Se modifica el título para “no herir” al lector. A partir de este miércoles la novela policíaca de la prestigiosa autora inglesa se comercializa con este nombre, coincidiendo con la modificación que se hizo en las ediciones inglesas, que cambiaron su título hace ya varias décadas por ‘And then there were none’
Francia, donde el libro se publicó por primera vez en 1940, fue uno de los pocos países (con España y Grecia) que hasta ahora conservaba el título Diez negritos. En su versión gala, Dix petits nègres se considera un adjetivo francés de origen español hoy en desuso por su carácter peyorativo, vinculado a la historia de la esclavitud. Así pues ha sido modificado por “africano” o “negro”, como han reivindicado asociaciones e historiadores.
De un tiempo a esta parte se tiene la piel muy fina para lo que conviene. Y lo interesante en este caso consiste en contextualizar a los clásicos, no en ir quitando lo que demanda la sociedad en el momento pertinente.
En este sentido, y a sus 77 años, James Prichard, el bisnieto de la popularísima Agatha Christie y custodio único de su legado, ha declarado que el volumen de su bisabuela, Diez negritos, contiene la palabra nigger (negrata), que es extremadamente despectiva en el mundo anglosajón.
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Por ello, con el fin de adaptarse a los nuevos tiempos, la obra no contará con esta palabra que, según cuenta, aparece escrita hasta 74 veces en su interior. Además, como en las versiones inglesas, también se ha sustituido L’île du nègre, donde se localiza la aventura, por L’Île du soldat (La isla del soldado). Lo llamativo del nuevo título es que destripa la trama, si bien es cierto que el argumento del relato se mantiene intacto. Como se sabe, el título de marras está basado en una popular canción infantil de la que no es autora Agatha Christie.
Por el mismo singular motivo, hace tres años causó polémica Matar a un ruiseñor (1960), el bestseller de la novelista estadounidense Harper Lee, que inexplicablemente acabó apartado de las escuelas estadounidenses por su lenguaje.
Pero dígase lo que se diga nada es casual, más allá de lo ya expuesto. Todo este asunto colea desde el pasado mes de junio, cuando la plataforma de cine HBO Max, en una especie de gesto como contribución al movimiento antirracista Black Lives Matter, retiró de su catálogo Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), apoyada por un texto firmado por John Ridley, guionista de 12 años de esclavitud (Steven McQueen, 2013). En estos momentos, Lo que el viento se llevó se encuentra online y ahora va precedida de un aviso donde ofrece su “fiel” contexto histórico que denuncia las representaciones anteriores para, a su vez, no caer en la trampa de los prejuicios, tema que también ha generado controversia.
En todo caso, y a la vista de los hechos, recordamos lo gruesa que es ya la lista de los títulos “heridos” -censurados- en América: El cuento de la criada, de Margaret Atwood, El diario de Ana Frank y Romeo y Julieta. Las aventuras de Huckleberry Finn figura en el primer lugar de la lista de los títulos más apartados en las escuelas de EE.UU. Entre otros títulos reprobados se encuentra El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald o Las uvas de la ira, de John Steinbeck. ¡Hasta El color púrpura, de Alice Walker, o Beloved, de Toni Morrison!
Agatha Christie (1890-1976), de fuertes creencias religiosas durante toda su vida, publicó en 1965 un libro para niños de contenido religioso titulado Star Over Bethlehem (Estrella sobre Belén).
Su segundo marido, el arqueólogo Max Mallowan, 15 años más joven que ella, calificó este volumen como una de sus “obras más encantadoras y originales”. Ese libro contiene seis cuentos y cinco poemas acompañados por dibujos. Tres de las historias se fijan en contextos contemporáneos mientras que los otros versan sobre los pastores, los viajes de María y José, la visita de los Reyes Magos, e incluso narra una historia sobre el encuentro de Cristo resucitado con el apóstol Juan.
En un último apunte, vale la pena recordar que Agatha Christie debutó como escritora a los 11 años, mientras se recuperaba en cama de una larga gripe. Curiosamente, el dramaturgo español, Miguel Mihura, también hizo su debut con Tres sombreros de copa durante la convalecencia de una enfermedad infecciosa de tipo tuberculoso a los 27, que le tuvo postrado en cama durante tres años.