Se oye hablar mucho de inteligencia emocional, pero ¿cómo saber qué es, y más importante aún, si la tienes?El concepto de inteligencia emocional está relacionado con un avance muy importante de la psicología en los últimos años y, en consecuencia, de la pedagogía: las inteligencias múltiples. Se puede resumir en esta frase: la inteligencia es mucho más que “saber mucho”.
En 1983, Howard Gardner, en su libro Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica, introdujo la idea de que los indicadores de inteligencia, como el cociente intelectual, no explican plenamente la inteligencia de las personas, porque no tienen en cuenta ni la “inteligencia interpersonal” —la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas— ni la “inteligencia intrapersonal” —la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios.
Este conjunto de habilidades es lo que se llama “inteligencia emocional”, entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo.
La buena noticia es que estas habilidades no dependen sólo del carácter o de los genes: también pueden aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida, si para ello se utilizan los métodos adecuados.
¿Cómo aprendemos a manejar las emociones?
Según los últimos descubrimientos, las emociones que sentimos no son algo meramente inmaterial, sino que tienen un reflejo bioquímico. Nuestro cerebro usa un sencillo método para registrar recuerdos emocionales con mucha fuerza: los sistemas de alerta neuroquímica, que preparan al organismo para luchar o huir en un momento de peligro, grabando aquel momento en la memoria con intensidad, mediante la secreción de determinadas hormonas, en el lugar más importante del cerebro: la amígdala.
Esto explica por qué a veces sentimos emociones, o tenemos traumas o recuerdos emocionales con cierto nivel de intensidad, y no sabemos por qué. Nuestro aprendizaje emocional se produce sobre todo en los primeros años de vida, y queda grabado de por vida, porque es un aprendizaje anterior al intelectual.
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Durante muchísimo tiempo se ha subestimado el papel de las emociones. Sin embargo, estas son muy importantes para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando —o incapacitando— al propio pensamiento.
Pero también es verdad, y este es otro gran descubrimiento, que la razón puede aprender a gobernar las emociones, encauzándolas e impidiendo que se desborden y que el cerebro emocional asuma por completo el control de nuestra mente.
Lo que NO es la inteligencia emocional
Durante muchos años, casi diríamos siglos, se ha entendido que gobernar las emociones equivalía a reprimirlas, como algo negativo. Pero reprimir es un error: las emociones sofocadas siempre buscan un lugar por donde salir a la luz. Muchos desequilibrios y sufrimientos emocionales han venido de esta forma incorrecta de considerar las emociones, sin integrarlas en el conjunto de la psique humana.
Por el contrario, lo que pretende la llamada inteligencia emocional es aprender a gobernar las emociones, dejándoles libre espacio pero sin dejarlas desbocarse. Es tener la posibilidad de elegir cómo expresar nuestros sentimientos. Es como domar un caballo salvaje: bien entrenado, es un potencial as de las carreras; sin control, es una bestia furiosa.
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¿Eres emocionalmente inteligente?
¿Cómo definiríamos la inteligencia emocional? Es la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.
Es muy importante también aprender a sacar partido de las emociones negativas: El malhumor, por ejemplo, también tiene su utilidad; el enojo, la melancolía y el miedo pueden llegar a ser fuentes de creatividad, energía y comunicación; el enfado puede constituir una intensa fuente de motivación, especialmente cuando surge de la necesidad de reparar una injusticia o un abuso; el hecho de compartir la tristeza puede hacer que las personas se sientan más unidas y la urgencia nacida de la ansiedad —siempre que no llegue a atribularnos— puede alentar la creatividad.
Hoy día, la inteligencia emocional no sólo es importante para las relaciones personales: es tambien una cualidad muy requerida en el contexto del trabajo y de las organizaciones. La inteligencia emocional es la base de un sano y verdadero sano liderazgo en el proprio trabajo y en la vida social y personal. Las emociones bien gobernadas colaboran con la inteligencia.
Artículo realizado en colaboración con Javier Fiz Pérez, Psicologo, Profesor de Psicología en la Universidad Europea de Roma, delegado para el Desarrollo Cientifico Internacional y responsable del Área de Desarrollo Científico del Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP).