Un momento de oración en el desierto personal Quien se aleja es para acercarse.
Quien sale es para entrar.
Quien se va es para volver.
Quien se despoja es para encontrar un nuevo atavío.
Quien permanece en la intemperie es para palpar el cobijo.
Quien se ausenta es para hacerse presente.
Quien se enfrenta al vacío se prepara para la plenitud.
Quien se abandona es para ser recogido.
Quien busca no sabe lo que encontrará…
El desierto ofrece un itinerario que comienza en uno mismo, que continúa en uno mismo y que acaba en uno mismo. Sin embargo, no pretende reforzar el yo, muchas veces enfermo y maltrecho.
Por el contrario, el desierto es una andadura que va resecando y desprendiendo las capas del yo, dejándolas atrás como esas huellas que el viento borra.
Hasta encontrarse con un yo tan ínfimo que se transforme en un Tú. Que se identifique con el todo. Es entonces cuando la Creación lo acoge de nuevo, dándole la oportunidad de reconciliarse con lo más auténtico de sí mismo y emprender el camino de regreso de manera renovada.
Y no hace falta viajar para internarse en el desierto, basta con atreverse a entrar en uno mismo y descubrir el horizonte de eternidad que habita en nosotros y nos une a Dios.
Quien se ha perdido y encontrado en el desierto, comienza a conocer lo que es la libertad.