Si nuestros deseos más profundos nos llevan de vuelta a Dios y nos abren a los demás, son también profundos en el sentido de que se superponen a los deseos superficiales, aparentes o mal formulados.
Estos últimos son la expresión distorsionada de los primeros, que nos engañan porque nos llevan por mal camino. Nos alejan de nuestras verdaderas aspiraciones, de Dios y de nuestros semejantes.
Paradójicamente, cuando hacemos lo que nos place es cuando nos alejamos de lo que realmente queremos.
¡Cuidado con lo que deseas!
Con demasiada frecuencia somos prisioneros de nosotros mismos. Somos prisioneros de nuestras pasiones, nuestras obsesiones, fijaciones, fantasías, sueños, de las convicciones que nos hemos forjado o heredado y todas las formas de autosugestión de las que es capaz nuestra imaginación.
Todos estos obstáculos nos impiden tomar conciencia de aquello a lo que aspira visceralmente nuestro ser más íntimo e identificar nuestros deseos más escondidos.
Indagar en nuestros deseos no significa ceder a ellos, sino mirarlos a la cara y observarlos larga, frecuente, atenta y pacientemente para comprender mejor lo que intentan mostrarnos y decirnos.
Es un poco como una enfermedad psicosomática que nos remite a un mal interior más hondo y menos perceptible inmediatamente: hay que intentar comprender lo que el mal nos dice.
Salvo que, en el caso de nuestros deseos, se trata de orientarnos hacia el bien al que aspiramos e identificarlo. Así que tenemos que descubrir esos verdaderos deseos, o redescubrirlos desenterrándolos como los socorristas excavan en la nieve para salvar a las víctimas de una avalancha.
Es vital, es serio, es una ascesis. Tenemos que poner a distancia nuestros deseos inmediatos y anárquicos para identificar nuestros deseos más recónditos. Esto requiere ascetismo, una disciplina bien entendida, hecha a medida y libremente consentida.
![¿Qué es la ascesis o la ascética?](https://wp.es.aleteia.org/wp-content/uploads/sites/7/2020/11/WEB3-WATER-GLASS-FASTING-shutterstock_1080725609-Kwangmoozaa.jpg?resize=300,150&q=75)
La búsqueda del deseo es una ascesis
Nuestros deseos más profundos son indicadores, y por eso hay que saber leerlos de la manera correcta. Cuando el dedo señala la luna, el sabio mira la luna y el tonto mira el dedo. Del mismo modo, si malinterpretamos nuestros deseos -los verdaderos y los falsos- vamos en la dirección equivocada.
Ellos hablan al oído de nuestro corazón, invitándonos a reflexionar en lugar de explotar. Nos devuelven a nosotros mismos y nos reconcilian con nuestra intimidad, como dice Agustín:
"Estabas dentro de mí, eras más íntimo que la intimidad de mí mismo, y más alto que las alturas de mí mismo".
Al hacerlo, nos hacen disponibles para el encuentro con los demás, porque nos devuelven al Otro que es nuestra razón de ser y nuestro destino último. Aquel a quien Agustín dice:
"Nos has creado para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".
![(VIDEO) El combate entre los vicios y virtudes de san Agustín](https://wp.es.aleteia.org/wp-content/uploads/sites/7/2024/08/Portadas-videos-37.jpg?resize=300,150&q=75)
![¿La Iglesia católica nombró alguna vez “Jehová” a Dios?](https://wp.es.aleteia.org/wp-content/uploads/sites/7/2016/07/Biblia-de-Gutenberg-shutterstock_2556298959.jpg?resize=300,150&q=75)