Basta con mi sí al bien del otro por encima del mío
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El otro día me quedé pensando en el poder que tiene el amor. Puedo entregar la vida por amor. Sin guardarme nada, sin reservarme. El amor saca lo mejor de mi alma y me hace capaz de sueños imposibles. El amor que doy, el amor que recibo.
El que ama desea a la persona amada. Busca su amor, su cuidado, su cercanía. Busca incluso poseerla, retenerla a su lado, guardarla en su camino.
El amor crece en la entrega y va cambiando. El amor maduro es el que busca el bien de la persona amada, su crecimiento. Comenta Jorge Bucay:
«El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es».
Cuando amo de forma madura no deseo que el otro sea como yo quiero que sea. No quiero que se comporte como a mí me viene bien.
No busco que desee mi bien, más bien deseo yo el suyo. Y busco que mi amor saque la mejor versión de él escondida en su interior.
Mi amor, cuando es maduro, toma decisiones difíciles por amor al otro. A veces decisiones incomprendidas, decisiones que parecen muy radicales.
Son renuncias en el camino, opciones que elijo porque amo. Amo a una persona y renuncio a lo que a esa persona no le hace bien.
Por amor elijo caminos que nunca hubiera elegido sin amor. Por amor dejo incluso lo que amo por seguir el camino de quien me ama. Santa Teresita decía:
«Dios me dio el atractivo de un destierro total, me hizo comprender todos los sufrimientos que encontraría en Él y me preguntó si quería beber ese cáliz hasta las heces. Quise tomar inmediatamente esa copa que Jesús me presentaba, pero Él, retirando su mano, me hizo comprender que se contentaba con mi aceptación».
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