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¿Cuál es la entrega más generosa, más pura?

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P. Chinnapong/Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/02/20

"Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor": lo dijo Einstein

¿Qué significa realmente ser generoso? ¿Significa ser capaz de dar aquello que me sobra o dar mejor aquello que yo necesito? ¿Soy más generoso cuando doy lo que no me hace falta o cuando me privo de lo que yo mismo quiero? 

¿Soy más generoso cuando acepto un trabajo sólo porque me gusta sobresalir y ser tomado en cuenta o cuando lo hago movido por mi deseo de ser corresponsable con el bien común?

Son importantes las intenciones que motivan mis actos. Una generosidad centrada en el propio interés, ¿vale menos a los ojos de Dios?

No lo tengo tan claro. ¿Importa el acto mismo o la motivación escondida? ¿El hecho objetivo o las razones subjetivas que me mueven a hacerlo?

Me gustaría tener motivaciones totalmente puras. Pero no es así. Me encuentro mendigando cariño y aceptación en todo lo que hago.

Deseo ser reconocido. Tengo ansia de valer. Como si al escuchar halagos por mi generosidad una herida oculta sanara. Miro mi corazón para ver lo que realmente lo mueve. ¿Es el amor puro y grande a Dios y a los hombres? Ya lo decía Einstein:

“El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor.


ALBERT EINSTEIN

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El amor debería ser la razón única de mi existencia. El amor que recibo o el que reclamo. El amor que doy o el que me guardo. Todo es amor al final del camino.

El amor me mueve en una dirección o me retiene en el espacio cerrado de mis miedos, cuando no me dejo amar, o me niego a amar a otros.

No es fácil percibir la diferencia entre actos similares. Pueden ser totalmente los mismos. Las horas que paso junto al enfermo. El pan que doy al hambriento. El abrazo que entrego al que me lo pide. Las horas que invierto en cuidar a los míos.

El dato frío es el mismo. Son las mismas horas, los mismos gestos, los mismos resultados. ¿Y las motivaciones? ¡Quién soy yo para juzgar lo que mueve el corazón humano!

La intención puede ser pura, o no serlo. O puedo estar enfermo en la raíz y los frutos que surgen del alma no ser puros. Puede ser que mi vida parezca una ofrenda gratuita a los ojos de los hombres. O puede no serlo en su apariencia y serlo en lo escondido para Dios.

Lo que tengo claro es que quiero ser generoso con mi vida, en mis criterios, en mi forma de pensar. Luego la vida con su ritmo y exigencia parece pedirme más de lo que puedo dar.

Y entonces me siento sobrepasado. O veo que la generosidad que me piden no es la que Dios desea para mí. ¿Cómo distingo? O veo que la generosidad no puede ser el único criterio para tomar decisiones.

Seguir el camino de la vida consagrada abrazando en intimidad al Señor no puede basarse solo en un acto de generosidad. Puede haber una cierta cuota de egoísmo en mi sí generoso.

Detrás de mi entrega puede haber la búsqueda de un hogar, la necesidad de sentirme querido, el deseo de dignidad. Y tampoco me vale como único criterio pensar en lo más generoso para decidir dar la vida.

¿Es más generosa una vida consagrada que una vida matrimonial? ¿Por generosidad tengo que decidirme a dárselo todo a Dios? No es el único criterio.

Jesús me promete la alegría de estar con Él. Y una vida plena. ¿Es generosa esta elección? No totalmente. En ella estoy renunciando a lo que no deseo.

No quiero llevar una vida mediocre, triste, solitaria. Todo se confunde en el alma. Lo que Dios me pide simplemente es que escuche en el silencio del corazón su llamada para saber qué pasos dar. Sólo quiere que mi vida sea plena. Sor Verónica, fundadora de la comunidad religiosa Iesu Comunio, comenta:

“Padecemos cuando desertamos de llegar a ser hombres en la plenitud que anhelamos. Tenemos miedo a vivir, a no encontrar el sentido de la vida ni su valor. Y no somos capaces de enfrentar los acontecimientos diarios. El hombre si no vive abrazado a Dios y su voluntad está desorientado. No sabe reconocer quién es ni a dónde va. Estamos bien hechos. La sed es el grito del Espíritu en el corazón del hombre para que no se conforme con una vida mediocre. La sed del hombre sólo en Jesús, el mendigo sediento, calma el corazón”.

Soy un sediento. Y muchos de mis actos los mueve el egoísmo. Ese egoísmo de querer saber a dónde voy y llevar una vida plena y lograr una felicidad soñada.

Puede parecer egoísta esta búsqueda. Es tan humana… Quiero ser feliz para poder hacer felices a los demás. Es cierto. La santidad es el camino en el que Dios va haciéndome de nuevo para que tenga vida, para que dé vida con generosidad a muchos.

El amor a Dios me lleva a ser generoso y a renunciar a mí mismo. Creo que mi generosidad es más pura en la renuncia. Soy generoso cuando renuncio a la búsqueda de mí mismo. Cuando dejo de perseguir sólo mis deseos. Y renuncio incluso a saciar mi propia sed para que otros tengan agua.

Esa renuncia es más generosa. Es más de Dios. Porque es una entrega en gratuidad sin esperar nada a cambio. Es el desbordamiento del amor que habla de una generosidad sin compensaciones, ni retribuciones.

Darlo todo sin esperar el pago por lo entregado. Ni cielo, ni paraíso, ni halagos, ni abrazos. Un amor que renuncia en la oscuridad sin que nadie sepa, sin que nadie lo vea.

No todo tiene que saberse. La mayoría de los santos, aquellos a los que admiro, algunos aún vivos, son los que se dan sin buscarse y se entregan renunciando a lo que les corresponde.

No hablan de justicia. No exigen compensaciones. Dan sin llevar cuenta de lo que hacen. No esperan que nadie reconozca su vida generosa.

Seguramente nadie los recordará como santos dignos de ser recordados. No estarán en las listas de los santos. Brillarán ocultos en lo escondido.

Y su vida será como la semilla que muere bajo tierra sin que nadie lo vea. Sonreirán felices por haber podido dar la vida. Y sabrán que todo tiene un sentido en lo más oculto.

Admiro esa generosidad sin segundas intenciones. Me conmueve esa vida entregada por amor. Aceptando la renuncia como parte del camino. Sin buscar compensaciones ni premio alguno.

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