Más que razones, fue una intuición…Me ha quedado marcado para siempre, desde que tenía 13 años, la reacción que tuvo nuestro profesor, un religioso, estando en el laboratorio de química del colegio, al saber, el 25 de enero de 1959, que el papa Juan XXIII había convocado un Concilio Ecuménico.
Este profesor nos dijo: “Lo hace para pasar a la historia (haciendo referencia a la edad que tenía el Papa en aquel momento: 78 años), ¿Qué necesidad había de esto tras la promulgación de la infalibilidad pontificia?”.
No se daba cuenta de que estábamos ante una genialidad profética.
El mismo Papa dijo públicamente que se le había ocurrido de improviso. No fue, por tanto, una idea premeditada y menos aún un proyecto calculado.
En este sentido se puede decir que el Concilio no fue el resultado de un proceso de análisis y de estudio. Fue más bien el efecto inesperado de una intuición profética.
El mismo Juan XXIII, con la sencillez que le caracterizaba, lo explicó así en el discurso de apertura del Concilio: “Todo fue un toque inesperado, un haz de luz de lo alto, una gran suavidad en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que con sorpresa se despertó en todo el mundo en espera de la celebración del Concilio”.
Con este gesto, el Papa iniciaba un nuevo camino para la Iglesia y un nuevo estilo de ser Papa.
No se trataba de condenar a nadie ni de ponerse a la defensiva frente a los errores. Lo que el Papa quería es ponerse a dialogar con el mundo y con la cultura de nuestro tiempo. Una luz nueva y un aire distinto se constituían así en el nuevo destino de la Iglesia.