La gratitud es determinante en la salud emocional de las personas, afirman los científicos
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El agradecimiento crea siempre una actitud positiva hacia la vida y genera un modo de ser que hace a las personas agradecidas seres agradables con los que todo el mundo quiere estar.
Las personas agradecidas le hacen la vida más feliz a los demás y son más felices. Los agradecidos no pierden el valor en los momentos difíciles, ni son ingenuos ante las injusticias, ni resignados, sino que, estando siempre alertas ante el mal, tienen la mirada puesta en lo más importante, en un horizonte más grande y lleno de esperanza.
Las personas agradecidas -lo decimos popularmente- tienen un corazón más grande. Quienes solo se quejan, no disfrutan de nada, y en general los ingratos hacen que la propia vida y la de los demás se vuelva más triste y difícil. En cambio, quienes con un sano realismo ven lo que está mal, luchan para cambiarlo, pero no dejan de agradecer, no pierden la alegría.
Beneficios de ser agradecido
Tomarse el tiempo para reflexionar sobre la propia vida desde el agradecimiento, nos permite ver con ojos nuevos toda nuestra existencia. Hacer memoria agradecida nos hace ver mejor, nos ayuda a no ahogarnos en el presente y a ensanchar nuestro horizonte.
Investigaciones en psicología científica de universidades de Chicago y de California concluyen que la gratitud tiene efectos muy positivos para la salud y las relaciones interpersonales. De hecho, cambian el clima familiar y laboral, porque ser agradecidos públicamente mejora el bienestar del que agradece y del que recibe gratitud.
Los expertos consideran que la gratitud es determinante en la salud emocional de las personas.
Maestros espirituales del cristianismo enseñan que ayuda mucho hacer una lista de todo lo que tengo para agradecer en la vida. Al ver la lista, cambia la perspectiva y descubrimos cuan encerrados vivimos en lo que nos duele en lugar de ver más lejos.
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Agradecimiento: alegría y humildad
El agradecimiento nos hace patente nuestra dependencia de los demás con profunda alegría, porque las cosas más importantes de la vida no las hemos comprado ni conquistado por mérito propio. Todo lo que tenemos y somos lo hemos recibido de otros. La lengua que hablo, la casa en la que crecí, el amor que recibí, el cuidado que me dieron… todo vino de otros y gratuitamente.
Es el orgullo el que no nos permite verlo y agradecer, el mismo orgullo que no nos deja ser felices y celebrar todo lo que tenemos para agradecer.
Quienes son agradecidos aceptan que no son el origen de su ser, sino que saben muy bien cuánto han recibido de los demás. La alegría brota especialmente de sabernos amados, porque si no es mérito nuestro, entonces no nos amaron por alguna otra razón que no fuera por pura gratuidad. El amor no humilla, sino que ensancha el corazón y lo mueve al agradecimiento y a la alegría profunda de vivir.
Cosas que agradecer
Ser agradecidos es un signo de madurez, de capacidad para aceptar los propios límites y dejarse amar. Dar gracias supone el sentido de alteridad, la puesta en crisis del propio narcisismo, la capacidad de entrar en relación con otros, porque de hecho para agradecer siempre tiene que haber un “tú”, un “otro” a quien agradecer. Y solo puedo ser agradecido si he salido del inmaduro e ingenuo estado en que creo que todo me lo debo a mí mismo y que “no le debo nada a nadie”.
La madurez conlleva un fuerte sentido de realidad que nos lleva a reconocer que no puedo disponer a gusto de todo lo que sucede a mi alrededor.
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Coraje para dejarse regalar
Los niños se alegran por un regalo, sin preguntarse por su origen y no sienten la necesidad de decir: “no era necesario”, “te pasaste”, y cosas por el estilo. Les encantan que les regalen y no se sienten humillados por una relación asimétrica de donación de los demás hacia ellos.
En este sentido el niño es más libre que muchos adultos que se sienten incómodos ante los regalos, como si hubieran olvidado la alegría de recibir un regalo como verdadera gratuidad, no como compromiso social.
El agradecimiento celebra el vínculo que une al donante y al receptor del regalo, pero para ello tiene que existir una confianza fundamental que permite que el otro se haga “presente” en el regalo. De ahí la expresión que todavía utilizamos de un “presente” cuando hacemos un obsequio, porque el donante se hace “presente” en el don.
Quienes aman se hacen presente en lo que dan de sí, se entregan a sí mismos y quienes agradecen aceptan este amor, se dejan amar y son personas muy atentas. Se precisa coraje para dejarse amar, para dejarse regalar, porque siempre me pone en una situación de dependencia respecto de otros, que aunque no me pidan nada a cambio, descubro que gracias a ellos he recibido algo bueno para mí.
Un corazón agradecido nos hace sensibles para reconocer los más mínimos detalles de amor de los demás hacia nosotros. La sola presencia de quien nos ama nos despierta el sentimiento de gratitud y de una profunda alegría por su compañía, por su fidelidad y entrega gratuita. Ser agradecidos es esencial a una relación sana y a una vida que quiera llenarse de alegría. Expresarlo abiertamente es compartir esa alegría y hacer saber al otro cuan bien nos hace su presencia, el don de su vida y de su compañía.
Pero como ya dijimos, el gran enemigo de los vínculos es el orgullo, porque cuando nos gana cerramos el corazón, levantamos los muros de la indiferencia y nos aislamos en la falsa seguridad de no tener nada para agradecer. El orgullo puede hacernos creer que merecemos todo lo que hacen por nosotros y que es lo normal, “lo que corresponde”, olvidando que el amor es gratuito y que podrían no amarnos ni estar con nosotros, ni elegirnos, ni cuidarnos, y sin embargo lo hacen libremente, porque quieren. En cambio, el hábito de agradecer por cada detalle, con un corazón sincero, nos hace más amables y nos acerca más a quienes están a nuestro lado.