¿Me falta esa naturaleza tan delicada que se alegra con la suerte del amigo?Es importante hacer las cosas mirando el propio corazón y no comparándome con los demás. Está claro, no tengo que llevar cuentas del bien que hago. La envidia me hace daño. ¡Cuánto me cuesta reconocer que tengo envidia!
A veces sirvo con rabia, enfadado, sin paz. Así no. Necesito hacerlo con alegría. No quiero adornar mis sentimientos. No quiero enredarme en lo que es justo, en lo que corresponde. Hay envidia en mi alma. Me cuesta mucho alegrarme de la suerte y del bien de mis amigos, de mis hermanos.
Decía Óscar Wilde: “Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima”. Me falta esa naturaleza tan delicada que se alegra con la suerte del amigo.
No siempre tenemos que hacer todos lo mismo. Cada uno tiene su momento. ¡Cuántas veces miro la vida de los otros en función de la mía! No pienso en su belleza, sino que la comparo con lo que yo no tengo.
Muchas veces me quejo de lo que no tengo. Y no me alegra que otros puedan disfrutar de lo mismo que yo deseo. Pienso que me han excluido, que no han contado conmigo. Y no soy capaz de alegrarme con sencillez de sus alegrías.
Decía el padre José Kentenich: “Al proyectar mis debilidades en los otros no las puedo reconocer en mí mismo y me quedo ciego ante mi propia situación. Eso se manifiesta en censuras a los otros, en condenas y en críticas”[1].
Proyecto mis debilidades en los demás y surge la queja, la crítica. Me quedo en la injusticia. Las comparaciones me hacen daño.
Quisiera tener un corazón grande como el de Jesús. Quisiera que Jesús lo ensanchara para no tener nunca envidia. Para no compararme con los demás. Para alegrarme siempre con sus alegrías. Para ser feliz con mi vida y no vivir sintiendo el dolor de mis debilidades, caídas y torpezas.
Si me acepto como soy, si me alegro con mi vida tal y como es, entonces no caeré en las críticas ni en las quejas. No mediré tanto sin las cosas son justas o no. Aprenderé a amar a todos, a amar siempre, sin envidia. Me importará más dar que recibir.
Jesús me ama de una forma única. Él confía en que yo aprenda a amar así. Abriendo mi corazón para que Él descanse, para que los hombres descansen.
[1] Anselm Grün, La mitad de la vida como tarea espiritual, 59