todos contestamos la oración y avanzamos, como se dice en criollo, a la buena de Dios.

Las carreteras del estado Aragua, cercano a la capital, están hoy repletas de asaltantes de camino que aprovechan los obstáculos – o los crean-  en el terreno para sorprender a los conductores, atracarlos y hasta secuestrarlos. Desde hace unos años tienen esa nada honrosa fama. Grupos irregulares con métodos propios de guerrilla rural, en su momento permitidos y hasta auspiciados por el régimen para someter a la población y a los productores por la vía del terror, ahora se les han ido de las manos. Son historias e historias que van llenando el ánimo de un susto perenne, compañero infaltable de todo el que se aventure por allí.

La soledad del camino y los huecos que obligan constantemente a bajar la velocidad, mantienen la tensión al máximo y los dos ojos de cada uno se convierten en cuatro sin perder de vista cada recodo del camino, cada matorral, cada curva y cada furtivo caminante que emerge de algún montón de monte acumulado por la desidia a todo lo largo de la vía.

De vez en cuando, un puesto militar ordena bajar los vidrios y observan al interior del vehículo: “¿A dónde van? ¿De dónde vienen?…”. Y al ver el cuello clerical del obispo: “Adelante, padre, sigan”. Volvemos a rezar. Ya íbamos de regreso. Igual riesgo, igual zozobra. No ofrece ninguna seguridad esa graneada presencia militar la cual parece no tener órdenes de poner presión ni control sobre los irregulares que ya han segado muchas vidas en la zona.

Guiripa es el pueblo de Venezuela donde nació el valiente y recordado cardenal Rosalio Castillo Lara, quien ejerciera por más de 40 años en Roma al servicio de tres papas. Fue gobernador de la Ciudad del Vaticano y Administrador de la Santa Sede. Pero siempre se consideró un hijo de esas tierras donde su familia ha estado anclada por generaciones cultivando café y difundiendo la devoción por María Auxiliadora, la cual trajeron a su terruño antes de que los mismísimos salesianos pusieran un pie en Venezuela.

Siempre nos decía: “Yo habré sido cardenal en El Vaticano, pero en verdad no soy más que un campesino de Guiripa”.  Y la gente le retribuye la lealtad: “Él nunca nos abandonó, jamás nos olvidó aunque solo tenemos dos calles y volvió para quedarse con nosotros hasta el final”, recordaba uno de los más populares habitantes de ese pueblo que ha dado tantos sacerdotes y obispos a la Iglesia venezolana y un cardenal a Roma.

Y acaba de regalar otro sacerdote, Frank Riobueno, ése al que acompañamos en su ordenación y a quien conociéramos años atrás, cuando a sus apenas 8 o 10 años de edad servía como monaguillo en las misas del cardenal guiripeño. Imposible no estar allí. No importaba si hubiéramos tenido que atravesar la propia Franja de Gaza.

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El estado Aragua en Venezuela tiene un folklor muy rico. Gente sin complicaciones, acogedores, buenos agricultores y excelentes músicos. De hecho, la “siembra” coral de la región es famosa. Los grupos se multiplican y son literalmente coros angelicales. Uno de ellos cantó la misa de ordenación y fue mágico. Otros, más estruendosos, salieron a la calle acompañando al obispo de la diócesis -Mons Enrique Parravano y su comitiva- que caminaron desde la casa familiar del acólito hasta el templo, llenando el ambiente de alegría y color con el repique de sus tambores y vistosos uniformes.

Cada casa y cada poste de luz se vistieron de gala con palmas y riqui-riquis (*) para festejar el gran día en que, de nuevo, uno de los suyos vestiría la sotana. Le decían con cariño: “Honras a tu pueblo, te queremos y admiramos, eres nuestro orgullo”. Es uno de esos momentos que se viven en una Venezuela que bien podría haber perdido la ilusión, pero que alimenta la esperanza renovando su fe.

Es expresión de la fe viva de una comunidad que agoniza entre el desempleo, la despoblación, el cierre de negocios, los campos arrasados y la inseguridad campeando. Preguntamos sobre el espinoso tema a una dama que, amablemente, nos ofreció un frugal desayuno consistente en cachapas de maíz procedente de su sencillo huerto familiar: “Ha bajado un poco el asedio a nuestra gente. Se dan cuenta de que ahora somos más pobres, no queda nada que robar”.

