Carta de monseñor Ricardo Tobón, arzobispo de Medellín (Colombia)El próximo Domingo, 24 de noviembre, clausuramos el Año de la Fe. Un tiempo de gracia, que ha sido una invitación a la conversión personal y pastoral y una oportunidad para la renovación de la vida y misión de nuestra Iglesia particular. Cada uno puede hacer su propio balance sobre este año y cada comunidad puede sacar sus propias conclusiones. Pienso que todos hemos logrado muchas cosas positivas. Sin embargo, seguimos constatando también que tenemos muchos católicos que reciben los sacramentos y practican devociones pero no se han convertido a Jesucristo ni se comprometen con su Iglesia. Igualmente, tenemos católicos fríos en su fe, pues conocen algunos elementos doctrinales pero no han llegado a una relación personal con Dios. Así mismo, lamentamos que algunos católicos dejan la Iglesia buscando en otras comunidades nuevas experiencias espirituales.
Para afrontar esta realidad, convendría recordar lo que enseñaba el Papa Benedicto XVI: “A menudo nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que esta fe exista, lo que por desgracia es cada vez menos realista. Se ha puesto una confianza excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones; pero ¿qué sucederá si la sal se vuelve sosa? Para que esto no suceda, es necesario anunciar de nuevo con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, corazón del cristianismo, fundamento y apoyo de nuestra fe, palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano… Nuestra fe tiene fundamento, pero es necesario que esta fe se convierta en vida en cada uno de nosotros” (11 5 10).
En verdad, hemos construido estructuras pastorales, hemos transmitido enseñanzas morales, hemos promovido todo tipo de celebraciones, pero hemos supuesto la fe y no hemos propiciado una experiencia espiritual. Antes de celebrar los sacramentos, antes de entrar en la comunidad cristiana, antes de pedir compromiso apostólico es preciso recibir el primer anuncio o kerygma. Este anuncio es el que suscita la fe, que no es una idea fruto del pensamiento sino una luz que viene de arriba, una experiencia en la acción del Espíritu Santo, una gracia para entrar en comunión con la obra de Dios realizada en Cristo, un contacto personal con el amor inefable de Dios que lleva a la confianza y a la conversión. Sin este anuncio primordial y ardiente no producen verdadero fruto la evangelización y la pastoral.
Escribe Miguel Pastorino: “El kerygma no es una moda, o un nuevo descubrimiento de la Iglesia: son los fundamentos de todo verdadero proceso evangelizador desde Pentecostés hasta nuestros días. El kergyma no es catequesis, no es un discurso doctrinal, tampoco es un signo atractivo, ni solo el testimonio de vida, ni proselitismo, ni tampoco una estrategia pedagógica previa a la catequesis, ni una conversación sobre cualquier tema. Todas estas iniciativas pueden ser el ámbito para el anuncio del kergyma, pero no son en sí mismas primer anuncio. El objetivo del primer anuncio no es despertar la simpatía por Jesucristo, sino la conversión del corazón. Es algo que sin la experiencia de fe del evangelizador es imposible de realizar. Anunciar el kerygma sin fe, es como hablar en lenguaje de enamorado, pero sin estar enamorado. Sólo una palabra llena de la gracia, cargada de la experiencia del amor de Dios puede ser un verdadero “kerygma”.
El Año de la Fe nos debe dejar, entonces, el propósito de cultivar permanentemente en nosotros, con la fuerza del Espíritu Santo, una relación personal y real con Dios a través de la persona de Jesucristo. La acogida y la proclamación de esta posibilidad requieren una auténtica renovación espiritual y pastoral en nuestra vida eclesial. No podemos seguir pensando en Cristo y anunciándolo como un personaje del pasado, no podemos seguir leyendo la Biblia sin permitir la transformación que Dios hace en nosotros con su Palabra, no podemos seguir orando mientras el corazón está lejos de Dios. La fe no se logra con discursos o con planeaciones abstractas, sino abriéndonos a la fuerza de Dios que, en Cristo, nos ha dado la respuesta a las aspiraciones e interrogantes de nuestra vida. Como dice la Carta Porta Fidei, “la puerta de la fe sigue abierta y nos introduce en un camino que dura toda la vida”.
Artículo originalmente publicado por Arquidiócesis de Medellín