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¿Cuáles son tus prioridades? ¿Lo tienes claro?

FAMILY
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Miguel Pastorino - publicado el 05/12/18
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¿Se puede ir contra la corriente cuando hablamos de familia y trabajo?En algunos talleres y cursos le pido a las personas que hagan una lista jerarquizada entre familia, trabajo, amigos, salud, ocio, dinero y deporte, entre otras. Y es aplastante la mayoría que pone en primer lugar la familia, luego los amigos, luego la salud y después las demás cosas.

Sin embargo, cuando les pido que al lado escriban en orden las cosas a las que le dedican más tiempo, quedan como congelados, porque sienten el impacto de la contradicción en la que vivimos.

Resulta que, en el plano de las ideas, la familia, los amigos y la salud son lo más importante, pero en los hechos, todo ello se sacrifica por correr detrás del dinero, de un trabajo que se vuelve omnipresente y de metas que dejan a las personas agotadas y frustradas en la ilusión de un día “tener más tiempo” para lo que de verdad importa. 

Se publican cada vez más artículos con “tips” para “equilibrar familia y trabajo”, como tratando de salvar dos mundos que compiten entre sí, pero en realidad, aunque los consejos prácticos puedan ser útiles, el verdadero problema está en el interior de cada persona, en sus auténticas prioridades, en la conciencia que tiene de sí mismo y del sentido de su vida.

La solución no está en un simple reparto de horas, porque la calidad de los vínculos no depende solamente de una buena “gestión del tiempo”, aunque eso ayude.  Es un tema mucho más complejo y profundo, que requiere un análisis de las tendencias socioculturales en las que vivimos sumergidos, a veces sin tomar conciencia, así como de las opciones personales con las que construimos nuestra propia vida y nuestro futuro previsible. 

Los eufemismos sobre la vida laboral 

Cada vez son más las personas pasan muchas horas en el ámbito laboral y este se vuelve un nuevo núcleo afectivo o una nueva fuente de identidad y sentido, más que su propia familia. Y eso resiente los vínculos fundamentales y genera no pocas frustraciones y conflictos, llegando incluso al deterioro progresivo del núcleo familiar. Hay trabajos que parecen pensados para personas solteras o con ánimos de consagrarse al trabajo con votos perpetuos. 

En algunas empresas se intenta hacer analogías con la vida afectiva y familiar, procurando hacer del lugar de trabajo lo más parecido al hogar o en algunos casos casi una “secta”, pero olvidamos que sigue siendo una realidad artificial, porque no es la familia a la que amamos.

La cultura del rendimiento, donde los valores que imperan son la productividad y la constante aceleración generan un efecto demoledor sobre los vínculos, que si se cuidan y protegen suelen ser la fuente de vitalidad, sentido y pasión, en la vida de las personas. 

Muchas personas en lugar de buscar un “after office” deberían ir a su casa a estar con quienes de verdad le aman y le cuidan, a descansar en serio, no viviendo un mundo irreal que termina acabando con las raíces que lo mantienen en pie y con sentido. 

El círculo vicioso en el que nos volvemos expertos para mentirnos y auto-justificarnos, suele repetir un espiral de autodestrucción de las raíces de la vida, de la intimidad y la vida afectiva. Como hay que ganar más para vivir mejor, hay que rendir más y entregar más horas. ¿Para qué? Para consumir la vida en un camino sin retorno, donde cada vez se descansa menos, se deteriora la salud, pero se siente la ilusión de que siempre se estará mejor porque se gana más dinero o se tendrán beneficios y oportunidades de desarrollo muy seductoras.  ¿Pero es realmente así?

Obviamente hay personas que para poder vivir dignamente necesitan trabajar todo el día y en varios trabajos, pero esto suele suceder debido a injusticias sociales que damos por naturales, lamentablemente. Sin embargo, la mayoría de las veces podemos vivir dignamente y más felices sin ganar más.

¿Cuántas veces nos ha pasado que más dinero ganamos y más gastamos? Además, la publicidad nos vende que solo podemos ser felices si vivimos nuevas experiencias de todo tipo, desde nuevas tecnologías hasta viajes a lugares exóticos. Son todas cosas deseables y agradables, pero ¿vale la pena perder lo más importante de la vida por eso? ¿Detrás de qué metas corremos? ¿A quiénes dejamos por el camino?

La austeridad es contracultural

Muchos matrimonios viven más felices cuando deciden recortar gastos, ganar menos, pero pasar más tiempo juntos, con amigos, educar a sus hijos y disfrutar de su crecimiento. No siempre sacamos bien las cuentas y la gente se queja de que no tiene tiempo para estar con sus seres queridos, como si eso no lo hubieran elegido, como si la culpa la tuviera el mercado, el jefe o los astros.

Los antiguos filósofos griegos enseñaban que la felicidad estaba en la moderación, en el punto medio, no en el tener, sino en el ser. Enseñaban a distinguir lo necesario de lo superfluo, lo importante de lo secundario.

Si calculamos la cantidad de horas que estamos con quienes decimos que son las personas más importantes de nuestra vida, y las horas que dedicamos a ser productivos, ¿cuántos años realmente estaremos al lado de quienes amamos? Con un poco de matemáticas sabemos que será muy poco el tiempo que nos disfrutaremos, con la ilusión de que algún día podremos más días juntos. Pero la vida es limitada y nosotros podemos elegir cada día en donde entregarla.  

Qué alguien diga que prefiere ganar menos dinero para estar más con los que ama o simplemente para tener una “mejor calidad de vida”, a muchos les parece una locura o una insensatez. Los valores que predicamos: “La familia es lo primero”, termina siendo lo último en los hechos. Y no estoy diciendo que el trabajo no es importante, ni que no tengamos que esforzarnos por desarrollarnos profesionalmente y alcanzar nuestras metas. Simplemente preguntarnos hacia dónde corremos, detrás de qué metas gastamos la vida. 

Ir contracultura implica un gran esfuerzo, porque es más fácil dejarse llevar por la corriente y justificarnos diciendo: “No tengo tiempo, tengo muchas cosas que hacer”. La verdad es que le dedicamos tiempo a lo que damos prioridad. 

RODZINNY POSIŁEK

Shutterstock

¿Qué es lo que más necesitan los hijos?

En mis clases con adolescentes suelo preguntarles a los alumnos: ¿qué es lo que más pedirían a sus padres? La respuesta de la mayoría es siempre la misma: “más tiempo conmigo”.

Una alumna me dijo una vez: “Mis padres trabajan mucho para pagar a mucha gente que los ayuda conmigo y con mis hermanos, pero preferiría que no trabajaran tantas horas, que no les pagaran a esas personas y estuvieran con nosotros más tiempo en casa”. 

Las grandes dificultades que hoy se perciben en el ámbito educativo, en los problemas de los estudiantes y su rendimiento, así como en las empresas y las dificultades para vincularse que tienen los adultos, tiene una raíz en la falta de afecto, de atención, de autoestima.

En síntesis, la falta de un amor real, de la presencia efectiva de quienes dicen amarnos. Y es que las relaciones fundamentales de la vida son la fuente para la construcción de personas felices y equilibradas.  La necesidad de sentirnos únicos, importantes, especiales, escuchados, aceptados, acompañados, es algo que no se soluciona llenando la agenda de actividades o con más dinero. 

¿Cuánto tiempo dedicas a quienes de verdad te importan? ¿Son entonces las personas más importantes para ti?

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