Impulsó la creación de monasterios, realizó obras de caridad y fomentó las peregrinaciones a la gruta de Massabielle
La vida de la emperatriz de los franceses Eugenia de Montijo no fue una vida fácil. Subió al trono sin el apoyo del pueblo ni de la corte, que esperaban para su emperador a una princesa de sangre real.
Tomó decisiones políticas que no siempre fueron acertadas y sufrió la dura pérdida de su único hijo después de haber tenido que abandonar su patria de adopción y aceptar un exilio forzado en Inglaterra. Sin olvidar que su vida peligró en varias ocasiones al sufrir reiterados atentados terroristas.
A pesar de que la suya no fue una existencia de cuento de hadas, en la que el lujo, las joyas, los bailes y los banquetes compitieron con las sombras de un reinado convulso, Eugenia de Montijo no dejó nunca de luchar y de defender, por encima de todo, sus creencias católicas que la llevarían a convertirla en una soberana caritativa y solidaria.
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