Es dificilísimo, es fundamental que los novios sean conscientes de las dificultades que van a afrontar, pero bien llevado, es un signo de reconciliación en la sociedad
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La actitud de la Iglesia frente al Islam, manifestada en los documentos del Vaticano II (cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 16; Nostra Aetate, 3) no le impide ser consciente de que la diferencia de fe y de contexto social y jurídico entre los países de cultura cristiana y musulmana, puede crear graves problemas para la convivencia del matrimonio y para la plenitud de la vida conyugal, así como para el ejercicio del derecho y el cumplimiento del deber de educar cristianamente a los hijos (cfr. cánones 1055 § 1 y 226 § 2).
La Iglesia, en consecuencia, establece impedimentos para los matrimonios mixtos por las dificultades que casi siempre comportan y porque impiden la íntima comunión entre los cónyuges.
Cuando el Legislador canónico exige a quien solicita dispensa para casarse con una persona de religión musulmana, la promesa de hacer cuanto le sea posible para que los hijos sean bautizados y educados en la religión católica, es consciente de la dificultad del cumplimiento de esta promesa, contrapuesta no sólo a las obligaciones religiosas del musulmán practicante, sino también, cuando la parte musulmana es el varón, a las disposiciones jurídicas que, en el derecho musulmán, obligan al hijo a seguir la religión del padre.
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Actitudes y orientaciones pastorales generales
Todos los que han de tratar pastoralmente estos casos necesitan, ante el Islam y los musulmanes, una actitud de conocimiento -que les libre de los tópicos tradicionales- y al mismo tiempo de responsabilidad para respetar y descubrir el plan de Dios en otros caminos religiosos además del cristiano.
“La Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (Concilio Vaticano II, Declaración Nostra Aetate, 2,b ).
Se necesita, para aconsejar bien, un cierto conocimiento del derecho matrimonial musulmán en general, y de los diferentes Códigos civiles modernos, así como de las realidades sociológicas del país de la parte musulmana.
Han de manifestar estos pastores, especialmente, un tacto exquisito y audacia, fruto de la mejor caridad, para reconocer las exigencias recíprocas y los riesgos específicos (culturales, religiosos, jurídicos y pedagógicos) de tales matrimonios, llegando a desaconsejarlos absolutamente si los hechos lo requieren.
Y todo ello acompañado de una gran misericordia para comprender, acoger y colaborar en cada caso concreto.
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Actitudes particulares con vistas al discernimiento y la preparación
Se impone una acogida sincera y una colaboración generosa que huya de todo paternalismo, y más aún, de un proselitismo camuflado.
Esa acogida es fundamental, ya que, al infringir las normas sociológicas de su entorno del que surgirán inevitablemente incomprensiones y rechazos, es fácil que la pareja sienta, aunque no lo confiese, marginación y aislamiento, resultando vulnerable si no se franquean impunemente los muros de sus respectivas culturas y sociedades.
Junto a la acogida, el servicio más importante que puede prestarse a los contrayentes en el transcurso de la conversación pastoral, es permitirles a ambos tomar conciencia, leal, serena y conjuntamente, de las distancias personales, culturales y religiosas que les separan, y que permanecerán, pues no pueden superarse completamente.
Es de suma importancia para la futura solidez perdurable del matrimonio que ambos sopesen juntos lo más objetivamente posible las dificultades que se les presentarán de modo inevitable. Dificultades que no harán sino acentuarse con la venida de los hijos.
Diferencias
La parte cristiana tiene, por lo general, un completo desconocimiento acerca de las cuestiones jurídicas relativas a la herencia, custodia de los hijos, comunidad de bienes, divorcio, etc., así como de que los hijos que nazcan de tal unión serán, según derecho, musulmanes; lo cual hará difícil que la mujer cristiana tenga la posibilidad de compartir la propia fe con sus hijos.
Igual ignorancia suele presentar sobre las condiciones sociológicas en que tendrá que vivir, especialmente si el matrimonio se instala en un país musulmán.
También es importante que sepa que, en el ambiente musulmán, el amor entre el hombre y la mujer no tiene ni la misma forma ni la misma expresión que en la concepción tradicional del Occidente cristiano.
Otra dificultad a tener en cuenta por la parte occidental es la representada por la separación entre la sociedad masculina y femenina.
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A esto se agrega que allí ya no se tratará de la familia unicelular, es decir, restringida al núcleo del matrimonio y sus hijos, sino de una familia de tipo patriarcal.
La parte musulmana, pese a su esfuerzo de adaptación a la lengua y culturas occidentales, seguirá normal y legítimamente imbuida de sus categorías religiosas y socio-culturales islámicas.
Eso hará que las concepciones occidentales cristianas de la familia corran el riesgo de desorientarle, de modo que no pueda comprender en su amplitud la sensibilidad y las reacciones de su pareja y entorno.
