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¿Te aceptas como eres?

Editora Cléofas - publicado el 30/11/15

Antes de lamentarte y quejarte por lo que no tienes, agradece lo que ya tienesCada uno de nosotros es muy valioso. Fuimos hechos a imagen de Dios, ¿qué más podemos desear? Dios entró dentro de sí mismo para ahí buscar nuestro molde.

¿Cómo, entonces, puedes reclamar sobre las cualidades que no tienes? ¿No es eso ser ingrato con Dios?

Antes de lamentarte y quejarte de lo que no tienes, agradece lo que ya tienes, y todo lo que has recibido gratuitamente de Él.

Mira primero tus manos perfectas… y di: ¡Muchas gracias, Señor!

Piensa en tus ojos que miran el horizonte, tus oídos que oyen el cantar de los pájaros, y di: ¡Gracias, Señor!

Mira la belleza y fuerza de tu juventud y agradece al Padre bueno, de quien proceden todas las dádivas buenas.

La peor cualidad de un hijo es la ingratitud frente al padre.

Jesús se molestó cuando curó a diez leprosos (una enfermedad incurable en aquella época), y sólo uno (el samaritano) volvió para agradecerle. Y este no era judío, es decir, el único que no era considerado perteneciente al pueblo de Dios.

Tú has recibido una gran herencia de Dios, que está dentro de ti; tu inteligencia, tu libertad, tu voluntad, la capacidad de amar, la memoria, la conciencia, etc., en fin, tus talentos, que Dios espera que hagas crecer para su bien y el de los demás.

Lo primero que tienes que hacer para poder multiplicar esos talentos es aceptarte como eres, física y espiritualmente.

No te quedes sólo mirando tus problemas, en una especie de introspección morbosa, porque si no, terminarás no viendo tus cualidades, y esto te volverá esclavo de tu complejo de inferioridad.

San Pablo dijo que somos como “vasijas de barro”, pero que tenemos un tesoro de Dios escondido dentro (cf. 1 Co 4,7).

Y no estoy diciendo que debes esconderte de tus problemas, o hacer de cuenta que no existen, no es eso. Reconócelos y acéptalos y, con fe en Dios, y en ti mismo, lucha para superarlos, sin quedar derrotado y lamentándote sobre tu suerte.

Que sepas que crecemos como personas humanas exactamente cuando vencemos nuestros problemas y superamos nuestros límites.

No tengas miedo de tus problemas, estos existen para resolverse. Un amigo me decía que todo problema tiene solución; y que, cuando no la tiene, entonces, deja de ser un problema. “Lo que no tiene remedio, está resuelto”, dice el dicho. No sirve llorar sobre la leche derramada.

El hombre crece en la crisis y en la lucha. Sólo en el fuego el acero tempera. Sobre los martillazos del hierro la lámina se vuelve espada.

Por eso, es importante eliminar tus actitudes negativas.

Dios tiene un proyecto para ti y para cada uno de nosotros, una bella misión que cumplir, y tú puedes estar seguro de que Él no nos entregó un mundo acabado exactamente para podernos dar el honor y la alegría de ser sus colaboradores en esta bella obra.

Él necesita de nuestras manos y nuestra inteligencia, Él quiere usar tus talentos.

El hombre más infeliz es aquel que se encierra en sí mismo y no usa sus talentos para el bien de los demás. Ese hombre se deprime.

En la parábola de los talentos, Jesús mostró que sólo fue pedido un talento más a aquél que había ganado uno; pero le fueron pedidos diez nuevos talentos a quien había recibido diez. Dios es coherente.

Tú sabes que eres “único” ante los ojos de Dios, irrepetible, por lo tanto, tú has recibido talentos que sólo tú tienes, entonces Dios espera que desarrolles esa bella herencia, siendo aquello que eres.

Es un acto de madurez tener la humildad de reconocer tus límites y aceptarlos, eso no es ser menor o menos importante, es ser real.

Acepta tus limitaciones, tus problemas, tu físico, tu familia, tu color, tu casa, tus padres y hermanos, por más difíciles que sean…y comienza a trabajar con fe y paciencia para mejorar lo que es posible.

Si no empiezas por aceptar tu físico, eso que ves, no aceptarás los defectos que no ves.

Corres el riesgo de no quererte si no aceptas tu cuerpo. Muchos se rebelan contra sí mismos y contra Dios a causa de eso.

Sólo te podrás querer –amarte– si te aceptas como eres, física y espiritualmente. En caso contrario no serás feliz.

Está claro que es bueno aprender cosas buenas de los demás, pero no podemos querer imitarlos en todo.

No puedes compararte con otra persona, y quién sabe, quedarte deprimido porque no tienes lo mismos éxitos que los demás. Cada uno es uno frente a Dios.

Tampoco te dejes llevar por el juicio que otras personas hacen sobre ti. Que sepas una cosa: tú no serás mejor porque las personas te elogien, y tampoco serás peor porque te critiquen.

Como decía san Francisco, “soy lo que soy frente a Dios”.

Una vez iban por el camino un anciano, un niño y un burro.

El anciano empujaba al burro y el niño iba montado sobre el animal.

Al pasar por una ciudad, oyeron que la gente decía:

“Que niño sin corazón, deja que el anciano vaya a pie. Debería empujar al burro y dejar que el anciano vaya arriba”.

Inmediatamente, el niño se bajó del burro y dejó que el anciano se subiera, y continuaron el viaje.

Al pasar por otro lugar, escucharon decir:

“Que viejo flojo, deja que el niño vaya a pie, y él va sobre el burro”.

Entonces, ellos pararon y comenzaron a pensar qué hacer:

El anciano dijo al niño:

Sólo nos queda una alternativa: ir a pie cargando al burro en nuestros brazos”.

Moraleja de la historia: es imposible agradar a todos.

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