El amor conyugal es un regalo que alimenta el espíritu de los esposos
El amor es el ingrediente principal en la unión conyugal. Y quién es el amor sino Dios. Amor sin sexo seguirá siendo amor, pero sexo sin amor, sin Dios como centro… Piénsalo.
El amor conyugal significa la entrega mutua de los cónyuges, en todas sus dimensiones, como un hombre y una mujer.
A cuántos de nosotros se nos enseñó que el sexo era algo sucio, asqueroso y pecaminoso. Se nos habló únicamente de “lo malo” en vez de enaltecer sus bondades. Y claro, muchos llegamos al matrimonio con nulos conocimientos sobre este. Lo poco que sabíamos era por lo que platicábamos entre los amigos y si bien nos iba, lo que aprendimos en el curso prematrimonial.
El sexo en sí mismo no contiene nada malo, todo lo contrario. Si Dios mismo lo creó quiere decir que en él todo es “bueno y perfecto”. Que es un don, un regalo de su parte para transmitirnos su amor y permitirnos participar de la plenitud de su amor.
Es bueno y se tornará aún más perfecto -pleno- cuando se haga dentro del marco para el cual fue creado, entre uno hombre y una mujer unidos en matrimonio sacramental. Dios mismo le dio ese toque de placer el cual es fruto de esta unión perfecta y nunca su fin.
Cuando no tenemos claro todo esto y elegimos tener prácticas sexuales fuera de su marco sagrado, entonces sí se torna como algo “tóxico”, que nos daña y no conviene a nuestro espíritu. También cuando lo utilizamos como mero objeto de placer; cuando le restamos dignidad y lo ponemos en un plano meramente “animal” dejándonos llevar por pasiones y deseos desordenados; cuando lo vemos solo como un “derecho” -porque es mi cuerpo y yo hago con él lo que quiero- hasta denigrarlo con prácticas tipo Sodoma y Gomorra o masoquistas, entre otras, y no como una dádiva divina.
Aquí el sexo me está restando dignidad como persona y no me está poniendo en comunión con Dios, sino todo lo contrario.
Si de verdad fuéramos conscientes de todo lo que se transmite por medio del acto sexual, de toda la “información” espiritual -por ponerle un nombre- que se comunica por medio de esta entrega…
Y es que no se comparten solo cuerpos, también hay fusión de espíritus, de todo el ser. Todo lo que esa persona traiga cargando espiritualmente se lo va a transmitir a esa otra con la que elija tener relaciones íntimas. Y así sucesivamente con todas las que se haya involucrado.
Te lo explico con un ejemplo.
Ese esposo -le llamaremos Mario- que viaja a Las Vegas por asuntos de negocios le es infiel a su esposa con otra mujer que conoció: Pat. Se “mete” con ella una noche de copas. Total, nadie se va a enterar porque “What happens in Vegas stays in Vegas!”.
¡Sí, cómo no! El señor va de regreso a su hogar creyendo que ahí muere el asunto y que jamás volverá a saber de Pat. Pero no, no va solo y no lo sabe. De hoy en adelante le acompañará toda la historia espiritual de la mujer con la que se acostó.
Peor aún, Pat había tenido intimidad con muchos hombres más. Digamos que era una mujer de una moral muy relajadita y eso de tener sexo la primera noche pues se le daba. Entonces, ella a su vez trae cargando toda la historia espiritual de cada uno con los que se ha acostado, misma que esa noche de copas le transmitió a Mario. Y seguramente, esos que en su momento se involucraron con ella, también lo hicieron con otras más y así sucesivamente.
Como ven Mario no va solito en el avión, ahora le acompaña su gran familia espiritual de quién sabe cuántos miembros. ¡Y no lo sabe! Y te apuesto a que tú que ahora me lees tampoco lo sabías…
Necesitamos recobrar nuestra dignidad como personas y darle a ese acto sagrado el valor que Dios mismo le dio. La intimidad sexual es una “delicia” y no uso esta palabra en la connotación sensible solamente, sino como un gozo que es fruto del amor, del Espíritu Santo.
Es decirle a mi cónyuge: “Quiero ser uno contigo para siempre y quiero demostrarte con cada parte de mi ser cuánto te amo”.
El cuerpo habla, transmite amor y también necesita sentirlo. Es expresarte que por amor estoy listo para darme, para entregarme y recibirte como un todo que somos tú y yo, como una ofrenda de nuestra persona y de nuestro mutuo amor.
De hecho, si observamos el diseño del corporal de uno y de otro nos damos cuenta de que el cuerpo del varón está diseñado para entregarse por entero a su mujer y el de la mujer para recibirle. Hay un embone perfecto.
Hemos escuchado que la frase “hacer el amor” no está bien empleada porque el amor no se hace, sino que el amor ya es y el amor es Dios.
Efectivamente, el amor en plenitud es Dios, pero a este hay que accionarlo, ponerle cuerpo. De hecho, una pareja cuando se casa elige amarse como Dios ama -de manera libre, total, fiel, fructuosa- y hace votos en el altar respondiendo a las preguntas que les hace el sacerdote.
Esas promesas se hacen en el altar y luego esas se cumplen en la noche de bodas cuando se entregan el cuerpo. Es decir, primero fueron palabras, promesas espirituales y ahora las hacemos vida, las llevamos al plano del cuerpo para elevarlas al espíritu y unirnos con Dios.
El sexo -intimidad conyugal- es una renovación verdadera de las promesas nupciales. Esto es, se pone carne sobre las palabras dichas. Por eso esta es una unión santa, sagrada.
Además de ser el signo por medio del cual Dios transmite su gracia sacramental a la pareja, alimenta el espíritu de los esposos. Así como el agua es para el bautismo, la unión sexual es para el matrimonio.
Papás, necesitamos romper este círculo vicioso de desinformación y, peor aún, de mala información que estamos transmitiendo a nuestras nuevas generaciones. Es imperativo que nos “formemos” adecuadamente sobre este tema, con personas e instituciones que nos muestren el sexo como lo que es, un regalo del amor de Dios.
A ver, ¿cuántos de ustedes han estudiado la Teología del Cuerpo” de san Juan Pablo II? ¿Cuántos de ustedes se escandalizaron al leer Hacer el amor es hacer oración y ni siquiera se pusieron a investigar el significado y la profundidad de estas palabras?
Si no nos ponemos las pilas, será el mundo -que hoy por hoy está volteado de cabeza- quien se siga encargando de “formar” -o malformar- a nuestros hijos. No basta con ser empresarios exitosos o ser eruditos en tal o cual tema, hay que formarnos de manera integral -cuerpo, mente, espíritu- y esto es urgente que lo hagamos ya.
Estamos inmersos en un letargo espiritual impresionante y temas como este -el sexo como mi derecho y sin freno alguno- está secuestrando los corazones y las voluntades de las personas más vulnerables. ¡Despertemos!