Se conmueve al hablar de lo mucho que aprendió en tierras de África, donde estuvo por más de 5 años en su juventud, apenas ordenado sacerdote. También habla con afecto de las comunidades de Caracas, en la convulsionada capital de Venezuela, donde hace apenas semanas fungía como obispo auxiliar.
Pero, le llegó una notificación del Vaticano por medio de la Nunciatura Apostólica... El Papa Francisco nombraba a monseñor Lisandro Rivas al frente de la Diócesis de San Cristóbal. ¿La región? Táchira, un semillero de vocaciones religiosas y sacerdotales, además de puente por ser frontera con Colombia.
Una iglesia madura y una misión compleja para el obispo, el primero de seis con perfil religioso -pues es misionero perteneciente a la congregación de la Consolata-, en la que ha sido Provincial y formador.
El prelado conversó con Aleteia. Lo hizo en la casa episcopal... Su primer gesto fue diciente. Pidió permiso para acercar su silla, porque “es necesario oír”.
Afirma que “todo cristiano es misionero”, lo que implica “fervor, comunicar la alegría de amar a Dios y servir a la gente”. Admite que los retos son grandes; pero: “A grandes retos, grandes soluciones”.
Saludo a Dios: “Estoy aquí para ayudarte”
Comienza cada mañana con un especial saludo a Dios: “Estoy aquí para ayudarte. Eres Tú el que llevas esto. Soy un instrumento y te pido que me orientes”.
Transpira humildad, calma al hablar y un toque de buen humor, ese que tanto recomienda el Papa Francisco, por quien dice siente gratitud.
Habla con confianza. Hay dos razones de peso: “María que me consuela y el Cristo que me mira con Rostro Sereno, dicen: ¡No te preocupes!”. Una frase que entienden bien los tachirenses, porque el Santo Cristo es su Patrono y la entidad confía en el maternal cuidado de la Virgen de Consolación.
Asevera que la Iglesia existe para evangelizar, "si no, no tiene sentido". En este aspecto, dice que su deseo es sumar, no cambiar; así como consolidar todo cuanto funciona.
"Vengo a vivir mi ser impregnado con la experiencia que brilla en esta iglesia. Nos une una misma fe, un sacramento del orden, pero cada uno lo enriquece desde lo que abunda en su corazón, buscando el bien de la Iglesia, en sentido misionero", indica.
Una preocupación especial: la frontera
Señala que uno de los grandes retos es la frontera entre Colombia y Venezuela, pues implica "desafíos de tipo migratorio, de inseguridad y la presencia de grupos irregulares. Por ello, en la novena, pedí celebrar una misa en la frontera".
Recordó que los obispos colombianos acompañaron a sus pares venezolanos en la toma de posesión, como signo de comunión. “Queremos seguir acompañando y respondiendo a los desafíos de lo que esa realidad exige. La frontera es una prioridad”.
Ante el esperado incremento de migrantes en medio del particular contexto sociopolítico de Venezuela, afirma que tiene la mirada en Cáritas y estima necesario “establecer y mantener alianzas, apoyando lo que responda positivamente a las personas”.
Semillero de vocaciones para Venezuela
La diócesis de San Cristóbal dispone de un obispo auxiliar, monseñor Juan Alberto Ayala. Además, cuenta con la riqueza experiencial de su obispo emérito, monseñor Mario Moronta, así como de un clero robusto tanto en cantidad como en formación.
Presume de características de excepción. Es fuente de vocaciones sacerdotales, con uno de los seminarios diocesanos más importantes del país y 5 seminarios religiosos. Es hogar de innumerables congregaciones tras el impulso de su primer obispo, el hoy siervo de Dios, Tomás Antonio Sanmiguel.
De ella depende el Vicariato Apostólico del Caroní, una región de 80 mil km2 ubicada en el estado Bolívar, en el oriente venezolano. Las separan varios cientos de kilómetros, pero las unen la fe y el ardor misionero.
Existe desde “hace más de 100 años”, pero reitera el ser de una Iglesia que se abre siempre a la misión. “El Caroní no es un agregado, sino parte constitutiva de nuestra Iglesia tachirense. Todo sacerdote, religioso, laico, cada hijo nuestro debe sentir al Vicariato Apostólico como su responsabilidad cristiana”, afirma.
Lisandro Rivas insiste en que su labor pastoral implica “una actitud de escucha a lo que el Espíritu Santo nos pide”. Tras la apertura de la Puerta Santa, dijo que estamos invitados a una conversión integral: “De la persona, pastoral, eclesiológica, teológica, estructural y de relaciones”.
Misión: “Colaborar con la obra de Dios”
No teme los desafíos. Se apoya en una convicción clara: “Vengo a colaborar con la obra de Dios. Es Dios el que lleva la obra”.
Londres, Bruselas, Roma, Caracas y Bucaramanga dejan patente el auxilio divino. En todos esos lugares distantes creó buenas relaciones, formándose o formando, pues su perfil pone el acento en dos áreas, además de la diocesana: carácter religioso y carácter formador.
Una visita destaca. Una en la que se hizo parte de la comunidad, una con diferencias notables en lo étnico y cultural. Aunque han pasado los años, no oculta su profundo amor por Kenia.
Vivió allí más de un lustro, tras recibir el orden sacerdotal. Era otra época, sin redes sociales ni celular. La comunicación con su familia se limitaba a 3 saludos telefónicos por año.
Estuvo en el centro, respirando el aire fresco de Merú, a 4 horas de Nairobi. Le ayudó el inglés, pero aprendió el kimeru, idioma difícil con diferencias regionales en acento y palabras.
El rito keniano que salvó una vida…
Comparte con Aleteia una anécdota: “Había un matrimonio, pero la pareja no lograba tener niños. Alguien culpó a la suegra de ser la razón de aquello asegurando que les hacía brujería”.
“Según la tradición, ellos toman un cordero o un chivo y lo sacrifican. Le sacan el hígado para que lo revisen los ancianos. Creen que el estado del órgano les dirá si la señora es bruja o no. Si determinan que lo es, eliminan a la señora”. No eran cristianos, no estaban bautizados; su cultura implicaba esas acciones, explica.
“Les dije que tenía cómo probar si ella es bruja o no. Propuse hacer el juramento, ‘pero bajo nuestro rito, porque ella es católica’. Buscábamos defender a la señora, porque si no la mataban”.
“Hicimos toda una preparación con los ancianos tras comparecer a 4 juicios públicos con ella. Finalmente, accedimos a hacer el rito del chivo… ¡pero con la Biblia!”.
“'¿Y cuál es el rito de la Sagrada Escritura?', me preguntaron. Como la palabra de Dios para ellos es una fuente, ella usó, no un chivo, sino la Biblia”.
“Bajo juramento, dijo delante de todos: ‘Si yo hice esta brujería para que la esposa de mi hijo no conciba, ¡que Dios me castigue!’. Los ancianos aceptaron. Afortunadamente, la liberaron… Entonces, fue bonito estar allí y transmitir vida desde el Evangelio”.
El prelado recuerda esa “y otras experiencias hermosísimas” que dejan patente un fecundo paso que va más allá de la condición de testigo. Se enfermó varias veces, sufrió malaria y amibiasis. Se circuncidó y se hizo uno más. Le dieron un nombre.
“Batere Mañanga, un sobre abierto”
Le llaman el “Batere Mañanga” o “padre nuevo”, pero uno de ellos. Aprendió que todo misionero de la Iglesia llega a nuevas tierras en nombre de Dios. Por ende, acude “como un sobre”, uno con el corazón abierto, “listo para ser leído y transmitir todo lo bueno que contiene dentro”.