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El gobierno de México, del lado tibio de la historia

ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR

Ronaldo Schemidt | AFP

Jaime Septién - publicado el 24/01/19

Las potencias del continente americano se unieron, por primera vez en mucho tiempo, para apoyar a Guaidó (excepto México)

El día de ayer, 23 de enero, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, se declaró “presidente encargado” del país. Con una valentía digna del brutal momento que atraviesa Venezuela, Guaidó, con voz clara y decidida, juró “ante Dios todopoderoso” y ante los venezolanos asumir las facultades del Ejecutivo, para encabezar “un gobierno de transición y tener elecciones libres”.

Inmediatamente, como un signo de coherencia –en un mundo cada vez más incoherente–, las potencias del continente americano se unieron, por primera vez en mucho tiempo, bajo una sola bandera: el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela.

Todos excepto México. Como ya lo había hecho en el Grupo de Lima, el gobierno mexicano decidió revivir, como coartada, una vieja doctrina (la “Doctrina Estrada” de no intervención en los asuntos internos de otros países), y así mantener una postura de tibieza que apoya al régimen de Maduro.

Ante la “tragedia nacional” descrita por los obispos

En los últimos años, Venezuela ha sufrido el yugo de un régimen populista, que con el paso del tiempo ha minado toda posibilidad de vida democrática en el país. La presidencia de Maduro ha llevado al extremo la situación política, social y económica de Venezuela: presos políticos, represión, aislamiento internacional, éxodo de la población, hambre, pobreza, violencia.

“Ante esta realidad que la hemos calificado de* tragedia nacional*, dijeron los obispos venezolanos en un comunicado previo a la marcha, es notorio que la mayoría del pueblo pide un cambio de rumbo que pasa por un período de transición hasta elegir nuevas autoridades nacionales”.

El paso que dio Guaidó, debe ser entendido en ese contexto de crisis profunda, de “tragedia nacional”, como han dicho los obispos venezolanos en su comunicado. La realidad venezolana es que no hay posibilidad alguna de diálogo con el gobierno de Maduro, y mucho menos de una transición democrática. Por ello, el juramento de Guaidó, el cual fue la suma de esfuerzos, de muertos, de exiliados y de encarcelados, debe ser entendido como un símbolo, como un grito de libertad, como un último intento por recuperar del fuego a un país entrañable.

En el plano internacional, el juramento de Guaidó fue un llamamiento a la comunidad internacional. El mundo entero –o, por lo menos, el mundo entero en su sano juicio– sabía que la situación de Venezuela era insostenible.

Sin embargo, hasta este momento, se antojaba imposible una intervención mayor a las sanciones impuestas al régimen de Maduro. Lo que se necesitaba era una chispa, una señal, para que la comunidad internacional apoyará el camino democrático en Venezuela. Eso fue lo que hizo Guaidó: abrir una grieta.

México renuncia al liderazgo Latinoamericano

Una vez abierta la grieta, el respaldo debía llegar. En una situación como esta, de extrema gravedad y de extrema vulnerabilidad, los minutos son determinantes. Los minutos y los símbolos. Era fundamental que el juramento de Guaidó tuviera un eco que le diera sustancia.

El primero en llegar fue Estados Unidos. El gobierno de Trump fue contundente en declarar su respaldo al presidente interino de Venezuela. Ante esto, Maduro pidió que el personal diplomático estadounidense abandone el país en 72 horas. Una fecha límite que determinará hasta qué punto llegará el apoyo del gobierno norteamericano.

Después llegó el respaldo de Canadá, la OEA, y de todas las potencias de Latinoamérica –excepto México–. Al mismo tiempo, políticos y actores de peso europeos apoyaron a Guaidó; como Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, y Antonio Tajani, Presidente del Parlamento Europeo. Además, la Unión Europea ha exigido que Venezuela celebre “elecciones creíbles y transparentes”.

Al mismo tiempo, en este juego de minutos y símbolos, países como Bolivia, Cuba y Turquía también jugaron su parte. Con gobiernos y regímenes afines a Maduro, estos países declararon su lealtad y apoyo al heredero de Hugo Chávez Frías. Han acusado de injerencia “imperialista” la declaración de Guaidó, y han aprovechado el momento para externar su rechazo a todo lo que huela a Estados Unidos. A su modo, fueron coherentes también.

En medio del juego, un país que está llamada a ser líder en Latinoamérica, pero que hoy más que nunca está muy lejos de asumir ese liderazgo, destacó por su tibieza: México.

El portavoz del gobierno y, posteriormente, un comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores argumentaron que bajo la doctrina Estrada y el principio de autodeterminación de los pueblos no reconocen “por el momento” a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela.

Imágenes del acto (Galería)

“Por el momento”: una neutralidad que habla por sí sola

Lavarse las manos, bajo el argumento de una doctrina nacida en otra época y bajo otras circunstancias, es un acto de muy baja calidad diplomática, moral y humana. En un momento de trascendencia histórica, México será recordado por elegir una neutralidad que apoya y da oxígeno a un régimen antidemocrático y opresor, que ha encarcelado y matado a aquellos que piensan distinto.

La neutralidad tibia y blanda será una deuda de México con el pueblo venezolano. Ante el drama de millones de venezolanos que han tenido que abandonar su hogar, que no tienen que comer, que no pueden expresar sus ideas, que tienen cercenada su libertad, México falló. Decir un “por el momento” no tomamos partido, es un símbolo también. Un símbolo de omisión, de miedo y, muy probablemente, de connivencia.

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