Alguien va a acabar con todos tus fantasmas y tus miedos
Aprender a amar lleva toda una vida, cuesta mucho. Me lo explican de tantas formas posibles y no aprendo. Quizás no lo escucho o pienso que no me hace falta todavía. Mientras sigo mi camino. Y trato de amar a mi manera.
¿Cómo es ese amor que entrego tantas veces de forma tan torpe? En la película Rocketman, una película musical basada en la vida de Elton John, el protagonista recuerda lo que le decía a su padre siendo él un niño:
“¿Cuándo me vas a abrazar?”.
Y el padre le respondía:
“Niño, no seas blando”.
Ese niño sólo quería ser amado, abrazado por su padre. Esa herida le acompañará toda su vida. Gracias a su genio musical logró todo lo que quería, menos que lo amaran de forma sana.
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Él sólo quería simplemente ser amado por alguien. ¿Tan difícil resulta recibir un abrazo? ¿Tanto me cuesta que me abracen? ¿Tan difícil es decir te quiero, creo en ti, confío en tus palabras y abrazar?
Quizás necesito volver a mi interior para abrazar al niño herido que llevo dentro. Ese niño que confiaba y recibió rechazo, soledad, desprecio. Ese niño en el que no creyeron y dejaron abandonado cuando más necesitaba ser abrazado.
Tengo que volver a encontrarme con mi niño que me lleva de la mano por las ruinas de mi historia. Me muestra mis propios fantasmas para que deje de tenerles miedo.
Y me abraza a mí que ya soy grande. O yo a él para que confíe de nuevo y se sienta en casa. Es ese niño que habita en mi alma oculto dentro de mis miedos.
Y yo le digo hoy que no tiene nada que temer. Que la batalla final está ganada. Y las derrotas son siempre pasajeras. Me gusta lo que decía G. K. Chesterton hablando de los cuentos de hadas:
“Los cuentos de hadas no dan al niño su primera idea de los fantasmas. Lo que los cuentos de hadas dan al niño es su primera idea clara de una posible victoria sobre el fantasma. Nosotros hemos conocido íntimamente al dragón desde siempre, desde que supimos imaginar. Lo que el cuento de hadas hace es proporcionarnos un san Jorge capaz de matar al dragón”.
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El cuento de hadas me ayuda a confiar desde mi impotencia. Me hace creer en ese poder invisible que puede vencer todo ese mal que mi corazón imagina.
Pienso en el poder de Dios. Y me adentro en mi interior para abrazar mi historia, a ese niño que necesita un abrazo para que se calmen sus miedos.
Yo tengo mucho de ese niño asustadizo. Oculto entre las bambalinas de mi vida. Ese niño que sueña con hadas que vencen los fantasmas acabando con los miedos.
Quiero aprender a mirar así a Dios, a María. Ellos acaban con mis fantasmas. Ante el poder de Dios no tienen ningún poder.
Vivir con miedo es vivir a medias. Vivir sin un abrazo es vivir sin amor. Vivir sin reconocer al niño que habita en mi alma es vivir de espaldas a mi pasado, a mi historia santa.
Vuelvo a mirarme en esas fotos de niño ya gastadas. Miro mis ojos abiertos y mi sonrisa franca. Quiero recuperar la ternura e inocencia con la que recorría mis pasos cargando piedras, seguro de mis fuerzas, de la fuerza de los míos. Valiente en mi cobardía. Temeroso en mis actos valerosos.
Me gusta detenerme antes esas fotos añejas. Esperando sin lograrlo a que se mueva ese niño, esa madre, el padre o la hermana.
Esperando a que surja una voz del papel gastado. O se desprenda el olor de esos lugares que tan bien recuerdo. Y cobre vida ante mí toda mi infancia pasada. Llena de abrazos y sueños. De sonrisas y de lágrimas.
Porque todo tiene un poco de ambas realidades. El dolor y la alegría. La paz y la guerra en el alma. Y la vida que fluye entre los dedos mientras yo abrazo el presente y el pasado de mis días.
Y sonrío al ver que todo influye y a la vez no es definitivo. Puedo sentirme amado. Una y otra vez. Siempre de nuevo. Puedo dar los abrazos recibidos o los que no me dieron.
Puedo vestirme de trajes de gala y vencer con mi armadura el poder de los fantasmas. Puedo dibujar contra el negro los colores más vivos. Entonar mil canciones que llenan de vida el alma. Pierdo el miedo.