María Martínez Gómez tiene 45 años. Era enfermera en una clínica abortista de Bilbao (España). Aunque fue bautizada en la Iglesia católica, “estuve a punto de apostatar. Fui lo más anticlerical que se pueda ser, pro aborto, pro divorcio,…”.
Comienza su relato y se presenta: “Las manos que veis aquí hubo un tiempo que estuvieron manchadas de la sangre de inocentes. Trabajé en una clínica abortista durante unos cuantos años practicando abortos como enfermera“.
Hoy su vida ha dado un vuelco absoluto gracias a una conversión fulminante que experimentó en el Nepal. Antes se llamaba Amaya y ahora es María.
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¿Por qué ha regresado a Occidente y da conferencias sobre su vida? “Porque yo estoy llamada a hablar de la misericordia como la última tabla de salvación o esperanza para los más pecadores de los más pecadores. La misericordia de Cristo es la bondad suprema a la que todos nos podemos acoger”.
Lo ha comprobado en su vida y quiere explicarlo a todo el mundo: “He conocido el Amor incondicional”.
“Todo era por dinero”
En la conferencia que pronunció en San Sebastián recientemente, no dudaba en detallar en qué consistía su trabajo y qué se hace en la práctica del aborto.
“Mi trabajo consistía en que las mujeres que abortaran no dieran problemas (…) Cada 15 minutos pasaba una mujer”. Y sin pelos en la lengua afirma: “Las aislamos para que no haya arrepentimiento ni marcha atrás“.
De hecho, explica algo de lo que no se habla: una vez practicado el aborto, muchas van en shock y creen que todavía no ha sucedido. Llega el arrepentimiento y quieren volver a casa”. Pero ya es demasiado tarde.
El papel de María consistía en tranquilizarlas y despedirlas. “Todo era por dinero, un negocio”.
“Mi corazón estaba suficientemente endurecido para no sentir y mi conciencia estaba adormilada”. ¿Por qué lo hacía? “Creía que estaba haciendo lo correcto y que la mujer que abortaba tenía derecho a una vida tranquila y sin problemas”. Por su parte, “yo quería pagar mi hipoteca, comprar un coche, irme de vacaciones…”.
Ella la encargada -entre otras tareas- de vaciar el cubo donde se depositaban los restos del feto abortado: “en mi automentira me había dicho que eran coágulos de sangre”.
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“Éramos la pareja perfecta”
Pero la conciencia hacía su trabajo: “se me empezó a caer el pelo y corría como loca”.
Estando ya casada, fue a Barcelona a estudiar Fisioterapia. Regresó a Bilbao y creó una consulta con la que ganaba mucho dinero.
Sus clientes eran futbolistas, fiscales… los más ricos de la ciudad. Exhibía su tren de vida: “Lucía joyas, bolsos de 1.000 euros, noches de una botella de champán de 150 euros detrás de otra…”.
“No me importaba nada, solo mi carrera, y creía tener todo“, recuerda. Y comenzó a practicar deporte de alta montaña. Como ella misma confiesa, “busco el límite del sufrimiento y de la vida y la muerte”.
Hace ultratrails y viaja a los Alpes, al Kilimanjaro, al Nepal… Varias veces sube al podio de “los más resistentes”. “Mi esposo y yo somos la envidia, la pareja perfecta”.
Intento de suicidio y llamada desde Nepal
Sin embargo, el 11 de enero de 2017, su marido le dice que la abandona. “Llevábamos juntos 28 años. Para mí eso es la destrucción total”. Acto seguido, “perdí la esperanza”. Pronto llegó su primer intento de suicidio.
El 8 de mayo de aquel mismo año, la llaman desde Nepal para solicitar su ayuda. Un seísmo de 7,3 grados ha sacudido de nuevo el área del Everest y requieren gente preparada.
María viaja entonces al Nepal sin saber que ahí se producirá su conversión.
“Teníamos que estar en Katmandú unos días. Allí trabajaban algunas monjitas de la Madre Teresa de Calcuta y yo decía: ‘De esta señora no me habléis, literalmente la odio'”. Le parecía monstruoso que se dedicaran a atender a los moribundos que estaban próximos al crematorio de la ciudad.