Monseñor Polito Rodríguez Méndez, obispo de San Carlos, describe la situación actual del país en una entrevista exclusiva con la fundación internacional Aid to the Church in Need (ACN)
Según el último estudio publicado por la plataforma independiente de estudios estadísticos ENCOVI los niveles de pobreza y desigualdad habrían colocado Venezuela en una posición antes inimaginable dentro del contexto de América Latina.
El país se habría alejado considerablemente de sus pares suramericanos, acercándose a la situación que ostentan algunos países del continente africano, situándose en el ranking incluso por delante de Chad y la Republica Democrática del Congo.
Según los datos levantados por ENCOVI, 96% de los hogares están en situación de pobreza y 79% en pobreza extrema, lo que significa que los ingresos percibidos son insuficientes para cubrir la canasta alimentaria. Incluso incluyendo otras variables relacionadas con el empleo, la educación, las condiciones de la vivienda y los servicios públicos, se estima que 65% de los hogares se encuentran en situación de pobreza.
A todo esto, se une la crisis del COVID todavía en sus comienzos. Según fuentes oficiales habría 10.428 casos positivos y 100 fallecidos. Pero el impacto en la miserable economía del país es brutal: 70% de los hogares declararon la subida del precio de los alimentos como el principal problema.
Monseñor Polito Rodríguez Méndez, obispo de la diócesis de San Carlos en el estado de Cojedes, en los Llanos Centrales de Venezuela, describe la situación actual del país en una entrevista exclusiva con la fundación internacional Aid to the Church in Need (ACN):
“Venezuela entra en una etapa de hambruna. Cada día estamos peor. La economía está paralizada, no hay industria ni trabajo en el campo. El producto interno bruto está por debajo de cero. Los más afectados son los más pobres, no tienen nada de comer, no tienen posibilidad de vivir una vida digna. Necesitamos ayuda del exterior para poder darles al menos una vez por semana algo nutritivo”, cuenta el prelado que acaba de cumplir su cuarto año al cargo de la diócesis, a unos 250 kilómetros al suroeste de la capital Caracas.
“Todo está dolarizado, una familia gana unos tres o cuatro dólares por mes. Un cartón de huevos cuesta dos y un kilo de queso tres dólares… Antes el pueblo era pobre, ahora es ya inviable. El estado de Cojedes es conocido por sus mangos, así que mucha gente desayuna, come y cena mangos. En otros sitios, no sé qué harán. Llevamos una cuarentena de más de dos meses y todo se ha encarecido muchísimo. Es imposible seguir así.”
Según el obispo, la pandemia del coronavirus apenas está comenzando a hacer mella en el país, lo peor estaría por llegar y eso le preocupa tremendamente: “La semana pasada murió un sacerdote en Maracaibo. Como no hay pruebas no sabemos, pero los síntomas son de Covid19. Llevamos cuatro meses con los templos cerrados, los sacerdotes no tienen qué comer. El obispo va haciendo milagros.”
Otro grave problema, según relata en su conversación con la fundación ACN, es que muchos vivían de las remesas de los aproximadamente cinco millones de venezolanos que trabajan fuera del país. Debido a la pandemia, muchos de ellos han perdido su trabajo y las remesas han disminuido un 25%.
“El otro día, me encontré a un seminarista llorando. Sus padres habían sido despedidos, no tienen para vivir y no pueden mandar a su hijo nada. Vivimos de la providencia de Dios”, cuenta monseñor Rodriguez.
Se teme que los miles de migrantes venezolanos que han perdido su trabajo en Colombia, Perú, Chile o Argentina intenten regresar al país y traigan casos de Covid. Por ese motivo, las regiones fronterizas de Zulia, Apure y el Táchira están cerradas y aisladas.
“Muchos migrantes intentan volver por caminos ilegales, algunos caminando 22 días por trochas [caminos de monte]. Se han creado lo que llaman “centros centinelas” para los que han regresado, pero muchos de ellos piensan que no son seguros porque hay un hacinamiento grande y faltan baños e higiene. Piensan que no son dignos y no quieren ir ahí, se esconden. Todo esto está empezando a traer graves consecuencias. “
Por si fuera poco, en las últimas semanas, grandes partes de los estados de Cojedes, Portuguesa y Barinas entre otros se vieron atacadas por una plaga de gusanos que acabó con las plataneras y los pastos para el ganado. “Las plagas de Egipto, no son nada en comparación con lo que estamos sufriendo aquí, se han quedado pequeñas”, comenta.
Ante todas estas dificultades, lo último en lo que piensa el obispo de San Carlos es echarse atrás: “Toda esta situación deprime mucho, el número de suicidios ha crecido. Tenemos que vencer las dificultades para dar asistencia espiritual, es fundamental. Tenemos misa los domingos por la emisora y en las redes sociales seguimos con el trabajo pastoral. No podemos flaquear.”
Admite que en su oración “pelea con Dios”. Pero añade: “Sobre todo le pido misericordia, solos no podemos. La fortaleza viene de Él. Dios quiere a su gente, no nos va a dejar solos y la Iglesia tampoco va a dejar sola al pueblo”, insiste.
“El resto del planeta ha entrado ahora en crisis, nosotros llevamos sufriéndola desde hace ya décadas. Como Iglesia, hemos podido ayudar mucho en los últimos años. A pesar de las limitaciones personales, no vamos a dejar solo al pueblo en esta terrible situación que estamos pasando, y no me refiero sólo al ámbito de ayuda humanitaria, sino también de fortalecer a la persona a nivel integral, a luchar contra la corrupción, la desidia, la falta de responsabilidad… todo esto empobrece también a la población,” explica en su conversación con ACN.
En una respuesta por parte de las fuerzas políticas del país, el prelado no pone ninguna esperanza. Para él, la única ayuda que puede aliviar la crisis en estos momentos vendría de fuera: “Tenemos que buscar apoyo internacional, solos no podemos. No hay ni insumos, ni personal motivado, ni alimento. El país se viene abajo. No queremos intervenciones y menos armadas, pero hay que pedir ayuda internacional humanitaria y sanitaria porque si no, no nos queda otra alternativa: o nos mata el Covid o nos mata el hambre.”