Ser padrino no termina cuando empieza la fiesta
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Muchos católicos adolescentes consideran el sacramento de la Confirmación como una especie de “graduación tras la formación”. Después de haber asistido a catequesis desde primer curso, por fin pueden decir que han “terminado” oficialmente.
Lo cual es lamentable. La formación en la fe es el aprendizaje de toda una vida y, de hecho, se necesita muy seriamente que los adultos continúen con su educación religiosa en todas las parroquias. Sin embargo, otro elemento que empeora el problema es que los padrinos de la confirmación creen que su labor ha terminado después de la limpieza de la fiesta.
Nada más lejos de la verdad.
Los catequistas indican a sus estudiantes que deben elegir un padrino o una madrina que dé testimonio de la fe en sus vidas. Esta norma básica está reflejada incluso en la ley canónica, donde se estipula que un padrino debe ser “un católico que (…) lleve una vida de armonía con la fe y con el rol que va a adquirirse”.
Tal vez los padrinos y las madrinas también deberían aprender que son seleccionados porque hay algo en su fe y en su carácter cristiano que de alguna forma resuena bien con un adolescente que, sin su presencia, estaría a punto de perder una conexión antiquísima con la Iglesia y la parroquia. Esta selección aporta a los adolescentes un medio para continuar con esa conexión, pero de una forma diferente, adentrándose en un periodo de joven adultez. Continuarán pendientes de su padrino (desde lejos, incluso) y recurrirán a él en caso de necesidad, suponiendo que el padrino siga disponible. La mayor tragedia es cuando un padrino pierde la fe y abandona la Iglesia.
Por desgracia, esto sucede más a menudo de lo que debería y hay numerosas historias de padrinos que dejaron de ir a la iglesia o que incluso abandonaron del todo la fe. Si esta es la forma en que se modela la vida en la fe, el padrinazgo queda vacío de todo significado. ¿A quién recurrirán en un momento de crisis espiritual? ¿A quién deberían imitar?
El papa Benedicto XVI nos recordó que no vivimos para nosotros mismos, que no somos una isla: “Deberíamos darnos cuenta que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal” (Spe Salvi).
La forma en que un padrino o madrina viva su fe tendrá un efecto eterno sobre su candidato.
El mayor regalo que podría otorgar un padrino es una vida radiante, plena con la gracia de Dios.
Así que, ¿qué significa esto? No quiere decir que el padrino tenga que llamar todos los días a su candidato o candidata para ver qué tal va la cosa, sino que debería entender que, por esta labor de padrinazgo, está al cargo de dar testimonio del amor de Cristo, no para el mundo entero, sino para, al menos, su candidato.
Jesús dedicó unas rotundas (e inquietantes) palabras a aquellos responsables del deber de guiar a algún otro hacia Cristo: “A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo hundieran en lo profundo del mar con una gran piedra de molino atada al cuello” (Mateo 18:6).
Así que, padrino, madrina, no trates el día de la confirmación como si fuera una graduación. Tu tarea acaba de comenzar. Sé una luz para las naciones, pero comenzando por ese adolescente sobre cuyos hombros descansan tus manos.