Las autoridades provinciales de Camagüey recibieron una carta que se ha hecho pública donde la vida consagrada dice cosas como ésta:
“Las personas están cansadas y estresadas, lo que deteriora las relaciones sociales, familiares y personales. Sentimos que el pueblo no aguanta más, es una situación insostenible. La población desea alternativas factibles que encaminan al país hacia el desarrollo y el bienestar social”.
Camagüey, ciudad situada en el centro-este de Cuba, es la provincia más oriental del centro del país y la de mayor área. Tuvo el primer canal de televisión en Cuba (1959). Ha sido cuna de destacados patriotas y científicos, escritores y poetas, así como tiene fama de ser, históricamente, la “cosecha” más abundante de vocaciones religiosas en la isla. Las congregaciones de vida religiosa en la zona tienen una significación importante y considerable influencia moral.
Camagüey incubó las vocaciones del legendario obispo Manuel Arteaga y Betancourt. Igualmente de otro no menos significativo, monseñor Eduardo Boza Masvidal, expulsado de Cuba a principios de la revolución. De monseñor Obes. Y hoy del propio cardenal de La Habana, Juan de La Caridad García, del obispo de Bayamo-Manzanillo, monseñor Álvaro Julio Beyra Luarca, y de monseñor Wilfredo Pino Estévez, arzobispo de Camagüey .
Esto solo mencionar unos cuantos de quienes han integrado e integran el episcopado cubano oriundos de esa provincia de playas tropicales y de historia escondida en sus mágicos rincones, cuyo centro histórico es Patrimonio Cultural de la Humanidad.
El documento de Camagüey, como ya lo llaman, hay que inscribirlo en una doble dinámica. La primera, pasa por todo lo que desde hace unos meses está viviendo Cuba, algo inédito desde el punto de vista de la reacción popular, no de políticos, sino disidentes, artistas y gente del mundo de la cultura, de una manera muy peculiar pues está enraizada en los reales, serios y cotidianos problemas de la gente.
Es muy difícil desvirtuar o descalificar, en nombre de los tan conocidos recursos políticos como echar la culpa al imperialismo, la espontánea protesta de gente del pueblo cubano, de personas de extracción tan popular que proceden, comprobadamente, de barrios pobres y de comunidades necesitadas.
El otro tema es la Iglesia, sobre todo sus sectores –sacerdotes y monjas- estrechamente vinculados a los estratos más periféricos, especialmente después del inicio del año, con las medidas de reajuste que ha tomado el gobierno fruto del cambio de la moneda y sus consecuencias sobre los precios y los salarios. Ello ha pegado muy fuerte entre el pueblo y ha traído mucha más pobreza, como era de esperarse.
Ante ello, el gobierno no ha reaccionado hábilmente promoviendo una apertura combinada con represión, lo que se explica en parte por la proximidad del Congreso del Partido Comunista Cubano y además porque saben que soltar la mano podría implicar lo impredecible.
Son aspectos aunados a la circunstancia de que sacerdotes, actuando individualmente, han venido presionando el pronunciamiento de los obispos los cuales han sentido el reclamo de sus bases. Es un asunto pendiente que representa un desafío para la Iglesia en el sentido de cómo responde a la nueva situación planteada en el país.
Un asunto peliagudo. Esto tomando en cuenta que se trata de la dictadura más prolongada y férrea que conozca el continente, a lo largo de la cual la Iglesia ha necesitado de toda su astucia milenaria para sobrevivir y trabajar en medio de una historia plagada de atentados contra los derechos humanos, de lo cual ella no ha estado a salvo.
Como dijo Leonardo Padura en reciente entrevista:
Se viene escuchando el eco del descontento en forma de expresiones algo anárquicas. Esto de parte de algunos sacerdotes o religiosos que alzan su voz para decir lo que las mayorías no pueden decir. Ejemplo de ello es el sacerdote católico cubano Maikel Gómez, quien se hizo popular a finales de diciembre de 2020. En su homilía por la celebración de la Navidad.
