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Asedio al Congreso: Ya están aquí los apóstoles de la destrucción

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PEPE MOLINA/SIPA

Manifestaciones violentas en Barcelona en marzo de 2013

Marcelo López Cambronero - publicado el 25/04/13

Por primera vez en la historia se proyecta una revolución violenta que carece de un programa alternativo o de un ideario político claro y concreto: sólo quiere destruir

En los próximos días, los que nos esperan y por lo que dure, los españoles vamos a asistir al desarrollo de una estrategia que tiene la pretensión explícita de acosar y derribar las instituciones políticas y civiles de nuestro país. Se quiere destruir la estructura social sobre la que se asienta nuestra convivencia. Por primera vez en la historia, y es muy importante subrayar esto, se proyecta una revolución violenta que carece de un programa alternativo o de un ideario político claro y concreto. Ni siquiera se señala como objetivo la toma del poder, entre otras cosas porque los ideólogos de estas acciones no sabrían qué hacer con él ni tienen capacidad para asumir dicha responsabilidad. A la pregunta por “¿qué hacer?” estos nuevos revolucionarios sin bandera responden como el nihilista Basárov de la novela Padres e hijos de Iván Turgueniev (1862): “Eso ya no es cosa nuestra… Lo primero es desbrozar el terreno”. Ya están aquí los apóstoles de la destrucción.

Empezaremos por los hechos para así poner al lector en antecedentes. Esta tarde, día 25 de abril de 2013, a las cinco horas, la plataforma “En pie” ha convocado una iniciativa explícitamente violenta bajo el título “asalto al congreso”. Los objetivos de esta acción, así como su planificación y estrategia son, aunque solo en parte, públicos. El objetivo principal, y sigo el documento que todos ustedes pueden leer en la página web de esta plataforma, es derrocar al régimen vigente.

El segundo fin que se busca es el asalto al Congreso de los Diputados rompiendo el cordón policial que lo protegerá. Los objetivos inmediatos, también muy importantes, son “cortes de carreteras, vías o accesos a la ciudad importantes”, “inhabilitación de cajeros automáticos”, “ocupaciones de inmuebles”, “asedios de otros edificios relevantes durante su actividad”, “cortes de luz provocados en sitios estratégicos”, “presión a personas concretas”, “expropiaciones de alimentos y otros bienes”, “decorar cristaleras de bancos y multinacionales con pintura, alquitrán, ácido…”. En pocas palabras: acciones terroristas y fascistas en contra del bien común, es decir, en contra de quienes estando o no de acuerdo con su cabreo contra el sistema no aceptamos la violencia como forma de acción política. No se puede considerar como “pacífica” una acción cuyos objetivos son destructivos y los medios para conseguirlos son explícitamente agresivos, máxime cuando, como puede leerse en la misma página web, existe una planificación sobre el terreno, una coordinación y una dirección, indicaciones no sólo para no impedir sino para provocar el enfrentamiento con la policía, etc. Se indica incluso cómo incitar cargas policiales así como la manera de responder a ellas de forma agresiva y coordinada.

Es preciso diferenciar este tipo de protesta ideada como una acción terrorista de otras que, nos parezcan más o menos intensas o contrarias al orden establecido, sí tienen cierto contenido y/o carácter reivindicativo. Al mismo tiempo hemos de ser conscientes de que parte de la estrategia de estos grupos de corte fascistoide es “asimilar” a otras reivindicaciones, haciéndolas parecer ante la luz pública como parte del mismo fenómeno y aparentando su radicalización infiltrando en ellas elementos violentos. Esto es lo que va a suceder en los siguientes episodios a los que asistiremos, de los que algunos ya están anunciados: movilizaciones de los indignados los días 1 y 2 de mayo por el día del trabajo, manifestaciones de los trabajadores de la sanidad madrileña entre el 5 y el 10, el “toque a Bankia” que a menos que se remedie será un acto de extrema violencia previsto para el día 9, la manifestación del día 11 para exigir la desaparición del ejército, una “Revolución integral” para el día 14 y el “San Isidro indignado” del 15. Esto que sepamos y por el momento.

Por supuesto que algunas de estas convocatorias son eminentemente pacíficas y se avienen a la legalidad y al derecho a la reunión y manifestación, pero van a ser utilizadas por los terroristas callejeros para generar un mayo caliente e instrumentalizada para promover la desestructuración de nuestra convivencia. Ante este panorama quienes no deseen mezclarse con indeseables ni cooperar en la consecución de sus fines destructivos deberían demorar sus actos reivindicativos, por muy justos que sean, durante unas semanas, hasta que escampe.

Ante una situación como la que he descrito cabe hacer una reflexión de fondo: ¿Por qué florece de esta manera la violencia entre algunos jóvenes? ¿Cómo es posible que grupos de personas organizados estén dispuestos a destruir las instituciones aun a riesgo de generar un conflicto social del que serían directamente responsables? La respuesta a esta pregunta puede afrontarse, al menos, desde dos ámbitos, uno directamente existencial y otro más explícitamente ligado a la coyuntura histórica concreta por la que estamos atravesando

