¿Sabes qué es lo que vio san Juan Diego a su alrededor aquel sábado de diciembre de 1531, cuando se le apareció la Virgen María?
Los números 16 a 21 del Nican Mopohua, lo relatan:
“Y cuando (Juan Diego) llegó frente a Ella, mucho le maravilló cómo sobrepasaba toda admirable perfección y grandeza: su vestido como el sol resplandecía, así brillaba. Y las piedras y rocas sobre las que estaba, como que lanzaban rayos como de jades preciosos, como joyas relucían. Como resplandores del arco iris en la niebla reverberaba la tierra. Y los mezquites y los nopales y las demás variadas yerbitas que allí se suelen dar, parecían como plumajes de quetzal, como turquesas aparecía su follaje, y su tronco, sus espinas, sus espinitas, relucían como el oro”.
Cierto es que las gracias especiales que recibió nuestra Santísima Madre le dan una belleza singular que ninguna otra creatura tiene; pero todas ellas son en función del don mayor que libremente aceptó llevar en su vientre y corazón: a Dios Hijo. La fuente de la belleza de la Virgen es su Divino Hijo, quien todo lo vuelve bello pues Dios es la suma perfección de la belleza.
Si tal belleza logró transformar el cerro del Tepeyac, al punto que las piedras donde la Virgen se posó “como que lanzaban rayos como de jades preciosos”; si los mezquites, los nopales y otras yerbas “parecían como plumajes de quetzal, como turquesas aparecía su follaje”; y si las espinas y espinitas “relucían como el oro”, ¡imagina la belleza de la Virgen misma, primer sagrario donde Dios Hijo se encarnó! Y también imagina lo que Él, por medio de María santísima puede hacer en ti al momento en que te pones bajo su sombra y resguardo; cuando aceptas que te guarde en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos (Cf. Nican Mopohua, n. 119).
¿O acaso no eres más -¡mucho más!- que las piedras, los mezquites, nopales, yerbas y espinas que estaban en el Tepeyac en esa primera aparición de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego?
Fuiste creado por Dios Padre, con amor, a su imagen y semejanza. Fuiste redimido por Dios Hijo, con amor, al precio de su sangre; y eres animado y santificado por Dios Espíritu Santo, con amor, por amor y para el amor.
San Juan de la Cruz descubre estas gracias de Dios y lo expresa, bellamente, en tres canciones de su Cántico Espiritual:
El alma pregunta a las criaturas si han visto a su Amado.. Estas le responden:
“Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura”.
En efecto, ¡el solo paso de Dios; su sola figura, su sola mirada viste todo de hermosura!
Más adelante, cuando ya el Esposo revela su presencia a su amada esposa, ésta le declara:
“Cuando tú me mirabas,
tu gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.No quieras despreciarme,
que si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste”.
Mirada que es amor
La mirada de Dios es el amor. Decir: “Dios mira” es igual a decir “Dios ama”. Pues su amor es el que embellece toda su creación, particularmente al ser humano. Es así que toda la creación es un pista para encontrar a Dios. “(...) pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sab. 13,5).
Deja que la mirada de Dios, a través de los ojos de la Virgen María, impriman su gracia en ti.
Tu “color moreno”; es decir: tus faltas, imperfecciones, debilidades, errores y caídas, son impedimento, si -y solo si- te empecinas en vivir enconchado; es decir, escondido –al margen– de la mirada misericordiosa y transformadora de Dios.
En María santísima tienes un medio privilegiado para llegar a su Divino Hijo, nuestro Señor Jesucristo, pues esa es su misión:
“Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me levanten mi casita sagrada, en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto, lo entregaré a las gentes en todo mi amor personal, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación”.
Piensa: “¿Acaso tienes necesidad de alguna otra cosa?” (Nican Mopohua, n. 119).