Una madre de familia puede con su vida profesional hacer un increíble aporte para sus hijos.
Las mujeres siempre han trabajado, pero hoy nos encontramos con que son cada vez más las madres que tienen que pasar tiempo fuera del hogar y muchas han sentido la reticencia de hacerlo por no querer descuidar a sus hijos.
Sin embargo, la realidad es que la vida profesional y la doméstica no sólo se complementan, sino que el ámbito familiar se enriquece con el trabajo y, a su vez, el trabajo se llena de sentido desde la perspectiva familiar.
Por eso una madre que reconoce el valor de su familia, aunque trabaje fuera del hogar, puede hacer un gran aporte desde su vida profesional.
Amar y dejar nuestra huella en el mundo
Crecer profesionalmente nos hace sentir plenas porque podemos poner nuestra energía para concretar un bien. Nos permite generar espacios propios de enriquecimiento personal y social al poner en práctica aquellos dones que hemos recibido y que nos ayudan a mantener una identidad propia y a compartirla con otros.
Cuando nuestro trabajo se convierte en un instrumento para poder dar a conocer lo que somos, eso impacta en la familia de manera muy positiva.
La maternidad no debería vivirse nunca como una limitación, al contrario, sino como el impulso más grande. La madres tienen una fortaleza única para llevar adelante las tareas de la vida.
Poner amor en lo que hacemos es clave para poder contagiar a otros y transmitir la dignidad del trabajo. La importancia de formarse, concebir el trabajo como un espacio de santificación y comunicar su sentido real no sólo como un medio para conseguir el sustento, sino para contribuir al progreso social y el bien de la humanidad, son conceptos a inculcar en la educación de nuestros hijos.
Priorizar lo más importante y planificar la jornada
La vida requiere fijar prioridades. Las metas nos ayudan a poner en su sitio las múltiples actividades que son jerarquizadas conforme al ideal de vida que nos hemos trazado. Enseñarles a nuestros hijos a no perder de vista lo más importante, ser prácticos y anticipar las tareas, es de gran ayuda.
Cuando trabajamos, no podemos dar lugar a la improvisación. De la misma manera, mantener los valores y lograr un equilibrio saludable con el ritmo que la sociedad actual nos presenta, sólo es posible con un plan. El plan es lo que nos ayuda a mantenernos firmes en nuestras metas y a ser flexibles para encajar los imprevistos que se presentan a lo largo de la jornada.
Poner al otro primero y trabajar en equipo
Cuando la madre trabaja, todos los miembros de la familia deben apoyar y colaborar en lo que se necesite para formar un buen equipo. Uno deja de pensar en uno mismo para abrirse a los demás y lograr un mejor resultado.
Partir de la lógica del amor donde uno deja el egoísmo de lado para enfocarse en el otro, es un excelente aprendizaje para todos. Esto es lo que hace posible que las familias numerosas puedan salir adelante juntos. Como todo trabajo, es el equipo el que hace la diferencia.
Buscar espacios de encuentro y aprovechar el tiempo de descanso
Una vida saludable requiere tomarse tiempos de recreación. El ejemplo que les damos a nuestros hijos no es el de presentarles el trabajo como algo negativo al vernos que somos máquinas o que nuestra vida significa sólo trabajo.
Es esencial buscar actividades que nos permitan compartir, que nos enriquezcan y que nos potencien como familia: conocer sitios y personas nuevas, aprovechar el tiempo para crear un vínculo saludable sin estar pendientes del celular, la computadora o el trabajo durante el descanso.
Podemos enseñarles a nuestros hijos que hay tiempo para todo: para el trabajo y para el ocio, sin pasar por alto el valor del trabajo y de la calidad del tiempo al tomarse unas vacaciones para estar juntos con la tranquilidad que requiere la convivencia.