Seis religiosas cuyo proceso diocesano de beatificación concluyó a principios de este año
En estos días los medios internacionales están dando gran importancia a la epidemia de Ébola que ha causado en África 887 muertos y más de 1.600 casos de contagio según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Hay centenares de voluntarios, médicos, enfermeros que en estos momentos luchan junto a las personas contagiadas para aliviar sus sufrimientos. Se combate el virus, un desafío a veces desigual, corriendo el riesgo de contraerlo. Una suerte que ya ha tocado a dos médicos americanos y a uno español. Y que en el pasado segó la vida de seis heroínas, de las que el 25 de enero de 2014 se terminó el proceso diocesano de beatificación.
Estamos hablando de las misioneras de las Poverelle de Bérgamo (Italia). Cuando el temido Ébola se instaló en su pueblo en el Congo, las seis monjas no huyeron, abandonando a la población, sino que intentaron combatirlo cuidando a las personas contagiadas con los pocos medios que tenían a su disposición. Su historia la ha contado el padre Giulio Albanese en Avvenire (26 marzo 2014).
El 15 de marzo del 1995, un hombre volvió a casa con fiebre después de una jornada de trabajo en los alrededores de un pueblo a poca distancia de Kikwit, en el ex Zaire. Diez días después murió, desangrado por un mal misterioso. En su familia, el contagio fue en cadena: primero el hermano, después los demás miembros de la familia. Después la enfermedad llegó a los demás miembros del pueblo, entre ellos sor Fioralba Rondi, que enfermó, contaron sus hermanas, mientras socorría a un moribundo. Murió el 25 de abril de 1995.
Después de sor Fioralba, la fiebre hemorrágica fue letal para sor Clarangela Ghilardi, sor Danielangela Sorti, sor Dinarosa Belle, sor Annelvira Ossoli. La última en contagiarse fue sor Vitarosa Zorza, que murió el 28 de mayo. La epidemia mató a 244 personas. Una de las causas de la difusión era la costumbre de tocar a los muertos durante los funerales, además del contacto directo con los enfermos como en el caso de las seis religiosas, que aún conscientes de la enfermedad ofrecieron su asistencia hasta que la fiebre comenzó a destrozar su cuerpo.