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Mis adicciones, mi anestesia emocional

Hand Holding Cigarette
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Orfa Astorga - publicado el 04/06/19
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Las adicciones forman una barrera entre las virtudes y la voluntad

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Comencé a fumar a los trece años y aún tengo secuelas en mi salud, lo que no es para menos, pues la nicotina causa con sutil apariencia, la destrucción lenta y total de las personas: en lo psicológico, debilitando la voluntad, y en lo físico, atrayendo un tenebroso espectro de enfermedades como: enfisema, cáncer, enfermedades del corazón, embolias, etc.

Hoy por fortuna no está permitida su propaganda, y en el empaque se advierte sobre el riesgo de fumar.

No era así entonces, por lo que, influida por la publicidad en las que aparecían desinhibidos y atractivos modelos enmarcados en rutilantes escenarios, sentía que, como ellos, con solo encender un cigarrillo accedería mágicamente a la vida en el campo, éxito en los negocios, logros intelectuales, aventuras, y más.

Lo que verdaderamente ocultaban, era que la nicotina llega al cerebro en 10 segundos, lo que contribuye a su gran poder de adicción física enganchando a generaciones en edades tempranas.

De ahí en adelante, el cigarro se convertiría en un refugio emocional en diferentes situaciones, convirtiéndose en la compañía ideal, lo mismo para la diversión, que para el frio, el cansancio, estrés, soledad, o… los traumas y complejos.

Se creaba así un gran marco para que la libertad quedara condicionada por un vicio.

Llegue a consumir hasta tres cajetillas diarias sin considerarlo una adicción, ya que ese término solo aplicaba, según yo, a quienes consumían sustancias prohibidas.  No señor, lo mío era socialmente aceptado y solo era cuestión de evitar las áreas de “no fumar”.  Al margen de eso, aceptaba que mi departamento estuviera impregnado, y era consciente de que mi ropa y mi piel trasminaban el olor del cigarrillo, mientras que mis manos y dientes mostraban ciertas manchas.

Y apareció la posibilidad del amor.

Para entonces mi tolerancia a la nicotina había aumentado, por lo que requería de mayores dosis, así que cuando motivada por la ilusión de una relación, intente dejar de fumar; se presentó el síndrome de abstinencia, que incluye irritabilidad, somnolencia, fatiga, dificultad para concentrarse, trastornos del sueño, aumento de peso y urgencia de fumar.

Y entre una crisis afectiva y una crisis de abstinencia, decidí resolver la segunda.

Fue así porque a mis treinta y dos años, el cigarrillo se había vuelto mi mejor amigo al no enfrentarme nunca con mis sentimientos, como si me anestesiara emocionalmente, y cuando mis emociones naturales pretendían salir a la superficie, eran silenciadas por el placer de fumar.

Tiempo después conocí a un ser bondadoso que se interesó en mí, y que notando mi vicio, me miro con cierta esperanza cuando le prometí que lo superaría. Fue en un evento social al que asistimos juntos que me disculpé diciendo que iba al tocador, cuando en realidad busqué un lugar donde fumar precipitadamente un cigarrillo. Al regresar percibí en su mirada una determinación, y, como el humo al que tan acostumbrada estaba, la relación se disipo. Esta vez en un doloroso vacío.

Para mi fortuna después de esta triste experiencia, una buena amiga, preocupada por mi salud, al escucharme una insistente tos, me proporciono información sobre mi adicción, donde esta resulta ser una de las principales causas de mortalidad, evitable, en todo el mundo, ningún otro producto es tan peligroso ni mata a tantas personas.

Y finalmente me determiné a pedir ayuda especializada, la cual recibí a partir de dos importantes premisas para superar el síndrome de abstinencia:

  • Cultivar la virtud de la fortaleza. La dependencia emocional logra que, ante cada situación de tensión, se pretende resolverla recurriendo al tabaco, en vez de apelar a la virtud de la fortaleza. Lo que vuelve al espíritu cada vez más endeble.

Tienen mucho de verdad las escenas de películas, en las que el personaje, al recibir una mala noticia, apura un trago o saca de su bolsa un cigarrillo con mano temblorosa.

  • Aceptar un proceso de duelo.  El cigarro ha sido el mejor amigo y compañero en instantes de placer, sufrimiento o ansiedad, y ciertamente en el momento en que desaparece, se siente una profunda vacío equivalente a una muerte pequeña, por lo que es muy importante considerar que se debe vivir con un cierto proceso de duelo, para superarse de una vez y para siempre.

Fue un duro proceso de desintoxicación, pero el método y la terapia funcionaron y no habrá en mi conducta regresión alguna, estoy segura.

Hago ejercicio y me alimento bien, por lo que me han dicho que he rejuvenecido y además me notan auténticamente alegre y confiada. Debe ser que, además de respirar mejor, ya soy capaz de entrar en mí misma para enfrentar todo lo que me acontece, sin necesidad de reconfortarme artificialmente o evadirme contemplando un cigarro encendido y las figuras de su humo.

En las últimas imágenes, los alveolos de mis pulmones se observan cada vez más limpios, y ha renacido mi esperanza de una vida sana.

Y pienso en el amor.

Consúltanos en: consultorio@aleteia. Org   

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