Los monjes rezan mucho y a veces inventan cosas nuevas

La vida de los monjes está marcada por la oración diaria, pero también por periodos de trabajo. Aprovechan este tiempo para dar rienda suelta a su creatividad. Champán, relojes… Están en el origen o han contribuido al desarrollo de numerosos inventos que hoy ocupan un lugar importante en nuestra vida cotidiana. He aquí un breve resumen.

Reservado para ocasiones felices, se dice que nació entre los muros de un monasterio. Utilizando métodos basados en la fermentación y mezcla de uvas, se dice que Dom Pérignon, un monje de la abadía de Hautvillers (Marne) que vivió en el siglo XVII, mezcló y combinó distintos tipos de uvas que recibía de diversas parcelas y variedades. Todo gracias a los diezmos pagados a los monjes del monasterio.

Aunque la leyenda cuenta que creó la bebida gaseosa, el monje estaba más interesado en mejorar la calidad del vino. Se dice que en 1670 Dom Pérignon descubrió la técnica de vinificación que transforma el zumo de uva en una bebida alcohólica.

También se le atribuye el refuerzo del proceso de embotellado mediante el uso de un vidrio más grueso y un tapón de corcho para evitar la salida del gas. La antigua abadía de Hautvillers se considera hoy la cuna del champán. Una bebida que ya parece tener un anticipo de la alegría del cielo.

Tic-tac, tic-tac… Aunque los relojes son a veces un factor de estrés, uno de sus orígenes está ligado a la tranquilidad de los monasterios. En el siglo XIII, los monjes contribuyeron a desarrollar el uso de relojes mecánicos.

Sin esfera ni agujas, se utilizaba simplemente para marcar las horas de oración y trabajo. La campana se hacía sonar golpeándola con un martillo. Ya no bastaba con percibir qué hora podía ser, sino que había que avisar.

El dispositivo evolucionó entonces hacia sistemas más complejos, con la invención del primer reloj de péndulo por Huygens en 1658, antes de llegar a los relojes que conocemos hoy.

Si bien es cierto que la destilación existe desde la antigüedad en las civilizaciones egipcia y persa, fue en las enfermerías y cocinas monásticas donde se perfeccionó el proceso.

Desde al menos el siglo XII hasta el Renacimiento, los monjes siguieron perfeccionando y difundiendo el método de la destilación, utilizándolo como medio para crear elixires con fines medicinales, combinando la mezcla de hierbas y alcohol.

Los monjes de Irlanda y Escocia también utilizaron técnicas de destilación para crear aguardiente, bebida obtenida por destilación. Con estos métodos se producían los licores benedictinos y el famoso Chartreuse que conocemos hoy en día.

En pleno siglo XIX, en la abadía agustina de Santo Tomás de Brno (en la actual República Checa), un fraile agustino, Gregor Mendel, se convirtió sin saberlo en el pionero de la genética moderna gracias a un experimento realizado con guisantes.

Observando la evolución y las características de la planta del guisante, como la forma de las semillas, el color o la posición de las flores en la planta, Gregor Mendel pudo realizar cruces entre las plantas y se dio cuenta de que diferentes factores genéticos eran responsables de la transmisión.

Fue el principio del descubrimiento de la herencia biológica. Sus experimentos se conocen hoy como las leyes de Mendel. Y sí, ¡los jardines de los monasterios también pueden ser lugares de investigación!

Aunque su origen sigue siendo objeto de debate, la tradición cuenta que la famosa galleta salió directamente de la imaginación de un monje. Inicialmente se fabricaba para recompensar a los niños por aprender a rezar, y se dice que su forma anudada representa los brazos cruzados de un niño que reza.

La primera historia que explica su origen habla de un monje de alrededor del año 610 que creó un pan inspirándose en la postura de sus compañeros monjes. Una inspiración que, obviamente, funcionó.