De imponente centro comercial a tenebrosa prisión. El Helicoide, en pleno corazón de Caracas, tiene una historia sobrecogedora. ¿Se romperá el “hechizo”?
Una estructura de doble espiral que inspira su nombre, concebida desde 1955, se alzó en Caracas en 1960. La idea inicial fue instalar allí comercios hasta cuya puerta de entrada se podría llegar en el propio automóvil. Pero antes de terminar el proyecto, el edificio incomprensiblemente se paralizó. Más adelante, al llegar Luis Herrera Campíns a la presidencia de la República, se escucharon planes para convertir la imponente construcción en un gran centro de artes. Nada de eso ocurrió.
Hoy, El Helicoide, una ruta de aproximadamente 4 kilómetros, con niveles ascendentes y descendientes constituidos por dos espirales enroscadas, algo semejante a la doble hélice del código genético, actualmente sirve a la policía política del régimen como sede y cárcel. De aquellos glamorosos planes que había para la colosal edificación, producto de 30 jugosos años de ingresos petroleros, no queda para ella sino el símbolo de la depravación del poder político y de la perversión policial.
También llamado “la Babel tropical”, se presentó con el pomposo nombre de “El Helicoide: Centro Comercial y Exposición de Industrias”. Según la historiadora especializada en cultura Celeste Olalquiaga, quien ha reconstruido la historia, “fue diseñado como un moderno centro comercial que albergararía enormes galerías para exhibir los adelantos de las florecientes industrias nacionales (petróleo, gas, hierro, aluminio y agricultura)”.
“Hubiera incluido asimismo una sala de exposiciones automovilísticas; un gimnasio y una piscina; restaurantes; guarderías; discotecas; un cine gigante; un hotel de primera con oficinas para todas las principales líneas aéreas; un helipuerto para transportar pasajeros desde y hasta el aeropuerto; y un sistema completo de acceso interno con ascensores diagonales y escaleras mecánicas. En su cima, bajo un domo diseñado por Buckminster Fuller, los visitantes podrían comprar souvenirs. El paisajismo iba a estar a cargo de Roberto Burle Marx. El Helicoide era arquitectura de punta, aún para los estándares de los Estados Unidos”, agrega.
Iba a contar con mil puestos de estacionamiento, 40.506 metros cuadrados de concreto armado y una estructura armada en forma redonda lo que permite ver a Caracas desde todos los ángulos dependiendo del lugar desde donde se observe. Es, en verdad, impresionante.
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Cuentan que su forma y escala atrajo la atención de los arquitectos de todo el mundo, las fotos de su maqueta aparecieron en la portada de periódicos del extranjero, el poeta chileno Pablo Neruda escribió que El Helicoide era “uno de las creaciones más exquisitas que jamás nacieran de la mente de un arquitecto” y Salvador Dalí se ofreció a decorarlo.
Con la democracia, el abandonado edificio fue declarado propiedad del Estado y comenzaron disputas legales que condenaron al descuido a ese faraónico proyecto del dictador Marcos Pérez Jiménez, cuya decisión por modernizar la ciudad fue responsable de su diseño y puesta en marcha.
Para los años 80, el lugar se convirtió en zona roja: pululaba el delito en forma de tráfico de drogas y prostitución, con altos índices de criminalidad entre sus residentes que eran, en realidad, invasores. Se esparcieron rumores de que El Helicoide tiene túneles subterráneos que llegan a diferentes partes de la ciudad.
La mala suerte que ha acompañado a ese edificio ha redundado en toda clase de leyendas y presunciones de maleficios sobre él. Hay quienes aseguran que está maldito, que sobre él pesa un embrujo. Quizá influya en el imaginario popular el hecho de estar enclavado sobre un cerro que recibe su nombre de la Roca Tarpeya que recuerda la de Roma, desde donde la hija de Tarpeyo, general de esa ciudad, fuera lanzada hacia su muerte por haber traicionado a Roma con los sabinos. Se intentó de todo para “limpiar” esos malos efluvios pero el resto de los proyectos también fracasaron.
Desde la década de los 90 está en manos de la policía política -que cambia de nombres más no de métodos- y hoy es lugar de encierro, hacinamiento y tortura para prisioneros, básicamente disidentes del régimen.
No debe ser casualidad que El Helicoide, ordenado y construido por un dictador, haya terminado sirviendo a otro. Para los caraqueños, es parte del paisaje, hoy una visión lúgubre. No obstante, siempre sugiere que su magnificencia puede ser rescatada para la cultura y el desarrollo comercial, por la venidera democracia. Que sea el sistema de libertades el que rompa el “hechizo”.
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