Por otra parte, habituado a la acogida, a la hospitalidad tradicional y a las numerosas visitas a la familia y a los allegados, tan frecuentes en su propio entorno social, el musulmán difícilmente aceptará las corrientes actitudes de reserva, individualismo o de aparente distanciamiento que en Occidente se dan, pudiendo incluso interpretarlo como desprecio.
En algunos casos, además, la parte musulmana no es bien aceptada por la familia de la parte católica, produciéndose en dicha parte un sentimiento de aislamiento e inseguridad que le incitará tal vez a precipitar el regreso a su país, en el cual hallará su entorno familiar.
Asumir lo distinto y transformarlo en riqueza
Toda la pastoral estará, pues, orientada a que ambos asuman sus diferencias, para convertirlas en riquezas. Lo cual supone mucho corazón, inteligencia y sabiduría.
Por ello no todos están capacitados para fundar un hogar islamo-cristiano, a causa de las diferencias que deben asumirse, o de la tendencia a minimizarlas o a suponer que en su propio caso va a ser distinto.
Hay, pues, un discernimiento formal que debe suscitarse en los dos interesados; algo nada fácil, pero que forma parte del trabajo pastoral.
Efectuado el discernimiento, si se deciden consciente y maduramente a seguir adelante, estas parejas deberán hacer gala de una creatividad muy especial; lo cual es ya por sí mismo un gran enriquecimiento.
Deberán sobre todo hacer algo original, sin copiar ni el modelo occidental ni el del país de origen de la parte musulmana.
Deberán inventar un estilo de vida propio que tendrá, más que otros matrimonios, que apelar a esas cualidades esenciales del corazón, como la comprensión, la delicadeza y la paciencia. Deberán sobre todo hacer acopio de una gran calidad de amor.
Preparación al matrimonio musulmán-cristiano
En la preparación de la celebración de los matrimonios mixtos musulmán-cristianos ante la Iglesia, se instruirá a los contrayentes sobre la peculiaridad religiosa del matrimonio que pretenden contraer, sobre los fines y propiedades esenciales del mismo, que ninguno de los dos puede excluir, así como sobre la existencia del impedimento de disparidad de cultos y sobre las condiciones requeridas para obtener la necesaria dispensa.
También se orientará a los contrayentes sobre las formas posibles de celebración del matrimonio católico, tanto en forma canónica como con dispensa de la misma, y sobre las exigencias e implicaciones que lleva consigo cada una de ellas, de modo que en el diálogo pastoral se pueda discernir cuál es la forma de celebración más adecuada a la actitud religiosa de los contrayentes.
En esta instrucción de los novios puede participar el ministro religioso musulmán.
Al instruir a la parte musulmana sobre los fines y propiedades esenciales al matrimonio, y sobre la necesidad indispensable de comprometerse por escrito a no excluir dichos fines y propiedades, se le puede hacer ver que la renuncia al divorcio y a la poligamia no tiene nada estrictamente incompatible con el Islam, sino que es una vía reconocida dentro de su religión, libre y gustosamente practicada por muchos musulmanes.
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Sin duda se debe ayudar a la parte musulmana en el reconocimiento de la inviabilidad de esta vía islámica, que debe tomar como algo propio para que su proyectado matrimonio sea válidamente contraído ante la Iglesia.
Es indispensable para celebrar el matrimonio cristiano con disparidad de culto que la parte musulmana sea consciente, y de forma muy precisa, de las exigencias que comporta el matrimonio, abandonando las posibilidades que le concede la Ley islámica (divorcio, poligamia, etc.), exigencias que no tienen nada estrictamente incompatible con el Islam.
Aunque el éxito de estos matrimonios es muy problemático y exige (no podemos cansarnos de repetirlo) una muy seria y comprometida preparación, sin embargo, cuando se realizan con las debidas garantías, encierran enormes riquezas.
Puede ser la ocasión en el plano religioso de una real profundización de la dimensión religiosa personal. La solución negativa sería eludir esta tarea refugiándose en la indiferencia.
Al contrario, será dentro de un progreso espiritual y de una mayor fidelidad como creyentes, como los jóvenes esposos podrán extraer fuerza y certidumbre para llevar a buen término su proyecto en común.
Este encuentro y confrontación musulmán-cristiano puede ser fuente de una mayor exigencia, que invita a volverse juntos hacia lo esencial: Dios, que está más allá de todo cuanto los discursos humanos pueden jamás decir al respecto.
El matrimonio mixto, además, confiere al diálogo musulmán-cristiano otra dimensión más extensa que la de los encuentros de expertos, pues se enraíza en plena realidad humana a través de la vida cotidiana y se multiplica en numerosos hogares.
Estos matrimonios, seriamente llevados, son un signo de reconciliación posible entre los pueblos, las razas y las religiones.
Y pueden ser un enriquecimiento de las comunidades humanas y religiosas que testimonien que los particularismos, las estrecheces de miras, los racismos de cualquier índole en suma, pueden superarse.
Es deseable que algunos hogares mixtos adquieran conciencia de una misión de reconciliación y de paz que arraigue en su propia existencia.
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