Un espectáculo visual lleno de emociones y grandes interpretacionesEl próximo 17 de febrero llega a las salas españolas Jackie, cuidado biopic sobre la vida de Jacqueline Kennedy, de mano de Vértigo Films España.
El filme, que hace especial hincapié en su parte más humana, narra los días posteriores al asesinato del presidente de EE.UU., John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. En él se mostrará el impacto que causó el trágico suceso en su mujer, Jackie, así como las repercusiones públicas y privadas que tuvo en su vida.
La cinta describe con bastante rigor cómo esta mujer se convierte en mito, muestra esos días en los que de repente tuvo que dejar toda su inocencia a un lado y enfrentarse a todo un gobierno. Y para ello había que contar con un buen guionista y un buen director.
De lo primero se responsabilizó el neoyorkino Noah Oppenheim, cuyo trabajo estuvo paralizado durante 6 años. Para lo segundo se recurrió al cineasta chileno de 40 años Pablo Larraín (candidato al Oscar hace 3 por su película No), que debuta en Hollywood gracias al apoyo de Darren Aronofsky, productor de la cinta y que inicialmente iba a dirigir.
La mirada introspectiva con la que se estudia a Jackie Kennedy– a quien Larraín siempre pone en constante comparación con alguien, a saber, Bobby Kennedy, su asistente, el presidente Johnson, la Casa Blanca, un periodista o un padre católico- refleja la complejidad de una mujer a la que el mundo calificó de fría. Larraín, poco amigo de sentimentalismos, evoca una sensación incómoda muy subrayada por la compositora Mica Levi (autora también de la sonoridad de Under the Skin, de Jonathan Glazer).
Y por otro lado se sirve del talento de Portman -candidata al Oscar a mejor interpretación protagonista-, que transmite perfectamente la inmensa desesperanza de su personaje en todos sus estadios y que, a veces, lleva a una suerte de exageración teatral cuando las cámaras entran en las estancias de la Casa Blanca.
Jackie es, pues, uno de esos trabajos introspectivos e íntimos en los que Larraín despliega su maestría. A veces, traicionado por la morbosidad, contrapone una cara pública y falsamente complaciente a otra resentida y cínica que se mueve ebria por las habitaciones mientras en el tocadiscos suena la canción preferida de su esposo, el final del musical Camelot. Y como puede entenderse, el manejo de los sentimientos de sus actores como recurso narrativo es un éxito, un espectáculo visual lleno de emociones y grandes interpretaciones.