También la dificultad que enfrentan los países para atender la emergencia, que podría alcanzar las cotas de la guerra en Siria
Cuando Jaime Septién escribe, en su más reciente publicación para Aleteia, que “Venezuela arrastra hacia abajo a toda América Latina”, no se equivoca.
El tema de la inmigración es el foco del debate público en varios países. Colombia lo llevó como tema central a la reciente reunión en Naciones Unidas. Brasil ha sido afectado seriamente en su frontera y, así como ha ocurrido en Panamá y otros países, comienzan a aflorar rasgos de xenofobia. Ecuador y Perú lidian como pueden con el fenómeno. Y Chile acaba de publicar los cálculos elaborados por PULSO, utilizando la base de datos de la última Encuesta de Encuesta de Caracterización Económica y Social (Casen 2017), donde se refleja el total de inmigrantes en el país en 777.407 personas, lo que equivale a un alza de 67% en relación al sondeo de 2015. Con esto, el porcentaje de inmigrantes en el total de la población del país pasó de 2,7% a 4,4%, su mayor tasa desde que hay datos comparables (2006).
Destacan en el análisis que “la diáspora venezolana se ha dejado sentir con fuerza en el país convirtiéndose, en sólo dos años, en la comunidad de inmigrantes más grande de Chile, dejando por primera vez en una segunda posición a la comunidad peruana”.
Los venezolanos se han convertido en la comunidad más numerosa en el país austral. El empleo no les ha faltado pues en ciertas áreas, como la medicina pública, Chile necesitaba profesionales. Pero en otras latitudes como la vecina Colombia y en Perú, el asunto es de otro tenor.
Sucede que la emigración venezolana tiene varias caras, una de ellas es la preparada y susceptible de ser acogida e integrada con facilidad. La otra, la dimensión más terrible de la crisis, es el éxodo que llamamos social. No es una huida por razones de persecución política ni por buscar otros horizontes de oportunidades para trabajo calificado y la superación. Se trata del éxodo por hambre que arrastra fuera del país a miles que buscan cualquier tipo de oficio que les permita comer y, de ser posible, ayudar a sus familias que permanecen dentro del país.
Es una emigración dolorosa, nada fácil de asimilar, de gente que emprende el camino a pie, en condiciones paupérrimas, todo lo cual se agrega al ya penoso cuadro de marginalidad en muchos de nuestros países del que cada gobierno, por su parte, debe ocuparse.
América Latina no había conocido algo semejante, ni en calidad ni en cantidad. Ningún país puede estar preparado para semejante avalancha. Recordamos la llegada progresiva de colombianos a Venezuela hace décadas. No huían por hambre y, estando Venezuela en otras condiciones, pronto se integraron. Igualmente las oleadas de inmigración cubana, escapando del régimen comunista de Fidel Castro, gente que venía muy preparada y, rápidamente registraban una movilidad ascendente. No se conoce el caso de un solo cubano en situación de pobreza entre aquellos que llegaron en las primeras décadas del siglo pasado.
El gobierno venezolano niega la crisis y la atribuye a una maléfica campaña contra el país, a una pretendida “guerra económica” desde el exterior, pero lo cierto es que la marcha de impresionantes contingentes de compatriotas –quienes se van por fuerza de las circunstancias adversas y no por el gusto de dar la espalda a su tierra natal- es el mejor mentís.
Según los últimos datos de la ONU, más de 2 millones de venezolanos huyeron del país en los últimos años. Perú es la nación latinoamericana que más refugiados venezolanos ha acogido después de Colombia, que ya le ha abierto sus puertas a un millón y medio.
Pero cifras precisas aportadas por Stephane Dujarric, portavoz de Naciones Unidas indican que, de los venezolanos que se fueron de su país —aproximadamente 7 por ciento de los 32.8 millones de habitantes de Venezuela— afirmaron que la razón principal de su éxodo era la falta de alimentos. Funcionarios de servicios humanitarios de la ONU reportaron que 1.3 millones de esos venezolanos “sufrían desnutrición”.
Unos 50.000 venezolanos se han asentado en Roraima desde principios de 2017, según informó la gobernación de ese estado brasileño.
Entre 547.000 y 560.000 han pasado por Ecuador en lo que va de año con miras a llegar a Perú y a Chile; sólo el 20% de ellos se ha radicado en territorio ecuatoriano, según las cifras manejadas por la Organización Internacional paras las Migraciones (OIM).
Colombia es el país al que más han llegado venezolanos en los últimos años huyendo de la crisis de su país. Según el gobierno, la cifra pasa de largo del millón. Pero el éxodo aumentó su dramatismo este año.
The Economist fue más lejos. Según la investigación del medio inglés, el número total de venezolanos desplazados ya puede haber alcanzado los 4 millones, de una población de unos 30. Además, advierte que de mantenerse el ritmo de salidas, podría superar a los 6 millones de personas que huyeron de la guerra civil siria.
Los datos del incremento los destaca también el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El organismo registró en los primeros siete meses del año un incremento del 20% de las solicitudes de asilos de venezolanos.
La semana pasada, Ecuador declaró un estado de emergencia en tres de sus provincias con el fin de ayudar a contener la oleada de migrantes procedentes de Venezuela. El Ministerio de Relaciones Exteriores dijo que 4,000 venezolanos intentan ingresar en Ecuador cada día.
Las impresionantes cifras de éxodo, ellas, por sí solas, ofrecen una imbatible radiografía de la crisis económica y social que azota al país petrolero más rico de América Latina.
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