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El Nican Mopohua (NM) narra el encargo que la Virgen de Guadalupe hizo a san Juan Diego. En la traducción al español realizada por P. Mario Rojas Sánchez, el número 37 remata con estas palabras de la Virgen: “Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte”.
Llama la atención que el encargo de la Virgen es de suma importancia –llevar al Obispo un mensaje de la Madre de Dios en el que le pide construir una “casita sagrada”–, pero la Virgen solo le pide a Juan Diego: “haz lo que esté de tu parte”.
Y más adelante, cuando regresa Juan Diego con la Virgen y le transmite el deseo del Obispo de contar con una señal, ella accede y lo cita al día siguiente para mandarle al Obispo lo que pidió.
La Virgen ordena a san Juan Diego que suba a la cumbre del Tepeyac para cortar unas flores. Posteriormente, nuestra Señora las toma, las regresa al ayate y le pide que las lleve “para que puedas convencer al Gobernante Sacerdote, para que luego ponga lo que está de su parte para que se haga, se levante mi templo que le he pedido” (NM, 142).
Por segunda vez utiliza esta misma expresión que se convierte en un testamento guadalupano para todos sus hijos e hijas: “Haz lo que esté de tu parte”.
En efecto, a nosotros nos toca hacer lo que nos corresponde: sembrar, pero no necesariamente cosechar; esforzarnos, pero no necesariamente coronarnos de éxito; correr la carrera, pero no necesariamente colgarnos la medalla de oro.
El “casi todo” de Dios, y el “casi nada” que nos corresponde
El P. Jorge Loring –jesuita español, fallecido en el 2013– enseñaba: “Dios hace casi todo; a ti te toca casi nada; pero Dios no pone su casi todo, si tú no pones tu casi nada”. Es decir, lo único que a nosotros corresponde es hacer lo que está de nuestra parte, aunque esa parte sea “casi nada”; ya Dios pondrá “su casi todo”.
Asume que, a ojos humanos tal vez fracases; pero no a los ojos de Dios, pues Él no ve tus éxitos, sino tu recta intención y el amor que depositas en tu esfuerzo.
Si no consigues éxito en tus proyectos y emprendimientos, pero hiciste lo que estuvo de tu parte, quédate tranquilo de haber cumplido tu deber. Tal vez no consigas que tu memoria se conserve en un monumento, ni que tú imagen en bronce quedé instalada en una glorieta, pero sí que tu alma esté en el Corazón de Jesús.
El valor del amor
Dios, siendo omnipotente, no aspira a conseguir tus obras. Todos tus éxitos son insignificantes frente a su omnipotencia. Y no es que no le interesen; al contrario, Él mismo es quien los facilita y los festeja con sus hijos. Pero hay algo más que a Él le interesa y le apasiona: que le ames y que ese amor se verifique en el amor a tu prójimo y a ti mismo (cf. Mc 12, 29-31).
Santa Teresita del Niño Jesús: joven e inexperta… enferma y débil… no fue una gran predicadora… nunca salió a misionar… no fue superiora de su comunidad, ni fundadora de alguna congregación… ni siquiera se distinguió por su vida ascética, ¡pero amo! Al final de su vida, con el corazón en su labios oró: “Dios mío, te amo”. Poco antes dejó escrito: “El amor puede suplir una larga vida… Él no mira más que el amor” (Carta a la M. Inés, agosto de 1890).
Ahora vemos a san Juan Diego en los altares; pero no por el éxito de su empresa. No fue él quien convenció al Obispo de que construyera el templo que pedía la Virgen. Él, simplemente, hizo lo que estuvo de su parte, y en ello depositó un profundo amor a Dios y a su Reina, Señora, Niña, Muchachita, Hija y Dueña; pero el milagro de las rosas lo obró Dios por medio de su santísima Madre de Guadalupe.
Juan Diego cumplió su misión: llevar el aliento y la palabra de la Reina del Cielo… sufrir la incredulidad del Obispo… insistir… insistir… llevar la señal… soportar las mentiras y maltratos de los sirvientes del Obispo…y en todo esto: amar.
¿Cuál es tu misión en esta historia (tu historia)? La Virgen lo dice: “Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte” (NM, 37).