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Cuando leemos la vida de los santos, podemos caer en la tentación de pensar que nunca estaremos a su altura. Por ejemplo, muchos santos canonizados asistían a Misa diariamente, entre ellos muchos laicos que se ponen como ejemplo para nosotros en los tiempos modernos.
Además, algunos sacerdotes animan a sus feligreses a asistir a Misa diaria, haciendo creer que no asistir a Misa todos los días los convierte en "malos" católicos. ¿Es eso cierto?
¿Se puede ser santo si no se va a Misa todos los días?
Misa diaria
La realidad es que la Misa diaria es una opción y no un requisito. La Iglesia no exige la Misa diaria a los que no pertenecen a la vida religiosa, y ni siquiera es un requisito para alguien que ha sido canonizado santo.
En el proceso de canonización, la Iglesia se fija en la "virtud heroica" de una persona, no en su récord de asistencia diaria a Misa.
Esto también nos recuerda que podríamos asistir a la Misa diaria y aún así estar lejos de Dios.
La parte más importante de la vida espiritual de cualquier persona es el corazón. Deberíamos hacernos la pregunta: "¿Estoy siguiendo la voluntad de Dios en mi vida?"
Ciertamente, es posible que Dios te invite a hacer el sacrificio de ir a Misa todos los días, pero no siempre es una opción.
En tales circunstancias, puede ser posible unirnos espiritualmente a la Misa celebrada en todo el mundo.
Unir tu intención con la de todo el mundo
San Francisco de Sales sugiere esta práctica en su Introducción a la vida devota:
"Si algún obstáculo imperativo impide vuestra presencia en este soberano sacrificio de la Presencia más verdadera de Cristo, aseguraos, al menos, de participar espiritualmente en él. Si no puedes ir a la Iglesia, escoge alguna hora de la mañana para unir tu intención a la de todo el mundo cristiano, y haz, dondequiera que estés, los mismos actos interiores de devoción que harías si estuvieras realmente presente en la celebración de la Sagrada Eucaristía en la Iglesia".
Simplemente, no te desanimes si no puedes ir a Misa todos los días. Eso no te convierte en un mal católico. Pon tu confianza en Dios y deja que te guíe en tu vida diaria, encontrándole en las personas y en las actividades en las que participas, incluso fuera de los muros de la iglesia.