El diácono de la Parroquia habanera de San Juan Bosco habló desde el púlpito sobre algo infrecuente en los 60 años de socialismo en Cuba. Hizo referencia a la libertad en la Isla.
«El rol de la Iglesia siempre ha sido claro y está muy bien definido -dijo- el anuncio del Evangelio, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad; este último es donde, a mi juicio, entra el ser voz de los que no tienen voz. La Iglesia está para consolar, para sostener, para unir y edificar, y también para denunciar aquello que pone en riesgo en cualquier sociedad todo lo anterior».
Los laicos también opinan y una de sus voces más respetadas es la del Dagoberto Valdés Hernández. En este caso un ingeniero agrónomo de profesión, educador de vocación y líder católico de alma. Desde su provincia de Pinar del Río dirigió la revista Vitral y actualmente dirige la revista digital Convivencia. Recientemente escribió sobre la misión de la Iglesia en Cuba:
“Hablo como laico comprometido de la Iglesia, no en nombre de toda ella, pero sí como miembro e hijo de ella y como cubano que ha optado por permanecer en la Isla intentando servir a la Iglesia y a la Patria en lo que necesiten y pueda (…) La fe cristiana no es solo un sentimiento, ni el cumplimiento de una serie de ritos y oraciones sin inserción ni compromiso con la vida pública. El pietismo es una de las enfermedades de las religiones: atrinchera en la privacidad, se cubre con múltiples y oportunas máscaras, se acomoda sin comprometerse e intenta vivir sin arriesgarse” (…).
Y remata alertando:
“Esa fe por cuenta propia e intimista no quiere buscarse problemas, busca una paz de los sepulcros, se anestesia del dolor ajeno. Ese tipo de fe privatizada se convierte en opio del pueblo y sedación de las personas. Es un eficaz mecanismo de alienación”.
Todas estas manifestaciones y otras varias precedieron al episodio que nos ocupa. Pero lo de este sitio cubano tiene una característica diferente y peculiar que vale la pena resaltar para comprender lo que ocurre.
La Iglesia es, claramente, ducha en aquello de manejarse en el terreno de lo posible. A lo largo de la historia ha sido una constante. En Camagüey apostó por tomarse en serio un diálogo con las autoridades para despejar la duda de cualquier actuación clandestina o escondida. Hasta donde hemos sabido, el obispo convocó a los religiosos –y religiosas sobre todo, probablemente porque ellas son quienes llevan las obras más significativas de la Iglesia a pie de pueblo- sin notarse la presencia de muchos sacerdotes diocesanos, párrocos específicamente, sino de consagrados en líneas generales según tenemos entendido, sin necesariamente estar todos los que eran.
Los firmantes y el obispo sostuvieron una reunión formal con las autoridades camagüeyanas, probablemente autoridades del partido en la zona y/o alguna otra autoridad. En el seno de esa reunión se habrían expresado las ideas que quedaron recogidas después en el documento que trascendió públicamente. Expresadas, por cierto y según testigos, con respeto, cordura y sensatez sin dejar por fuera, no obstante, los problemas acuciantes, concretos y reales de la gente.
No se sabe cuál fue la reacción del lado oficialista. Aparentemente, tomaron nota en medio de una reunión sin sobresaltos, y quedarían pendientes las debidas respuestas a los planteamientos. ¿Fue un saludo a la bandera? Es posible, pero sobre reuniones de esas características no tenemos noticia de que se hubieran celebrado en Cuba a lo largo de más de sesenta años.
El obispo se cuidó de que los participantes llevaran una minuta, una especie de acta que permitió elaborar el documento que recogió lo allí tratado. De esos contenidos derivó el famoso documento de Camagüey el cual trascendió a los medios internacionales bajo la forma de una carta a las autoridades. Pero en realidad, eso fue lo que ocurrió.
