Desde la visión evangélica, podemos reconocer la común obligación de evitar, denunciar y combatir todo mal; es decir, todo aquello que se opone al establecimiento del Reino de Dios entre nosotros. Queda claro que el anuncio del Evangelio no supone exclusivamente prestar oídos atentos, sino manos diligentes. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia –CDSI– instruye con suma claridad:
“El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades”
Evitar el mal
Si bien es cierto que todos estamos obligados a evitar el mal, también lo es que, en ello, debemos poner todo lo que esté de nuestra parte para lograrlo; dando por sentado que hay males que rebasan nuestra posibilidad de ser evitados evitarlos -por ejemplo: sabemos que los combustibles fósiles son muy contaminantes y dañinos a la salud; sin embargo todos los consumimos al hacer uso de los medios de transporte y todos, también, los necesitamos ya que permiten el transporte de cualquier tipo y cantidad de mercancías-.
Nadie tiene la posibilidad de evitar este mal (ni siquiera con el uso de automóviles eléctricos ya que un alto porcentaje de las plantas generadoras de electricidad usan combustibles fósiles en sus procesos); pero caminamos en la vida rodeados de muchas otras posibilidades donde sí podemos y debemos evitar el mal; cueste lo que cueste, hasta donde la prudencia nos lo indique.
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Denunciar el mal
La Iglesia, en su Doctrina Social, es clara y contundente cuando nos instruye a no quedarnos de brazos cruzados ante el mal. Veamos:
“El compromiso pastoral se desarrolla en una doble dirección: de anuncio del fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las violaciones de estos derechos” (CDSI, n. 159).
“El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con proyección cultural y social, a una laboriosidad eficaz, que apremia a cuantos sienten en su corazón una sincera preocupación por la suerte del hombre a ofrecer su propia contribución” (CDSI, n. 6).
La siguiente cita, inspirada en la Constitución Pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II pone de manifiesto la denuncia del pecado, especialmente cuando éste afecta los derechos de los pobres, pequeños y débiles; y aún más, cuando estos abusos se generalizan al grado de convertirse en pecado social:
"La doctrina social comporta también una tarea de denuncia, en presencia del pecado: es el pecado de injusticia y de violencia que de diversos modos afecta la sociedad y en ella toma cuerpo. Esta denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles. Esta denuncia es tanto más necesaria cuanto más se extiendan las injusticias y las violencias, que abarcan categorías enteras de personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan lugar a cuestiones sociales, es decir, a abusos y desequilibrios que agitan las sociedades. Gran parte de la enseñanza social de la Iglesia es requerida y determinada por las grandes cuestiones sociales, para las que quiere ser una respuesta de justicia social".
Combatir el mal
En el combate al mal no cabe el declararse "fuera de combate". El cristiano termina su misión hasta su muerte, no antes. Mientras tiene vida, tiene una misión; y parte de ella es el combate al mal, empezando por el propio, al llevar una vida virtuosa; es decir, santa, alejada del pecado y siempre asistida por Dios, sin el cual no es posible ninguna virtud ni santidad.
Al final de la vida llegaremos a nuestro juicio particular en el que compareceremos ante la justicia y misericordia divinas. San Juan de la Cruz –religioso carmelita descalzo, místico y Doctor de la Iglesia– señala en Dichos de luz y amor: “a la tarde te examinarán en el amor” (n. 59). Los peritos sanjuanistas han hecho ver que esa tarde es el ocaso de la vida. En efecto, no puede haber otra medida pues Dios es, esencialmente, amor.
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