Enrico Petrillo, viudo de Chiara Corbella: “Habría preferido que Chiara estuviera aquí, envejecer con ella, pero…”Cuando Enrico Petrillo y Chiara Corbella estaban esperando a su hijo Francesco, a ella le diagnosticaron un cáncer muy agresivo. Juntos decidieron posponer el tratamiento para no perjudicar al niño y que pudiera nacer sin problemas.
Finalmente, Chiara falleció a los 28 años, un año después de que Francesco naciera totalmente sano. Enrico nos cuenta su historia.
Tras una larga semana de trabajo, el viernes por la noche, nos cita en su casa, en Roma, para charlar sobre Chiara, su mensaje y la increíble historia que vivieron juntos, no exenta de sufrimiento y pruebas y, al mismo tiempo, rebosante de amor.
En su rostro se refleja el cansancio. Estamos hablando de un padre que cría solo a un niño de cuatro años y que, por si fuera poco, acaba de enfrentarse de nuevo a la enfermedad.
En pocos meses, ha atravesado una miocarditis y una pulmonía. Estuvo dos semanas en aislamiento porque los médicos llegaron a pensar que tenía tuberculosis.
Por eso, dice que en estos últimos meses ha vivido “otros miedos”. “No el de morirme yo”, puntualiza, “sino el miedo terrible de dejar solo a mi hijo Francesco”. Dice que llegó a pensar que Dios iba a permitir que muriese porque es consciente de que, en ocasiones, “Él tiene un proyecto que no siempre está claro”.
Pero estas son tan solo las primeras pinceladas de nuestra conversación. Antes de profundizar más en su vivencia con Chiara, interrumpe mi pregunta inicial y se pone en pie. “¿Podríamos rezar antes de empezar a hablar, no?”.
Es Enrico Petrillo, marido y padre. Trabaja como fisioterapeuta en un hospital de enfermos terminales y, hace cuatro años, se quedó viudo.
La historia con Chiara, su esposa, comenzó en el verano de 2002, cuando se conocieron en Medjugorje. Se casaron seis años después, el 21 de septiembre de 2008.
A los pocos meses, Chiara se quedó embarazada de su primogénita, Maria Grazia Letizia. Hasta aquí, la historia es semejante a la de cualquier otro matrimonio joven.
Sin embargo, con las primeras ecografías llegó la primera prueba de fuego: la pequeña sufría anencefalia, una malformación que, generalmente, provoca el fallecimiento del bebé poco después de nacer.
A pesar de la condena a muerte que pesaba sobre su hija, Maria Grazia “les hizo abrir su corazón, abrió la puerta a la gracia y entró el amor verdadero, la eternidad”.
Chiara no dejaba de repetir que “cada patadita de la niña era un regalo”. Vivió media hora. Para el funeral de Maria Grazia, Enrico preparó un recordatorio con una sencilla frase: “Nacemos para no morir nunca”.
Era la primera vez que sus amigos y familiares la leían. Esta frase, que da título al libro en el que se narran las vivencias de este matrimonio, resonó a lo largo de cada paso del camino.
Enrico explica a Misión que se la oyó decir a un catequista, enfermo terminal de cáncer: “Se me grabó en el corazón. Forma parte de esas cosas que Dios envía para que se te queden”.
“¿Por qué el libro?”, preguntamos a Enrico. Responde, con enorme naturalidad, que a su historia con Chiara le han añadido elementos “románticos” que no hacen justicia a la realidad de los hechos. “Quería contar lo que pasó, pero no idealizarlo”, explica.
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“Llueve sobre mojado”
Volvemos al pasado de nuevo y hablamos de su segundo hijo, Davide Giovanni. Pocos meses después de la muerte de Maria Grazia, los Petrillo esperan de nuevo la llegada de un bebé.
En esta ocasión, el niño viene con graves e insólitas malformaciones. En palabras del genetista: “Llueve sobre mojado”. Era un matrimonio jovencísimo para el que se repetía la misma historia.