Si ello se repitiera en otras diócesis, dependiendo de las circunstancias de cada una de ellas, sería muy interesante la dinámica que generaría en las relaciones políticas dentro del país.
Es importante señalar que la carta, en sí, no es un hito pero sí lo es el proceso en que está envuelta. Es un hecho de cercanía y representación pública de acompañamiento a la gente, más allá de los pequeños círculos y comunidades en que la Iglesia cubana desarrolla desde siempre su labor.
No es la Iglesia cubana una institución de gran presencia social pero en los últimos tiempos, esa presencia pública ha crecido mucho y aparece crecientemente asociada con los reclamos populares de disidencia y demanda por derechos que los cubanos protagonizan. En tiempos del recientemente fallecido cardenal Jaime Ortega, era él quien ejercía esa representación y fungía como eje de la intermediación y el diálogo con el gobierno. Por lo que todo se desarrollaba a un nivel más diplomático y discreto, por no decir secreto.
La situación ha cambiado. La efervescencia en los púlpitos y la movilización de sacerdotes y religiosas que se mueven como dinamos para acompañar los justos reclamos de los cubanos en las calles, es un elemento preponderante que destaca en los tiempos actuales.
Antaño, sacerdotes que enviaban cartas a los jerarcas del régimen también existieron, pero eran acciones totalmente marginales. Este documento de Camagüey aparece en un contexto de insurgencia por un nuevo protagonismo y en el marco de una vertebración que le imprime fuerza y personalidad al integrar a todos los estratos de una Iglesia comprometida.
Un arzobispo estuvo presente en la reunión de Camagüey. Esto agrega un detalle de peso a la circunstancia pues la estructura jerárquica cuenta mucho allí.
Adicionalmente, está el peso específico de la Iglesia de Camagüey. La misma se distingue por ser un referente de seriedad, solidez y vertebración desde tiempos de monseñor Adolfo Rodríguez, quien fue presidente de la Conferencia Episcopal de Cuba. El último de los que se formaron fuera, históricamente en Comillas (España). Un prelado muy íntegro y juicioso. También admirado por su ética junto a monseñor Meurice, primado de Santiago de Cuba. Fue artífice de la famosa reunión de la RCE (Reflexión Eclesial Cubana). Lo mismo el ENEC (Encuentro Nacional Eclesial Cubano) en 1986, una suerte de sínodo de la Iglesia local.
De esos eventos emergieron documentos muy importantes que marcaron el giro fundamental de la Iglesia cubana después de la revolución fidelista. La importancia de este viraje fue la “salida de las catacumbas” de la Iglesia en la isla. Se encontraba replegada y luego de esas reflexiones se abrió en misión. Precursora en la opresión a esa Iglesia en salida que alienta el Papa Francisco, no recluida en templos, jugando fuera de las sacristías, en el mundo, en aquel entorno hostil y agresivo, ateo e intolerante.
Cuando el P. Gómez, -uno de los que abrió fuegos el año pasado- conoció de la carta de Camaguey, subrayó que esta iniciativa muestra a una Iglesia Católica cubana que camina junto al pueblo, que «está acompañando al pueblo, que se siente afectada por la situación de sus hijos. La Iglesia guía por el sendero del bien, alza la voz para señalar el peligro, se enfrenta sin miedo a todo aquello y a todo aquel que amenace la estabilidad y el bien común de su rebaño y es capaz de defender a todos, incluso al punto de dar la vida si justa es la causa».
Al conocer el contenido de la minuta convertida en misiva, los sacerdotes comparten una certeza: «Una Iglesia encarnada es una Iglesia que siente, que sufre, que llora con su pueblo y desde ahí, desde su realidad, le fortalece en la esperanza, le sostiene en la fe, y se convierte en voz de los que no son escuchados y, lo más importante, se convierte en reflejo de la misericordia de Dios».