Es un pueblo de Venezuela que viene de una pujanza agrícola y comercial que hace sólo 10 o quince años se resistía a mermar. Familias que se conocían todas y que vivían en armonía y hermandad. Ahora, abundan las historias de asaltos, asesinatos, robos y amenazas. Una familia entera fue masacrada, el episodio más cruento de que tengan memoria. Otro vecino fue vilmente asesinado en su propio jardín. En un corto lapso de tiempo mataron a más de 20 personas. Ante la mirada indolente de las autoridades, las bandas armadas han hecho invivible el trayecto y la convivencia segura en el pueblo. 

Otros han sido asaltados con amenaza de violación a esposas e hijas incluidas. Un asedio sin tregua. Una guerra no declarada pero sí activada. Muchos se han ido. Los jóvenes no ven horizonte…"cómo vamos a verlo si yo me especializo en informática y la mayor parte del día falta la luz?", nos comenta uno de ellos.

No obstante, las líneas de Dios son derechas aunque parezcan torcidas. Va remendando entuertos humanos con trazos divinos. Tal y como decía Don Bosco a sus hijos salesianos: “Durante la noche, María Auxiliadora arregla los desastres que hacemos de día”. Dios tiene una manera muy peculiar de intervenir en nuestra historia. Pareciera que mientras mayor es el desastre, surgen más vocaciones que aliviarán y acompañarán las desdichas de su pueblo. Frank será destinado a San Sebastián de Los Reyes, -a unos 40 minutos de San Casimiro- cuyo  nombre se debe a que la fecha de su fundación coincidió con el día de los Reyes, el 6 de enero de 1585, en el siglo XVI. Como natural del lugar, el nuevo sacerdote es doliente, conoce las penurias pero también el potencial existencial de su pueblo.

Nueve sacerdotes han salido de allí, uno de los cuales nos acompañaba al volante durante el viaje de ida y regreso, el hoy obispo de La Guaira, Mons Raúl Biord Castillo, cuya familia aportó a la Iglesia un sacerdote, un arzobispo de Caracas, un cardenal a Roma y él mismo. Esta sola familia, con raíces en Guiripa, ¡ordena un sacerdote por cada generación!

Esta zona, como toda Venezuela, tiene el aspecto de un pueblo negado a morir. Durante el trayecto, lo que fue una prometedora área industrial es un cuadro sin color. Todo cerrado, inactivo. La maleza se ha tragado edificaciones y senderos. De las bodeguitas y timbiriches a lo largo de las calles, donde antes se ofrecía toda clase de productos del campo y mercancía diversa, hoy sólo restan cuatro palos que antes sostuvieran fecundos mostradores.

Hasta las iglesias evangélicas ven crecer el moho en sus paredes exteriores. Las sabrosas panaderías, cuando no dejaron de funcionar, contabilizan pérdidas pues el peligro de la carretera disuade a muchos conductores sobre detenerse a tomar un café o comprar en esos locales.

Pero Dios sigue diciendo: “Acá envío a los míos, a mis ungidos”. A diferencia del relato evangélico, los reciben y acogen. Sienten orgullo de ellos. Comparten el trabajo y el pan. Y no tienen que sacudirse el polvo de las sandalias porque hasta eso los hermana, el mismo polvo, las mismas vicisitudes, el mismo empeño, el mismo destino.

El obispo informaba al final de la misa solemne, bella y muy emotiva: “Hace apenas semanas ordenamos dos; hoy uno; en unos días otros tres…”. Al salir, pululaban los seminaristas, iban de un lado a otro saludando y conversando ya terminada la ceremonia. Escuchábamos los diálogos: “Tú eres compañero de Frank. ¿Cuándo te ordenas?”. Y la respuesta invariable: “No lo sé, no depende de mí. Pero me habría ordenado hoy mismo”. 

Sinceramente, en medio de una situación tan deprimente y frustrante como la que vive el país en la actualidad, uno no puede menos que sentirse orgulloso de estos jóvenes venezolanos entregados a su misión, desbordantes de entusiasmo. Sin duda, una prueba de la existencia de Dios y de su misericordia vivificante y salvadora. Eso dijo Frank cuando le tocó dirigirse al público al final del acto: “Yo soy una manifestación del amor de Dios”.

(*) Los riqui-riquis, llamados así popularmente debido al sonido que hacen sus flores en periodo lluvioso al ser movidas por el viento, el cual se asemeja a un "rechinar", conforman un género de valor ornamental. 

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