Se preguntaban si debían cerrarse a la vida. La respuesta de Enrico fue contundente: “Si Dios crea la vida para la eternidad, ¿debo yo negarme a ella?”. “Sí, muchas veces nos hemos hecho esa pregunta, ‘¿dónde me está llevando Dios con estas pruebas?’.
Era bonito fiarse y caminar juntos en este valle oscuro, donde sentíamos que alguien nos conducía aunque no viéramos”, recuerda. “Todo escapaba a cualquier lógica humana pero yo estaba en paz”, cuenta en el libro.
Con esa paz recibieron a Davide Giovanni que, después de 38 minutos, “nació al Cielo”, relata Enrico. Chiara escribe en marzo de 2010 que el pequeño Davide “ha vencido nuestro ‘derecho’ a desear un hijo que fuera para nosotros, porque él era solo para Dios”.
En ambos casos, Enrico asegura que, pese a las malformaciones de sus hijos, la palabra “aborto” nunca pasó por su mente. “Para nosotros, no existía el problema de elegir”.
“Pero ¿estabais contra el mundo?”, le preguntamos. “Más que tener al mundo en nuestra contra, estábamos con el Señor. En el momento en el que te lo preguntas, es como si hubieras abierto el diálogo y la posibilidad de otra cosa”.
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La enfermedad
Después de ambas experiencias, muchos les recomendaban abandonar la idea de tener hijos biológicos. Otros, que esperasen. Pero “la idea de esperar nos entristecía”, en palabras de Chiara.
Una vez más, no dejaron pasar mucho tiempo hasta que Chiara volvió a quedarse embarazada. Antes de descubrirlo, se notó un afta en la lengua, pero no le dio importancia. La llaga comenzó a crecer a medida que lo hacía su vientre.
Esperaban a Francesco quien, según todas las pruebas, venía absolutamente sano. Cuando visitamos a Enrico en su casa, Francesco lleva durmiendo un rato.
Enrico nos cuenta que le suele cantar una nana, “Dolce sentire”, el Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís, en la versión de la banda sonora de la película Hermano Sol, Hermana Luna, de Franco Zeffirelli.
Asís fue una figura muy importante en la historia del matrimonio. Allí conocieron a su director espiritual, el padre Vito, que hoy sigue acompañando a Enrico.
Dice que sin Asís, probablemente, su matrimonio no habría existido. En marzo de 2012 llevaron al pequeño Francesco a la Porciúncula, para encomendarlo a la Virgen María. Los pequeños Maria Grazia Letizia y Davide Giovanni “nacieron al Cielo” portando una Tau en el cuello.
Sonreír hasta el final
Regresamos a 2011. La herida de Chiara en la lengua seguía creciendo y tras someterse a unas pruebas, es operada en marzo. Tenía un carcinoma. Ante esta situación, Chiara no se quejó y, de hecho, afrontó esta nueva prueba con una sonrisa.
“Pese a la cruz que vivíamos, sentíamos cerca la presencia del Señor; por eso, hemos reído y bromeado hasta el último momento. Esto nos maravillaba también a nosotros mismos. Chiara sonreía siempre”, recuerda Enrico.
Transcurrido un tiempo, Chiara no podía hablar ni tragar, y los dolores eran cada vez más intensos. En el hospital, pedía calmantes, pero, como estaba embarazada, no podían suministrarle nada que aliviara su dolor.
La de marzo era la primera fase de su tratamiento. Proponen al matrimonio anticipar el parto para que, así, Chiara pueda someterse cuanto antes a la quimioterapia y a la radioterapia.
La idea era que naciese a los siete meses, pero se niegan. La madre lo tiene claro: no sometería a ningún riesgo a su hijo. Finalmente Francesco nació en la semana 37, el 30 de mayo de 2011.
