El incendio nos ha hecho entrar en la Semana Santa con otra mirada.
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El incendio de Notre-Dame en París ha cogido por sorpresa a todo el mundo. El corazón humano tiene una capacidad de esponjarse inmensa y para las personas también los lugares materiales pueden llegar a componer parte de nuestro yo más preciado. Cuánto más este templo gótico, que es Patrimonio de la Humanidad.
Quien valora el arte, la cultura y sobre todo la fe cristiana, en este incendio está viendo que se queman maderas de una techumbre que, de lejos o de cerca, también le protegían a él.
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Cada iglesia en el mundo, cada santuario, cada ermita es una casa, un nido en el que refugiarse en los momentos de desdicha y bajo el que crecer en virtudes y fortalezas durante toda la vida.
Notre-Dame era, y sigue siendo, uno de los enclaves más importantes de la cristiandad, uno de los centros neurálgicos en los que se palpan las raíces cristianas de Europa. Si Roma es el corazón y Jerusalén la memoria, Notre-Dame son las faldas de la historia de amor entre Dios y los hombres. Ha abrazado a tantos peregrinos, a tantos turistas… Las cifras oficiales dicen que son 13 millones de viajeros al año.
Se cae la techumbre de Notre-Dame y eso no solo provoca dolor en los cristianos sino también en todos aquellos que sienten que la Iglesia ha tenido mucho que contar a lo largo de los siglos. Se levantó en la Edad Media y desde entonces ha sido testigo de guerras, caídas, recuperaciones…
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Ahora habrá que determinar cuál fue la causa de un suceso tan terrible (no se descartará nada de momento, visto que en Francia en los últimos meses se habían producido varios actos vandálicos contra templos religiosos), pero para los cristianos sí puede ser una ocasión para vivir de especial forma la Comunión de los Santos. Con nuestra oración desde donde estemos y con nuestro sacrificio y nuestra limosna, para seguir levantando la iglesia (hecha de piedras y de corazones).
Cada uno, con su aportación en forma de lo que crea mejor, hará posible una nueva Notre-Dame. La Virgen, Madre de todos, merece nuestro gesto de hijos: un gesto urgente de arrimar el hombro entre hermanos, y qué menos que hacerlo en Semana Santa.