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Los instrumentos de la música de la Biblia: tambores y panderetas (4/7)

Dans le livre des juges, la fille de Jephté, allant vers son père pour être sacrifiée.

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Philippe-Emmanuel Krautter - publicado el 08/04/21
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La percusión sobre piel tensada forma parte de los primeros sonidos emitidos durante las fiestas religiosas y celebraciones relatadas por la Biblia. Los tambores y panderetas pertenecen a la tradición popular más antigua y desde siempre han marcado el ritmo y han fundido sus melodías con las alabanzas divinas.

La percusión aparece desde los primeros momentos bíblicos. En los primeros libros de la Biblia, el sonido del tambor se hace oír y no parará hasta los tiempos de Jesús y de sus discípulos.

El libro del Éxodo da testimonio de ello de la manera más viva y espontánea posible en el famoso cántico de Moisés: “Entonces Miriam la profetisa, hermana de Aarón, tomó una pandereta, y mientras todas las mujeres la seguían danzando y tocando panderetas, Miriam les cantaba así: ‘Cantad al Señor, que se ha coronado de triunfo arrojando al mar caballos y jinetes’” (Ex 15, 20).

La hermana de Aarón, la profetisa Miriam, a través de su gesto espontáneo y vibrante, revela el lugar esencial concedido a este instrumento bíblico que se encuentra estrechamente asociado tanto al canto como a la danza. La pandereta se componía de una piel animal tensada sobre un círculo de madera, metal o incluso cerámica. Sostenida en la mano izquierda, la palma o los dedos de la mano derecha golpean su superficie con múltiples ritmos que hoy, por desgracia, ya han desaparecido. Aunque la arqueología no ha presentado rastros de este instrumento, las excavaciones realizadas en la meseta del Golán han desvelado una estatuilla que representa a una mujer sosteniendo en la mano lo que parece ser una pandereta que dataría de tiempos del rey David. 

Aunque las panderetas y tambores invitan rápidamente a la danza, también tienen un lugar importante en la Biblia como instrumentos de acompañamiento, con ritmos que se le asocian a flautas, harpas y cítaras. Así, el primer libro de Samuel evoca en estos términos la llegada del rey a Guibeá: “De ahí llegarás a Guibeá de Dios, donde hay una guarnición filistea. Al entrar en la ciudad te encontrarás con un grupo de profetas que bajan del santuario en el cerro. Vendrán profetizando, precedidos por músicos que tocan liras, panderetas, flautas y arpas” (1 Sam 10, 5).

Este relato bíblico nos revela que las percusiones de la pandereta contribuían también a crear un estado de trance, propicio para la escucha divina.

Sin embargo, la pandereta (aunque en algunas traducciones aparece el tamboril, similar al tambor pero más estrecho y alargado) puede convertirse también en instrumento de alabanza y acciones de gracia. Lo recuerda el conmovedor cántico de Judit, que había decapitado a Holofernes, el general de Nabucodonosor: “Entonen un canto a mi Dios con tamboriles, canten al Señor con címbalos; compongan en su honor un salmo de alabanza, glorifiquen e invoquen su Nombre” (Jdt 16, 1).

Curiosamente, el tambor, el tamboril y la pandereta pueden participar también del exceso, lo que los griegos denominaron ‘hibris’ y el cristianismo, pecado.

El profeta Isaías se hace eco de esto de manera explícita en la Biblia:

“¡Ay de los que madrugan para correr tras la bebida, y hasta muy entrada la noche se acaloran con el vino! Hay cítara y arpa, tamboriles y flautas y vino en sus banquetes; pero ellos no miran la acción del Señor ni ven la obra de sus manos. Por eso mi pueblo será deportado por falta de conocimiento; sus nobles morirán de hambre y su muchedumbre se abrasará de sed” (Is 5, 11-13).

En esta denuncia del profeta, el tambor no se reviste de una dimensión sagrada y de alabanzas. Se convierte en un instrumento de perdición y profano que puede conducir a los peores excesos.

Sin llegar a la apatía, el sonido de panderetas, tambores y tamboriles parece poder también traicionar la nostalgia. Por ejemplo, cuando su silencio se vuelve demasiado opresivo, como revela de nuevo Isaías:

“El vino nuevo está de duelo, la viña desfallece, gimen los que estaban alegres. Cesó la alegría de los tamboriles, se acabó el tumulto de los que se divierten, cesó la alegría de las cítaras” (Is 24, 7-8).

No obstante, cabe destacar que sería al ritmo del tamboril como resonaría la esperanza del pueblo deportado a Babilonia. Así está escrito cuando Dios promete a Israel: “De nuevo te edificaré y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo te adornarás con tus tamboriles y saldrás danzando alegremente” (Jr 31, 4). Estos instrumentos membranófonos permanecen así como una percusión alegórica y laudatoria cuando el mismo pueblo de Israel se hace eco de la música divina.

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