Comencemos por una experiencia humana universal: cuando borramos el horizonte perdemos la perspectiva de la profundidad y, entonces, nos parece que la realidad nos cerca y nos enjaula. Estos adolescentes de toda edad odian la realidad porque de ella sólo ven lo inmediato, lo superficial, lo presente, lo epidérmico, lo emocional. No me refiero a esta realidad que hoy nos toca afrontar, con su crisis, sus desvelos e injusticias, sino a la realidad en sí y dentro de ella todo lo que no es el yo frágil y tembloroso que queda dentro de la jaula. El odio a la realidad se expresa en que la vida se convierte en una permanente huida del mundo, es decir, de lo cotidiano. El trabajo no es una forma de desarrollo personal y, por cierto, el lugar privilegiado y eminente de la solidaridad y el servicio (sea cual sea dicho trabajo), sino una carga rutinaria e insoportable. La familia ya no es lugar de los afectos sino del conflicto, convertida en una institución opresora. Las relaciones, hasta las más cercanas, sólo se comprenden desde el prisma del interés propio, del egoísmo, que es entendido como el único motor social e incluso como el principio racional por excelencia. El mundo al que han sido arrojados estos muchachos y muchachas les parece un infierno en vida del que hay que escapar: desaparecer el fin de semana, no asumir responsabilidades ni promesas, evadirse en las drogas el sexo fácil e impulsivo o… la violencia. Centrémonos: estamos hablando de gente desesperada, en un sentido muy concreto, porque ya no esperan nada, han abandonado toda esperanza y eso, como señaló Dante en La Divina Comedia, es en lo que consiste el infierno.

Si no hay esperanza no hay futuro, y si no hay futuro no hay libertad, ni responsabilidad, ni consecuencias de los actos, ni compromiso con las acciones propias o ajenas. Si no hay esperanza la condición mortal que nos atenaza se concreta aquí y ahora: hay que destruirlo todo. Ese "todo", desde la perspectiva plana en la que estos chavales se encuentran, es y no vale, a sus ojos, nada.

Ustedes comprenderán que no digo que “todos” los jóvenes sean así. No, todos los jóvenes no son así, por supuesto… pero sí es así nuestro mundo, porque alguien nos ha prestado una esponja con la que hemos borrado el horizonte.

De esta forma asistimos a una sociedad en la que no se venera la juventud, como se ha dicho por error tantas veces, sino la adolescencia. La juventud es el primer paso de la madurez. Es, si queremos explicarlo un poco más, el camino que inicia quien ya sabe que será adulto, pero que todavía es, sencillamente, inexperto. La juventud es siempre apertura al futuro, deseo de más.

La adolescencia, sin embargo, mantiene como rasgo del niño la incapacidad para hacerse cargo de las consecuencias de los propios actos. Es cierto que esas consecuencias ya se intuyen y se conocen, pero todavía no hay una libertad desarrollada y real que pueda poseer la propia vida con sus responsabilidades y requisitos. Si la juventud mira más allá de sí misma la adolescencia no ve salida, se angustia y se desespera, todavía no puede respirar el aire de un terreno despejado.

Sin embargo sería ingenuo culpar a los adolescentes de ser lo que son aunque, ya digo, tengan la edad que tengan. Es un gesto de debilidad moral y espiritual el demorar la solución de los problemas personales y sociales a través de un procedimiento de asignación de culpas. Yo soy el primer responsable de aquel chico que está quemando un contenedor por la simple razón de hacerlo, porque odia el mundo que le rodea: porque cada uno de nosotros sustenta con su voto y su silencio un sistema político que reproduce actualizados los términos que Joaquín Costa utilizaba en su clásico olvidado “Oligarquía y caciquismo”, es decir, lo que ha sido definido por politólogos de la talla de Klaus von Beyme (poco sospechosos de ser “populistas”) como “Estado de partidos” y no democracia. Porque somos cada uno de nosotros los que creemos y predicamos que el egoísmo es el motor de la economía y de la sociedad, y tanto nos lo hemos creído que forma parte de nuestra manera de entender la vida y todas las relaciones, también las familiares y las de “amistad”. Porque apoyamos un modelo económico esclavista, injusto, insolidario y orientado hacia la multiplicación de los beneficios y no hacia la creación de empleo. En definitiva, y para no extenderme en proclamas conocidas y reconocidas: que somos nosotros los que les damos a los jóvenes la esponja con la que borran el horizonte por el simple, primario y básico hecho de que no miramos la realidad con la conciencia evidente de que es, de suyo, sobreabundante y que, por lo tanto, cabe la lucha por un mundo mejor. Lo que no es admisible, entre otras cosas porque nos lleva a la violencia y a la destrucción, es la desesperanza y el acomodo a una realidad política, económica y social que es preciso reformar.

Dicho esto es muy importante saber que ante aquellos que desean destruir el marco de nuestra convivencia -aunque ésta sea frágil, aunque esté enferma, aunque requiera de urgentes reparaciones-, nuestra primera obligación es sostenerla, defenderla, protegerla. Sólo el espíritu de la reforma, del entendimiento, de la búsqueda del bien posible, puede ayudarnos a construir un futuro mejor. Los violentos creen, sometidos como están a un moralismo ideológico opresivo, que ellos son los poseedores de la verdad absoluta y que no han de contar con nadie ni escuchar ninguna otra voz. Nosotros, si me permiten, los sensatos, que somos conscientes de que las sociedades siempre son frágiles, imperfectas, de que no tenemos la respuesta definitiva y de que solos no podemos nada, de que hemos de contar con todos y caminar a menudo entre tinieblas, tenemos que acoger lo que somos, apuntar a nuestros defectos y conquistar juntos un futuro mejor posible.

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