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La Virgen de Valle, celeste y blanca desde la gruta de Choya

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Esteban Pittaro - publicado el 29/05/14
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Una advocación mariana muy querida en la Argentina y otros países latinoamericanosSanta María es venerada en varios países de América Latina y España bajo la advocación de Nuestra Señora del Valle, pero la devoción, y la misma historia de las imágenes más populares suelen variar de un lugar a otro.

Por poner un ejemplo, mientras que un venezolano probablemente la imagine en un manto blanco inmaculado, que incluye además guantes de ese color para las manos en actitud orante, los argentinos la asocian con la túnica blanca pero con el manto azul, que lleva a que muchos la confundan con la del Luján, patrona argentina.

En este país, su imagen es especialmente venerada en la provincia de Catamarca, en el noroeste argentino, donde recientemente se celebraron sus fiestas patronales y donde tiene origen su devoción.

El español Manuel Salazar, comisario de los nativos y juez para los españoles, la encontró en la Gruta de Choya en 1618, donde ya era venerada  por los indígenas. Dos veces la llevó a su residencia, pero las dos veces, misteriosamente, la imagen desapareció de su casa y apareció en la gruta. Ante el signo de la voluntad de María de permanecer allí, se edificó una capilla en su honor con la colaboración de todos, ricos y pobres, indígenas y españoles.

Don Manuel falleció hacia el 1640, absolutamente dedicado al cuidado y al culto de la advocación. Con el crecimiento de su devoción, y la necesidad de albergar la cantidad de fieles que acudían a nuestra Señora del Valle, en 1859 se inició la construcción del templo actual, terminado en 1875 y erigido años después en basílica menor.

El 12 de abril de 1891 la imagen fue coronada pontificalmente en una solemne ceremonia que involucró una procesión que involucró a todo el pueblo, y desde entonces el segundo sábado después de Pascua se celebra en la diócesis sus fiestas patronales.

Este año, la convocatoria a las patronales diocesanas se realizaron en el contexto “los 123 años de la Coronación Pontificia de Nuestra Madre, el cuarto año de la Misión Diocesana Permanente, año dedicado a la Niñez y la Adolescencia en nuestra Diócesis de Catamarca, y caminando hacia los 400 años del hallazgo de la Imagen de la Virgen”.

Antes de la procesión de la Virgen y su regreso al camarín con el que se cierran oficialmente las celebraciones, el Obispo monseñor Luis Urbanc presidió la Eucaristía y transmitió un saludo y una bendición especial de Francisco, a quien visitó días atrás con motivo de la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II.

Recordando a ambos, expresó: “Muchas cosas podríamos destacar en ellos, pero por razón de tiempo y oportunidad, tan sólo querría destacar que han sido dos enamorados de la Virgen María”. Ese día también hubo Misa en la gruta de Choya, donde comenzó el amor de María y su pueblo de Catamarca bajo esta advocación de Nuestra Señora del Valle.

Las actividades de esta semana en honor a María en la catedral catamarqueña incluyeron además la renovación de las promesas de más de cien matrimonios, una Misa de jóvenes, una visita de las fuerzas de seguridad, de niños de colegio, de trabajadores de transporte, de empleados de comercio… Todos tuvieron su oportunidad para poner a los pies de la Madre sus intenciones y renovar una historia de intercesiones que lleva a que los prodigios se recuerdan por doquier y a escuchar oraciones tan intensas como la que se reproduce a continuación:

Acto de Consagración a nuestra Señora del Valle

Postrado humildemente a tus pies,
¡Oh Virgen Santísima del Valle!
vengo, a pesar de mi indignidad,
a elegirte por Madre, abogada y protectora,
ante Jesús, tu Hijo divino,
para amarte, honrarte y servirte fielmente
todos los días de mi vida.
Alcánzame de Jesús
un vivo horror al pecado;
la gracia de vivir y morir
en la fe más viva,
en la esperanza más firme,
en la caridad más ardiente y generosa.
¡Oh Virgen del Valle!
Dame el consuelo
de que en la hora de mi muerte,
entregue mi alma en tus manos,
y sea conducido por ti
a la gloriosa inmortalidad.
Amén

 

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