No había tiempo que perder para la segunda intervención, con la que limpiarían sus ganglios y la someten a cirugía dos días después.
El padre Vito decía que ver a Chiara era como ver el cuerpo martirizado de Cristo el día de Viernes Santo.
“Si aceptas el bien, ¿por qué no aceptar el mal?”; está escrito. Cuando Jesús está en la Cruz, la única persona que le dirige la palabra es otro que, como Él, está en la cruz.
Cuando padeces esos momentos de sufrimiento, tu amistad con el Señor se fortalece. También te das cuenta de que el sufrimiento es un regalo, porque pone en orden algunas cosas de la vida y te das cuenta de quién eres”, asegura Enrico.
Chiara comienza el tratamiento: cinco días de radioterapia a la semana y una sesión de quimioterapia cada veintiún días.
Después de un duro verano, los exámenes parecen revelar una mejoría, pero, a finales de marzo de 2012, los peores temores se hacen realidad: hay metástasis en un pecho, el hígado, los pulmones y un ojo.
Chiara permanece en el hospital recibiendo antibióticos y siendo sometida a nuevas pruebas. Era Pascua.
Mientras tanto, Enrico permanece en casa cuidando de Francesco: “Fue una de las semanas más horribles, pero el Señor nunca nos ha desilusionado”.
Para Enrico, el tumor de Chiara era como la tercera pregunta de Jesús a Pedro tras la Resurrección. Su respuesta, como la del apóstol: “Señor, tú sabes que te amo”.
“Sería perfectamente comprensible que estuvieses enfadado, ¿lo estás?”, preguntamos a Enrico. “Es una elección. Podría estar enfadado, sí. Si así lo eliges, puedes tomar las decisiones de tu vida junto al Señor o puedes elegir hacerlo sin Dios. Nunca me he enfadado porque el Señor estaba en nuestra vida y sabíamos que Él es un Padre bondadoso”.
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Morir feliz
A finales de mayo Chiara está sufriendo un auténtico calvario, durante el que permanecía aferrada, más que nunca, a la cruz. El 12 de junio comienza a agonizar, pero mantiene una enorme serenidad y lucidez.
Su marido recuerda que vio a Chiara “morir feliz”. “No era la felicidad de la sonrisa, porque cuando mueres no hay sonrisa, pero era la alegría profunda de quien sabe a dónde va.
Chiara no solo ha muerto serena, era algo más. Era como observar una de esas imágenes de Cristo sonriente en la cruz”.
“Francesco siempre dice que tiene una madre en el cielo y un padre en la Tierra”. Antes de dejar este mundo, Chiara escribió una carta al pequeño en la que le pedía que siempre se fiara de Dios. “Hace poco le leí la carta, y le hizo mucha ilusión”.
Enrico y Chiara tuvieron tres hijos, pero, fruto de su matrimonio, nacieron muchos otros “hijos espirituales”.
“Humanamente, habría preferido que Chiara estuviera aquí, envejecer con ella, pero, al mismo tiempo, queda este consuelo: muchos niños han nacido porque sus padres oyeron el testimonio de Chiara cuando nació nuestra primera hija y deciden llevar adelante el embarazo. Este pensamiento me llena el corazón de gratitud”.
Tenía 28 años y murió rodeada de familiares y amigos. “Uno de los mensajes más bonitos que nos brindó es que se puede ser feliz ya en este mundo, pese a todo. Si tienes como referencia la eternidad, todo lo que sucede es poco en realidad”.
Así se lo escribió Chiara a su pequeño: “Cualquier cosa que hagas solo tendrá sentido si piensas en la vida eterna. Si amas de verdad, te darás cuenta de que nada te pertenece, porque todo es un regalo”.
Como la misma vida de Chiara, una vida eterna porque nació para no morir jamás.
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Artículo publicado originalmente por Revista Misión
Fotografías cedidas por Revista Misión y por Editorial Palabra