Hoy me detengo a pensar en la mujer. Hoy pienso en tantas mujeres a las que admiro y quiero, en todas esas mujeres que me han marcado en mi camino de vida y han formado con su entrega mi corazón de hijo, de padre espiritual, de hermano, de amigo.
Uno es a imagen de las personas que ha amado y le han amado.
Madre, hermana, amiga, profesora, hija...
Al pensar en la mujer pienso en mi madre, la primera. Ella supo calmar mis miedos y me hizo creer en la belleza que había en mí y que en muchos momentos sólo ella veía.
Ella fue una mujer fuerte y sensible, valiente y muy capaz, trabajadora, luchadora y muy consciente de su valía. Me enseñó a luchar por lo que yo quería sin negociar nunca el esfuerzo.
Pienso en mi hermana, la mayor, mi única hermana que con su alegría y entusiasmo, con su vitalidad y amor por la vida me dio fuerzas siempre para luchar y vivir.
También en mis amigas, esas que han jalonado mi historia, me han hecho como soy, más hondo y más de Dios.
Pienso en mis profesoras, que me cuidaron sacando el valor de mi corazón.
Y en mis hijas espirituales, esas que me han abierto su alma en este camino de la vida. Me han enseñado la hondura de su corazón con confianza y me han hecho sentirme pequeño a su lado, pecador y superficial en mi entrega. Me han enseñado a ser padre y me han dado alas para crecer.
Pienso en tantas mujeres consagradas que con su pertenencia a Dios por entero en su vida me han hecho querer ser más de Dios, más dócil y valiente en mi entrega sacerdotal.
Pienso en tantas mujeres que me han enseñado el valor de la vida con su maternidad y me han dado herramientas para aprender a amar yo como aman ellas.
Generosidad, belleza, emoción, amor...
Me arrodillo ante el alma de tantas mujeres que son un ejemplo en mi vida. Por su generosidad, por su transparencia, por su belleza interior, por su honestidad, por su emoción, por su amor abnegado, por su entrega sacrificada, por su saber renunciar sin exigir nada.
Pienso en la necesidad que tengo de mirar con pureza el corazón de la mujer y admirarme de esa belleza que me completa y engrandece.
Pienso en todos esos valores que veo en el corazón femenino que yo mismo quisiera hacer míos, para la vida.
Me conmueve siempre su sensibilidad para compadecerse ante el que sufre, para amar hasta el extremo llevando cargas imposibles, para hacer de la vida un sacrificio santo por aquellos a los que aman.
Me emociona esa pureza recia y firme en medio de tiempos convulsos en los que lo fácil es lo que todos buscan, vivir yo bien sin preocuparme de los otros.
Admiro esa mirada pura de la mujer que sabe descubrir lo que está escondido y sorprenderse con la vida que se le regala.
María
Miro también a la Virgen María en su entrega audaz, fiel y silenciosa. Ella es mi Madre y educadora. La que me enseñó a pasear por el jardín de Dios, de su mano.
Pienso en Ella que fue la mujer firme y fiel, alegre, y confiada al pie de la cruz más dolorosa. Abrazada en silencio al cuerpo muerto de su hijo.
¡Gracias!
Pienso en tantas mujeres que no son comprendidas en su dolor. Pienso en el sufrimiento de muchas mujeres que se sienten abusadas, oprimidas, abandonadas, no valoradas ni tomadas en cuenta. Mujeres no escuchadas, no admiradas, en medio de tantos silencios que no enaltecen ni elevan el corazón.
Y al mismo tiempo pienso en tantas mujeres que pueden expresar su voz, hacer valer su talento, su belleza interior. Ellas han encontrado su lugar en el mundo, no callan, no se someten y dicen la verdad con la entrega de su vida.
Creo que tendría que entonar cada día un canto de gratitud por todas aquellas mujeres que forman parte de mi camino.
Pienso en las mujeres que acompañaron a Jesús en este tiempo difícil antes de su muerte. Fieles cuando muchos de sus amigos huyeron por miedo a los judíos.
Doy gracias por esas mujeres no reconocidas, no valoradas, no tomadas en cuenta. Ojalá mi corazón de hombre supiera siempre agradecer su presencia en mi vida, en mi historia.
Tantas mujeres santas que han sabido escuchar a Dios en su corazón y han logrado enseñar el valor de la entrega a sus hijos, o han permanecido fieles en la soledad con el corazón elevado a lo alto.
Doy gracias por esa sensibilidad y capacidad para respetar la originalidad de la vida a ellas confiada. La maternidad espiritual que da a luz vida para este mundo.
Admiración
Me conmueve su entrega silenciosa, su cuidado constante y su inteligencia para enfrentar los conflictos y contratiempos que trae la vida.
Su madurez para dar valor a lo importante y quitárselo a lo más superficial.
Admiro a esas mujeres fuertes y valientes que no se dejan llevar por el juicio de ningún hombre y siguen adelante luchando por aquello en lo que creen. No se sienten menos que nadie. Y luchan con fe por todo aquello que aman.
Me gusta percibir la inocencia en la mirada de unos ojos de mujer. Y la pureza de un alma grande que está atenta siempre para cuidar la vida.
Infinito respeto
Hoy me acerco con cuidado al alma de aquellas mujeres que me abren su vida. Con manos temblorosas no quiero herir con palabras, ni con silencios.
Valoro el mundo escondido en el alma de toda mujer que me enseña el valor de la generosidad sin medida.
Hoy le pido a María, mi Madre, que me enseñe Ella a cuidar con respeto a toda mujer y valorar y cuidar al mismo tiempo lo femenino que Dios ha sembrado en mi interior. A valorar mi sensibilidad y mi emoción como un don que me acerca a Dios y a los hombres.
Hoy doy gracias por la mujer y rezo por todas las mujeres que llevo grabadas en mi alma para siempre.